Hay cantaores que van creciendo con los años, aun después de muertos. Es el caso de Antonio Fernández de los Santos, El Chaqueta, de quien estamos conmemorando el centenario de su nacimiento. Nació en La Línea de la Concepción (Cádiz), el 10 de mayo de 1918. Hijo de un gitano malagueño, José Fernández Vargas, y de una gitana jerezana, Tomasa de los Santos Moreno. Se crió, pues, en un ambiente propicio.
Era hermano del gran bailaor Tomás el Chaqueta, aunque solo de madre. Tanto su madre como su padre, El Mono, cantaban muy bien. Fue su tío Tomás quien lo empezó a meter en el mundillo, primero en Sevilla y más tarde en otras ciudades claves de este arte. Recuerdo que el Maestro Peana, guitarrista sevillano, me contó en una ocasión cómo disfrutaba escuchándolo otro Tomás, el hermano de Pastora, por quien Antonio sintió siempre devoción. Tomás lo llamaba Antoniño el Mono, que así fue conocido El Chaqueta hasta que su hermano decidió que se anunciara como Antonio el Chaqueta.
Antonio el Chaqueta era sobre todo cantaor de cantaores y artista de artistas, y de estos casos no ha habido muchos en la historia del cante. Era conocido, pero no muy popular. Y era sobre todo una referencia para aquellos que supieron encontrar en él el tesoro que tenía en la garganta, con aquel sonido tan peculiar y el enorme dominio del compás que tenía, que le permitía jugar con él y hacer unos trabalenguas únicos. Por eso se lo rifaban las bailaoras y bailaores, como Carmen Amaya –era muy niño cuando le cantó la primera vez–, la reina del baile gitano.
Dios te ha dado la gracia,
María Dolores.
Y en tus ojos en vez de miradas
hay rayos de sol.
Déjame que te cante
morena de mis amores,
un bolero que embruje
tu garbo que es muy español.
Esta canción por bulerías, que Antonio grabó en 1950 con el guitarrista Paco Aguilera, es lo más conocido de su repertorio. También En la noche negra, o aquel bolero por bulerías, Nadie se haga de ilusiones, de la misma fecha. Y cómo no destacar sus tanguillos, Sentaíto en la escalera. Un genio, sin duda, al que adoró Camarón, quien fue de los pocos que hablaba de él cuando casi nadie lo hacía.
Pero además de un festero de los mejores de todos los tiempos, El Chaqueta cantó de bien para arriba por soleá y seguiriyas, utilizando como pocos la difícil técnica del ligado de los tercios. Es quizá lo menos conocido por los aficionados. Todo, en su conjunto, hace de este histórico artista una ineludible referencia. Hablar de Antonio el Chaqueta es hacerlo de uno de los más grandes, aunque no llegara a ser una lumbrera de cartel. El tiempo, como he indicado al inicio de este artículo, se ha encargado de cederle el sitio que merecía.
Murió el maestro en 1980, cuando nació la Bienal de Flamenco y el cante comenzaba a tomar otros derroteros.