-Abuelo, vamos a ver, que nos vamos a tener que ir de España. ¿Están o no están reconocidos los gitanos en el arte andaluz que es el flamenco? Te lo pregunto porque vamos a ver en qué queda todo esto de la paternidad del arte jondo.
-Manolillo, lo que piden esos intelectuales gitanos –algunos muy estudiados–, es que se reconozca la aportación de los gitanos andaluces al flamenco, o sea, al arte andaluz. Es algo que no entiendo muy bien, porque si son andaluces y han aportado algo tan valioso a su tierra, no veo lo del reconocimiento. Pero bueno, por nosotros que no quede. Porque aportar, han aportado mucho, eso es innegable. Los gachés también, desde Silverio hasta Morente y desde Currito el de la Jeroma hasta Paco de Lucía. También los extremeños, que no se olvide, desde Porrina hasta La Caíta y desde Fregenal hasta Miguel de Tena. No te digo ya Madrid, con Ramón Montoya y Angelillo, por citar solo a dos. O Barcelona, con Carmen Amaya y Mayte Martín.
-Abuelo, ¿no se podría hacer un reconocimiento conjunto, es decir, que la Junta reconozca la labor de los españoles con el flamenco?
-También, claro. Pero si yo tuviera que reconocer algo al pueblo gitano-andaluz, con respecto al flamenco, reconocería el hecho de que lleven dos siglos dedicados a esta música andaluza, como intérpretes, cuidándola y conservando su esencia. Más que por el hecho de que fueran o no los creadores, que eso no se puede demostrar tan fácilmente. En todo caso, creadores de una forma de cantar, bailar o tocar la guitarra, no de todo el flamenco.
-Pero, abuelo, ¿no crees que eso está más que reconocido, que los gitanos son fundamentales en la creación del flamenco?
-Sí, en todo el mundo, además.
-¿Entonces?
-Mira, Manolillo. Este año se van a cumplir cincuenta de un hecho histórico que lo vamos a recordar aquí por si se les pasa a esos intelectuales que reclaman reconocimiento. Medio siglo de la colocación de un monumento, por primera vez, a una cantaora de flamenco, la Niña de los Peines. En vida, además. Nunca había ocurrido eso, si no me falla mi deteriorada memoria. Es decir, un monumento en bronce a una mujer, cantaora y, además, gitana. ¿Por qué no hablamos de esto en vez de enfrentarnos para ver quién creó el pellizco, el compás o la enjundia?
-Pastora no llegó a enterarse de su monumento, ¿no?
-No, estaba mal de la cabeza y ni se enteró. Días más tarde, su hija y La Rubia, una hermana de Pepe Pinto, la pequeña, la llevaron para que viera el busto y al verlo, preguntó: “¿Quién era la Niña de los Peines?”.
-¿Por qué no le dieron la Llave del Cante, siendo la mejor?
-Habría que preguntárselo a Ricardo Molina y Antonio Mairena, pero ya no están.
-Cuenta, abuelo.
-No, otro día.