Actualmente, vemos con total normalidad cómo los trabajos discográficos salen al mercado bajo un título concreto. Antaño esa costumbre no era muy común, los expertos en discografía localizaban los álbumes a través del sello discográfico y el número de catálogo de los mismos. Un buen ejemplo es el LP del que nos ocupamos hoy, carente de título alguno, publicado por el sello discográfico Belter (22.284). Sin embargo, para no andar con tecnicismos, existe una práctica habitual entre los aficionados, que es la de identificar los discos a través del título del primer corte, y así lo he hecho en esta ocasión.
“Entrañas de mi cuerpo” es el primer disco de larga duración de Antonio Núñez Montoya El Chocolate (Jerez de la Frontera, 1930 – Sevilla, 2005). Previamente, Antonio había grabado una serie de EP’s magníficos, uno inaugural en 1963 con las guitarras de Paco Aguilera y Félix de Utrera, seis EP’s acompañado por Melchor de Marchena en los años 1964 y 1965, y otros seis EP’s acompañado por Niño Ricardo en los años 1966 y 1967, absolutamente recomendables. Así llegamos hasta el año 1968 donde Chocolate alumbra otra grabación sublime, la que hoy nos ocupa. Para esta ocasión, el cantaor se rodeó de las guitarras de Manolo de Brenes y Antonio de Sanlúcar, que arropan milimétricamente el cante profundo de Antonio a lo largo de diez temas.
En la parte trasera del álbum aparecía un pequeño texto del desaparecido crítico flamenco Miguel Acal:
“Definir a Antonio Núñez Montoya ‘Chocolate’, se nos presenta sumamente difícil. ‘Chocolate’, para nosotros –opinión que comparten multitud de aficionados-, es el exponente más claro del duende cantaor. El cante de ‘Chocolate’ puede no ser exacto, medido hasta la millonésima parte, pero su cante es la entrega de un hombre a un arte. ‘Chocolate’ no canta con la garganta, canta con el corazón, con los ojos, con las manos… Todo en él canta, no sólo su voz cuando canta, valga el retruécano. Gitano hasta el tuétano, mezcla en su alma la gracia de haber nacido en Jerez y el duende de haberse criado en la Alameda de Hércules, de Sevilla, en la época de oro del cante. ‘Chocolate’ viene de lejos y va a lo lejos. Pasa angustiosamente, tocándonos con el duende de una pena o el ángel de una tremenda alegría. La profundidad de la pena de Antonio Núñez quizá sea la expresión de una pena racial, ahogada muchos años. Y la intensidad de su alegría cantaora, su ángel, puede borrar el dolor del desengaño. Azúcar cande derrama Chocolate. El duende inefable del cante se apodera de su alma, haciendo vibrar. Quizá ésta sea la definición más perfecta de Antonio Núñez. Genio: éste es Chocolate».
No es mala definición de Chocolate, aunque como el cantaor dijo años después: “El duende no viene sólo, hay que ir a buscarlo”.
El disco contiene doble ración de seguiriyas: “Entrañas de mi cuerpo” y “Por aquella ventana”, con las guitarras de Manolo de Brenes y Antonio de Sanlúcar respectivamente. A mi juicio, Chocolate es uno de los mejores intérpretes de seguiriyas que ha habido desde mediados del siglo XX, con esa voz de campana y a la vez tan flamenca, y además con una perfecta vocalización. Un monstruo, sin duda. Chocolate huye de la ralentización excesiva con la que otros intérpretes ejecutan los mal llamados cantes grandes, aquí no hay lugar para la monotonía, su cante sólo da lugar al sobresalto, a removerse en el asiento con cada tercio del cantaor moreno.
Y la misma opinión me merece Chocolate por soleares, esa manera de ligar los tercios “a lo Tomás” es realmente excepcional. Chocolate siempre afirmó de manera rotunda, que Los Pavones fueron los artistas que más le influyeron en el cante, sobretodo Tomás, algo que se puede apreciar al escuchar las soleares del disco que, por cierto, también vienen por partida doble: “A la mare de mi alma” y “Lo que yo siento de veras”,ambas con la sonanta de Manolo de Brenes.
Aventurarse en desgranar los distintos estilos flamencos es meter la cabeza en las fauces del león. Se pueden hallar influencias entre cantaores con registros sonoros, pero ir más allá puede hacernos caer en un precipicio sin fin, y es que las numerosas etiquetas en los cantes convierten el panorama flamenco en un verdadero galimatías: que si la seguiriya de Manuel Torre es una recreación de la de Manuel Molina o Francisco la Perla, que si el fandango de Frasquito es un verdial de Vélez popularizado por Juan Breva, que si es soleá de Juanichi el Manijero o es de Frijones… En fin, un laberinto de nombres donde lo más probable es que no haya salida. Hay estilos tan parecidos entre sí que cuesta creer que existan tantas paternidades. Esto me hace recordar unas palabras que un buen día de debate flamenco soltó el amigo Gregorio Valderrama: “Las atribuciones me pican como las avispas”. Para mí que se quedó corto, se olvidó de las arañas, los ciempiés, los escorpiones y toda clase de bichos venenosos habidos y por haber.
Y nos desplazamos al norte para disfrutar de la jota navarrica “Quisiera volverme yedra”, que Chocolate interpreta a compás de bulería. La inclusión de otros estilos musicales en el flamenco es algo que muchos cantaores han hecho a lo largo de la historia, se me vienen a la memoria los casos de Fosforito y la ranchera, Antonio el Chaqueta y el bolero o Chano Lobato y el tango argentino. Chocolate tenía una voz natural que lo convertía en un intérprete camaleónico, ¿os acordáis de Chocolate cantando “Libre” de Matt Monro en la famosa serie “Rito y geografía del cante”? ¡Un fenómeno!
Seguimos con un género del que Chocolate es un grande, el fandango. El disco nos ofrece hasta seis fandangos encerrados en cuatro títulos: “Que presume de saber”, “Llorando me la encontré”, “Ni el alcohol que haya más fuerte” y “De la mano la voy a llevar”, títulos archiconocidos por la afición. Antonio Núñez bebió en la Sevilla que lo vio crecer de grandes intérpretes del fandango, como El Pinto, Caracol, Vallejo, El Gloria o El Sevillano, y acabó forjando su propio fandango, un estilo con el que revolucionó al respetable a lo largo de su extensa carrera.
“Dame la espuela” es el taranto con el que Chocolate y Manolo de Brenes nos deleitan en este disco. El cantaor registró también aquel año otro taranto, “¡Ay! mi muchacho”, apareció en el EP Belter (52.215) y probablemente no lo incluyeron en este LP por razones de espacio. Ambos ejecutados bajo la sombra del genio jerezano Manuel Torres.
A continuación “Lo que yo por ti daría”, una interpretación “rara avis” de la malagueña del Mellizo, ya que Chocolate la remata con abandolao. Es poco frecuente entre los cantaores rematar con abandolao este estilo de malagueña, hasta está mal visto en algunos sectores. Pero la anarquía reina por doquier en el cante de Antonio Núñez Montoya.
A excepción de la jota por bulería a la que hemos hecho mención anteriormente, se puede decir que los cantes hasta ahora citados formaban parte del repertorio habitual de Chocolate, aunque tenemos que añadir los cantes de fragua, de los que Chocolate era un cantaor con mayúsculas. Sin embargo, los artistas son muy dados a explorar otros “terrenos cantaores”, y acaban registrando estilos alejados de su zona de confort, buscando quizás el enciclopedismo flamenco del que tanto se hace gala, y como ejemplo “Cante de Levante”, jaberas, un estilo en el que Chocolate cumple, sin más.
En general, “Entrañas de mi cuerpo” es un disco que todo buen aficionado debiera tener en su fonoteca, pues muestra la que quizás, por lo menos para mí lo es, sea la mejor época de un artista que ya está inscrito con letras de oro en la historia flamenca. Recibió entre otros importantes galardones la Medalla de Andalucía y el Grammy Latino, y eso que decía: “A mí para cantar bien, me tienen que gustar las caras”.
¡QUÉ GRANDE, CHOCOLATE!
Por Paco Canela