Estoy bastante desanimado por cómo va el mundo del flamenco, sobre todo el de la crítica. Desde hace un tiempo me vienen acusando de que no acepto críticas, algo que no tiene sentido porque estoy en las redes sociales y todo lo que escribo es público, luego puede ser rebatido, que, de hecho, lo es a diario. Lo que ocurre es que a veces me tengo que defender o matizar alguna cosa y eso se entiende como que no acepto réplicas o críticas. De aquí en adelante no me defenderé de nada y así a lo mejor están más contentos quienes van por ahí diciendo que no acepto críticas.
Por lo visto se puede opinar de todo menos de lo que hacen las mujeres. Vale, si es eso, se acabó, no volveré a opinar de nada que tenga que ver con la mujer en el flamenco, esté o no de acuerdo. ¿Es eso lo que quieren quienes hace tiempo que van a por mí? Hace un mes me llamaron para dar una conferencia que no iba sobre la mujer en el flamenco y me obligaban a que me ilustrara la charla una cantaora elegida por ellos. Decliné la invitación, por supuesto. Si un festival lo dirige una mujer, cuidado con criticar su gestión porque te pueden acusar de machista o misógino. Me pasó cuando critiqué la gestión de Rosalía Gómez al frente de la Bienal y me ha vuelto a pasar hace unos días con motivo de un artículo sobre el Cabildo Flamenco de Archidona.
Es ya imposible criticar a determinados artistas porque te machacan desde sus representantes hasta sus seguidores. Tampoco a las instituciones porque te marginan y dejan fuera de cualquier tipo de ayudas. Pongo un ejemplo. En casi cuarenta años de ejercicio de la crítica solo he dado una conferencia invitado por la Junta de Andalucía. Ni una, que recuerde, por el Ayuntamiento de Sevilla, siendo quizá el mayor investigador flamenco de esta ciudad. Hace años que nadie me pide una charla de flamenco en la capital andaluza, siendo sevillano, cuando llevo tres décadas investigando sobre sus artistas. Y jamás he colaborado en nada que tenga que ver con la Bienal, y mucho menos he puesto la mano. Creo recordar que solo he escrito una vez un programa de mano de la Bienal y fue porque un artista decidió meter un texto mío para el de su actuación.
Al parecer, esta independencia profesional es más que suficiente como para que vayan a por mí, que es lo que está pasando desde hace algún tiempo. Cuarenta años de crítico son demasiados y hay muchos y muchas dolidos/as por mis críticas que tienen ganas de que deje de escribir. Ojalá pudiera, pero no sé si por suerte o por desgracia, visto el panorama, vivo solo de esto. No obstante, lo dejaría mañana mismo y me iría de guarda a alguna finca, porque el flamenco está insoportable y creo que no hay ya sitio para alguien como yo, tan sensible, aunque parezca un duro, que reconozco que a veces lo soy. Tampoco es nada fácil ser duro en la crítica flamenca, créanme.
El flamenco no es una mafia, sino varias. Es un mundo de bandas, clanes y pandillas de barrio. Y yo he procurado siempre mantenerme al margen. ¿Saben lo complicado que es escribir cada mes cuarenta artículos de opinión, mojarse, decir lo que sientes y defender tu criterio? El que quiera que se ponga y lo haga. Esos clanes intentan hacerte de ellos para que no los critiques, y si no lo haces van a por ti. Visto lo visto, quizá renuncie a escribir de opinión y me dedique a escribir solo de la historia, de investigación, que en realidad es lo que me gusta. Me dolería, porque creo que fui quien logró meter el columnismo flamenco en las secciones de opinión de los periódicos andaluces.
Les confieso que ya no me divierto con este trabajo, aunque me siga gustando. Y cuando esto deja de ser divertido, es mejor coger la puerta y no mirar para atrás. Durante la Bienal será un buen momento para reflexionar.