Vive aún un cantaor, aunque retirado por enfermedad, Curro Malena, al que admiro desde hace casi cuarenta años. Es lebrijano de Lebrija –sí, un lebrijano de pura cepa–, de los Carrasco, dos veces el mismo apellido por si hubiera alguna duda. Recuerdo cuando comencé a seguirlo, a finales de los setenta, en pleno apogeo de los festivales de verano de los pueblos, donde siempre tuvo un sitio aunque no era fácil hacerse un hueco entonces entre grandes cantaoras y cantaores, desde Antonio Mairena y Fosforito hasta Enrique Morente y Camarón, sin olvidar a mujeres como María Vargas y La Paquera.
Me gustaba Curro Malena por algo que siempre me ha parecido una de sus mejores virtudes, la entrega. Curro no lo basó todo en el buen metal, el pellizco y el duende, que los tenía, sino que ha sido siempre un artista entregado a su profesión, largo y estudioso. Para él el cante es una religión y jamás lo he visto dar ojana en un festival o en una peña flamenca. No es de los que salen a un escenario a charlotear con el público sino a darlo todo. Luego me encanta de él su sonido tan característico, de barro, gitano cien por cien y siempre a compás, como no podía ser menos siendo de donde es.
No sé si se lo llegué a contar alguna vez, pero estando un día en el Festival de Cante Jondo Antonio Mairena, donde cantó aquella noche, estaba a mi vera Curro Mairena, el hermano del maestro de los Alcores. Curro Malena estaba cantando muy bien esa noche y Curro Mairena lloraba por la cara abajo mientras lo escuchaba como el que estaba en misa, en absoluto silencio. Como lo tenía a mi vera, en el palco de invitados, le pregunté que por qué lloraba y me dijo que era el que mejor interpretaba la escuela de ellos, de la Casa de los Mairena.
Me entrañó porque estaba cerca Manuel Mairena, el menor de los tres hermanos cantaores. Lo sonsaqué y lo que me dijo me dejó algo confundido: “Mi Manuel es otra cosa. Curro tiene una cosa suya que gusta. Y es el que más me recuerda a Antonio”. Desde luego, quizá por estar cantando en la casa del maestro, el artista lebrijano cantó aquella noche como no lo había escuchado nunca, sobre todo por cantiñas, seguiriyas, tangos y bulerías.
Una embolia lo alejó de los escenarios y lo cierto es que se le echa mucho de menos en los festivales, porque era siempre una garantía de buen cante. Tenía un sello, aunque fuera seguidor de Mairena. No lo imitaba, solo lo interpretaba, y tiene una obra discográfica muy extensa que comenzó en 1971 con Yunque del cante gitano, y que cerró en 2008 con Memoria viva de los cantes de Lebrija. A veces repaso su obra y mientras más años pasan más me gusta su manera de cantar y más cosas descubro en sus muchos discos.
Hablabas con él de cante, algo que hice muchas veces, y te dabas cuenta de que lo sabía casi todo. No le interesaban solo los intérpretes gitanos, porque era un enamorado de Antonio el Sevillano o El Pinto. Él estaba convencido de que el cante jondo era de su pueblo, de los gitanos, aunque no era fanático y reconocía el valor del que cantara fuera quien fuera y viniera de donde viniera. Quizá por eso era un artista tan querido y respetado en todas partes, aunque su retirada de los escenarios por la citada enfermedad lo haya dejado un poco en el olvido.
Vaya desde aquí mi admiración hacia el maestro lebrijano, Curro Malena, un señor del cante con un corazón tan grande como Lebrija.