-Abuelo, hay un artista que te admira y te sigue, el bailarín y coreógrafo madrileño Antonio Alonso, afincado en Tokio (Japón) desde hace muchos años, donde lleva a cabo una labor estupenda. Tiene mucho mérito tanto su carrera profesional como personal. Un luchador y un artista de pies a cabeza.
-¡Hombre, Antoñito Alonso! Merceditas León, la hija de Frasquillo y La Quica, hizo ahí un buen trabajo con él. Tendrías que haber visto con qué gracia bailaba esa mujer, Mercedes. Y su madre era una gran bailaora.
-Abuelo, lo he visto bailar muchas veces, pero recuerdo sobre todo una, cuando se estrenó el Réquiem de Mario Maya para la Compañía Andaluza de Danza. Estaba también Diego Llori, y aquello fue espectacular. La fuerza dramática de Antonio se me quedó grabada y estuve meses con aquella imagen en la cabeza.
-Antonio es de los grandes de la danza española. Yo le he visto bailar El sombrero de tres picos, o La farruca del molinero, y aquello era una delicia. O el Zapateado, con música de Pablo Sarasate y coreografía de Antonio Ruiz Soler. La historia del Ballet Nacional de España no se podría entender sin este artista de la danza y el flamenco.
-Ahora hay que tener cuidado con lo que es y no es flamenco, abuelo, que nos pueden crujir.
-Mira, Manolillo. Cuando aún no existía el flamenco, el arte jondo, la danza española había conquistado el mundo. Te estoy hablando de la época dela escuela bolera, a mediados del XIX, con artistas revolucionarias como La Nena, Petra Cámara, su marido, el Maestro Guerrero o Francisco Ruiz. Ese era el baile español o andaluz, porque el otro, el gitano, luego llamado flamenco, estaba como oculto, porque era un arte de algunas familias bajoandaluzas de Triana, Jerez, Cádiz, el Puerto, Lebrija o Utrera. El Maestro y Ángel Pericet, entre otros, bebieron mucho en esa escuela, y de la mezcla de la escuela bolera y el baile gitano, nació el flamenco, el baile que se metió en los cafés cantantes de El Burrero y Silverio. Separar lo flamenco de la danza tradicional española no es fácil. Yo he visto a Antonio Alonso bailar una farruca, por ejemplo, y era una pieza flamenca de altura. Su técnica es increíble, y sin técnica, Manolillo, es imposible bailar bien cualquier tipo de danza.
-¿Sabes que se fue a Japón, a Tokio, y que sigue allí?
-Sí, claro. Creo que él estuvo a mediados de los ochenta y que le gustó tanto Japón que decidió instalarse en aquel país. Llegó en septiembre de 1997, con idea de estar un par de años, pero le cambió un poco la vida. Abrió un estudio en el barrio de Roppongi de Tokio ese mismo año, con casi cuarenta alumnos y alumnas, y se enamoró de una de las alumnas. Fíjate qué historia más hermosa. Y allí sigue. Por ese estudio han pasado 10.000 personas para formarse; es una escuela muy importante de danza española y flamenco, por supuesto. Antonio es ya japonés, sin duda. Tiene una hija japonesa, fruto de su matrimonio. La vida de este artista tiene una película.
-Abuelo, ¿no te parece injusto que artistas como Antonio Alonso, y otros, que realizan una gran labor fuera de España, estén tan olvidados en nuestro país? Ha formado a miles de japoneses y japonesas, y de otras nacionalidades. Y ha creado espectáculos, más de veinte, y más de sesenta coreografías para palos flamencos. Esa es una labor que habría que reconocer en España, ¿no?
-Sin duda alguna, Manolillo. Hablamos de Antonio Alonso, pero hay muchos artistas españoles repartidos por el mundo, que llevan a cabo una gran labor. Cuando vamos a la Bienal o al Festival de Jerez y vemos a tantos extranjeros, es en parte por la labor de Antonio y de otros y otras artistas, en países como Italia, Alemania o Estados Unidos.
-Ha tenido un gran éxito con el estreno de The Tokyo Flamenco Ballet, donde todas las bailaoras son japonesas, y los músicos al cincuenta por ciento. Estando preparando el estreno, le diagnosticaron una grave enfermedad y el proyecto se paró. Por fortuna, venció al cáncer y ha estrenado con enorme éxito. O sea, abuelo, que lo del gran Antonio Alonso tiene mérito y habría que reconocerlo en España.
-Ojalá ese trabajo sea reconocido algún día, sí.
-¿Qué hay de almorzar, abuelo?
-Papas con coles de Bruselas.
-Joder, ¿qué es eso? ¿Tienes algo contra las lubinas?
-Se lo preguntas a Rajoy.