-Abuelo, ¿has hecho ya balance del año?
-Para balances estoy yo, Manolillo.
-¿Qué te pasa, abuelo?
-Me pasa que estoy un poco desconcertado con lo que ocurre en el flamenco. No sé si lo verás igual que yo, pero ha sido un año que ni fu ni fa. Centenario de la muerte de Frijones y apenas ha tenido eco la efeméride, por ponerte un ejemplo.
-¿Pero Frijones fue importante?
-Tenía un mundo maravilloso, suyo, alejado de los escenarios, al que iban de visita Chacón, Pastora y Tomás Pavón, Manuel y Pepe Torres, Juan Mojama… El loco jerezano tenía un sello y un metal con los que cautivó a los propios artistas de su tiempo. Y, claro, cundo murió decía todos: “Eso es de Frijones”. Un caso parecido al de Antonio el Marrurro, que fue un genio, pero eso se reconoció cuando murió, en los noventa del XIX. Su seguiriya es portentosa, lo que demuestra cómo tuvo que ser.
-Pero no grabó, no sabemos cómo cantaba.
-Tampoco grabaron El Planeta, El Fillo o Tomás el Nitri, su sobrino, y se han escrito páginas y páginas sobre ellos y sus cantes.
-Bueno, que te enrollas, abuelo. ¿Por qué estás desconcertado?
-Porque no sé muy bien por dónde vamos ni dónde queremos llegar. Siempre ha existido el cante comercial, esa manera facilona de embaucar a los aficionados. ¿Sabías que Chacón fue un cantaor comercial, según algunos entendidos de su tiempo? Sí, hombre, lo acusaban de engañar a los bobos con sus “malagueñitas nuevas”. ¡¡A Don Antonio Chacón!! Y hoy los comerciales son Pitingo, Rosalía y otros/as del mismo corte.
-¿Y qué, abuelo?
-Pues que en más de un siglo hemos cambiado tan poco que seguimos más o menos igual, sin tener claro lo que es o no es flamenco.
-Pero, ¿harás balance o no?
-Mira, Manolillo. Mi balance es negativo, por lo que veo y escucho. Hay un desencanto general entre los aficionados, salvo en los que siguen a un artista concreto, que esos son felices en la medida que su ídolo lo es. Y sobre todo hay mucho desorden, cada uno va por un camino y todos a una sola cosa: a ganar dinero, a veces dando ojana, que la hay por arrobas.
-Es que acaso no hay grandes artistas actualmente?
-Cómo que no, claro que sí. Mira, el otro día escuché cantar a Manuel Cástulo, el de Mairena, en Carmona y me dejó el alma llena de jondura. Precisamente cantó unas seguiriyas antológicas de El Marrurro. Y habíamos cincuenta personas. Eso mismo pasaba hace décadas, cuando había quienes llenaban plazas de toros, pero la jondura y el alma flamenca la ponían Tomás Pavón, Juan Mojama, El Carbonero o La Moreno buscándose la vida en los cuartos de la Alameda de Hércules.
-Me conozco ya esa historia, abuelo. O sea, la de que los que cantan bien son para una minoría.
-¿Sabes lo que dijo una vez Pastora Pavón cuando le preguntaron por el cante de entonces, a principios de los años sesenta? Que apenas se cantaba flamenco, salvo algunos que estaban medio ocultos en Utrera o Jerez. Se refería a esos que salen en los pueblos, no profesionales, que mueren olvidados. Y fíjate, en los sesenta del pasado siglo, lo que había. Pero ella sabía lo que quería decir.
-¿Algo positivo, abuelo, antes de que tengamos que cerrar el kiosco por desencanto general?
-Sí, la gran cantidad de gente nueva que hay cantando, tocando y bailando flamenco. Eso no ha ocurrido nunca, Manolillo. Es algo que dará sus frutos tarde o temprano, porque necesita tiempo.
-Y los maestros, ¿cómo están?
-Aletargados. Unos viviendo de las rentas y otros del cuento. Que con los maestros pasa como con los genios: cada vez quedan menos. Maestro es el que enseña, y aquí hay pocos enseñando.
-Ya empiezas a desvariar, abuelo. Luego ya sabes lo que pasa, que te tienes que esconder en la sierra porque te quieren liquidar.
-Sinceridad ante todo, Manolillo.
-¿Qué hacemos entonces con el balance, abuelo?
-Los balances son para las empresas.
-¿Dónde pasarás la Navidad, por cierto?
-Lo estoy estudiando. En el campo, seguramente, donde no escuche nada más que lo que quiero.
-Feliz Navidad, abuelo.