Cuando empezaba a ser aficionado al flamenco me encantaba sobre todo hablar con los viejos maestros y leer biografías o entrevistas de artistas a los que no había tenido la oportunidad de conocer. Tuve la suerte de llegar a ser amigo de cantaores que habían nacido antes de que vinieran al mundo mis padres y que fueron figuras en los años veinte del pasado siglo. Me creía todo lo que me contaban sin tener en cuenta que en ocasiones eran personas algo fantásticas que inventaban historias maravillosas. Cuando buscaba información para mi libro de El Carbonerillo, recuerdo que todos lo habían conocido y se habían emborrachado con él en las tabernas de la Macarena. Incluso quienes habían nacido después de morir el genio, en 1937.
Siempre hemos dado mucha credibilidad a los testimonios de estos grandes maestros del cante, el baile o el toque, sin comprobar o contrastar nada, y así se ha escrito la historia de este género artístico. Pero es que seguimos escribiendo libros basándonos en sus valiosos testimonios. Por poner algunos ejemplos, cuando Antonio Mairena hablaba de los mano a mano en Triana entre El Planeta y Juan el Pelao, por tonás, es algo que nunca sucedió, porque Juan el Pelao nació el mismo año que murió El Planeta. O cuando Aurelio Sellés, al referirse a una bulería de Tomás el Nitri (Quién será ese militar), que cantaba la Niña de los Peines, decía que Pastora la cantaba bien, pero, “es que Tomás le hacía una cosita al final…”. ¿Cómo lo sabía él, si nació diez años después de morir El Nitri y éste no dejó nada grabado?
Un tema que me ha interesado siempre ha sido el de las atribuciones de estilos a determinados cantaores del XIX, dejando para la historia una extensa nómina de creadores o compositores. ¿En qué nos hemos basado para asegurar esto? En los testimonios de los grandes maestros. Si Juan Talega le decía a Mairena que tal o cual cante por seguiriyas era de El Fillo, porque se lo había dicho su padre, así se quedaba. Recuerdo que Antonio Mairena cantó una seguiriya monumental en el Gazpacho de Morón, diciendo que era de Silverio. Alguien le llamaría la atención y dos años después cantó la misma seguiriya en el mismo festival y ya no era de Silverio, sino de El Fillo.
Antonio Mairena le daba bastante credibilidad a todo lo que le decían los viejos gitanos, como Juan Talega, del que fue su mentor. Basó su obra en eso, en la tradición oral o la información que le daban determinados cantaores o aficionados viejos. Si le decían que La Andonda era de Triana, lo daba por válido y el maestro de los Alcores se montaba toda una película sobre esta cantaora, que en realidad era rondeña y vivió más años en Málaga capital que en Triana. Comento esto porque se ha criticado mucho a Pepe Marchena por inventarse cosas, como aquello de los fandangos de los montes de Toledo, que tenía su gracia. Marchena fue otro gran fantástico.
La única manera de aclarar todas estas cosas es investigando de verdad y muy pocos artistas del cante lo han hecho, aunque creamos que sí. Les pongo un ejemplo. Cuando Pastora cantaba las cantiñas de La Juanaca de Málaga (Cómpreme usté esta levita), no es porque ningún viejo se las enseñara, sino porque ella la conoció. Incluso fueron vecinas en la Puerta Osario de Sevilla, como se puede comprobar viendo el padrón de vecinos de la calle Butrón, donde nació Pastora y vivió La Juanaca. Esta es la única manera de acabar con tanta fantasía y con tantos embustes, pero parece ser que no interesa mucho que se desmonte la farsa.
Cuando descubrí quién era El Planeta, de dónde era y dónde murió, un viejo investigador me dijo que no escribiera nada sobre él porque no le iba a hacer ningún favor a tamaña figura histórica. Se refería a que si había demostrado que vivió los últimos veinte años de su vida en Málaga y que no dejó ninguna huella flamenca en esta ciudad, es que no tuvo mucho que dejar. Entonces, ¿seguimos con las fantasías o vamos por derecho?