Conozco al cantaor cordobés David Pino –de Puente Genil, ahí queda eso– desde hace décadas y me ha parecido siempre un romántico del flamenco. Decir que es un superdotado del cante sería decir mucho, porque le costó ir encontrando un estilo y un sonido propios, quizá más que a otros cantaores de su generación, y no está sobrado de cualidades. Pero tiene eso que llamamos sello, es decir, que no imita nadie, aunque se dejen oír influencias lógicas, como en todo cantaor que se precie, porque eso significa que es estudioso y que ha escuchado a una gran cantidad de maestros para formarse.
Quizás ha tardado demasiado tiempo en grabar su primer disco, pero a lo mejor era el momento de hacerlo, por haber alcanzado la madurez como cantaor. Aunque siempre lo he visto como un cantaor maduro, desde muy joven, seguramente por su seriedad y ese compromiso que ha mostrado siempre con lo genuino y lo clásico. David es un clásico del cante jondo, un artista muy respetuoso con el legado de los maestros, y esto le ha servido para ser un cantaor respetado. De hecho lleva años cantando ya como profesional y sigue ahí, a pesar de no haber grabado antes, porque es un cantaor serio, con conocimientos y una trayectoria impecable.
Me gusta el título genérico de su ópera prima, Mi largo caminar, porque ha sido así: David lleva décadas cantando y nadie se mantiene tantos años en los escenarios si no es por algo. Es verdad que no ha alcanzado aún el nivel de fama y prestigio que a lo mejor buscaba, pero sí la consideración justa por parte de aficionados y artistas como para subirse a un escenario con confianza. La última vez que lo vi sobre una tarima fue en su pueblo, Puente Genil, el pasado año, en un espectáculo homenaje a Fosforito (Nazareno y olivares), y me llamó la atención su aplomo como cantaor hecho y asentado. Y en este disco lo está también, algo que me parece fundamental para afrontar una obra como esta.
Mi largo caminar es una especie de antología flamenca corta, por cómo ha elegido los estilos y los ha interpretado. Como buen aficionado que es –lo digo en el buen sentido–, se ha sumergido en el maravilloso mundo de lo clásico para ofrecernos una buena muestra de lo que le gusta. Nueve cantes, desde la carcelera a las tonás, con una estupenda base de guitarras: José Antonio Rodríguez, Manolo Franco, Gabriel Expósito, José Tomás y Alejandro Hurtado. Con esta base, el maestro se adentra en estilos como la liviana, la soleá apolá, los tangos, la malagueña chaconiana o las peteneras. Y reviste lo de otra época con un aire muy de nuestro tiempo, el suyo, nada efectista, austero de adornos superfluos y, sobre todo, sincero y sencillo. Si hay algo que caracteriza al cantaor pontanés es la sencillez, un valor importante, al menos para mí, en una época, la actual, con tantos cuentistas y presumidos.
Para mí el flamenco es una música del alma y este disco me ha dejado, con escucharlo solo una vez, una placentera sensación. Se sale de lo vulgar y su contenido es buen flamenco y buena música. Para los tiempos que corren, David Pino y La Droguería Music nos han hecho un buen regalo.