Uno tiene sus debilidades y en el baile no las he ocultado jamás. Tampoco en el cante y en la guitarra, pero principalmente en el baile. Por mis años, que son ya sesenta, he visto bailar a genios como Farruco, Enrique el Cojo y Rafael el Negro. Y a geniales bailaoras como Fernanda Romero y Matilde Coral, entre otras muchas. Soy muy seguidor de esa generación marcada por la maestra Matilde, con nombres como los de Milagros Mengíbar, Pepa Montes, Ana María Bueno, Carmen Montiel, Rocío Loreto, Carmen Ledesma y otras muchas. Creo que si las juntamos con Angelita Vargas y Manuela Carrasco, es difícil que se supere esta hornada.
Si me gustan las bailaoras clásicas, o los bailaores de corte tradicional, es porque aprendieron bien el oficio y hacen los ejercicios completos de los bailes: soleares, seguiriyas o alegrías. Los más jóvenes, y que se salve el que pueda, los resuelven en un periquete privándonos de ver acabado el cuadro, con su barnizado y todo, que es el baile de verdad. En este sentido hay una bailaora que me conquistó hace décadas, Milagros Mengíbar, trianera de raíces gaditanas, y perteneciente a una generación marcada por la gran maestra sevillana Matilde Coral, o sea, por la llamada y gloriosa escuela sevillana.
Cuando baila por alegrías, con su bata de cola, que mueve como Velázquez movía los pinceles, es siempre una lección de danza jonda, con su entrada o salida, sus llamadas, marcajes, desplantes, escobilla, idas y coletillas. Y siempre, siempre, bailando las falsetas de la guitarra con un movimiento de manos cautivador y dándoles su sitio al cantaor y a cada letra. Esos silencios suyos, que son como los de la Maestranza. Todo, en conjunto, es una obra de arte, eso que llamamos magisterio y que no está al alcance de todos.
Cada vez que la veo bailar parece que estoy viendo a la Giralda vestida con bata de cola y andando por las calles de Sevilla, unas veces para ir al Café del Burrero y otras para ir al Salón Novedades. Lamentablemente, eso sucede cada vez menos porque el buen baile, como todo lo bueno, como el buen cante o la buena guitarra, se está yendo. Es verdad que hay en la actualidad un buen ramillete de grandes bailaoras, artistas muy bien preparadas que montan espectáculos de película. Es cierto también que están abriendo caminos nuevos de expresión dancística y que la historia les tendrá reservado un sitio. Pero, así y todo, cuando veo bailar a Milagros Mengíbar, con bata de cola o sin ella, sobre un escenario o en una reunión de cabales, sé que estoy viendo algo más que baile.
Pero lo que sí tengo claro, aunque prefiera la escuela antigua, es que todas las formas dancísticas del flamenco son compatibles y que pueden convivir. Siempre ha sido así, además, desde los tiempos de María Castaña.