Confieso mi debilidad por Manuel Torres, el genial cantaor jerezano. Digo Torres y no Torre, porque cuando llegó el cantaor a Sevilla y se empadronó, comenzando el siglo XX, lo hizo como Manuel Soto Torres y no como Manuel Soto Loreto, que era su verdadero nombre. La explicación puede estar en que se empadronó por primera vez con la bailaora Antonia la Gamba, Antonia Torres, bastante mayor que él. Además, tanto en los carteles como en la prensa de la época era anunciado siempre como Manuel Torres o el Niño de Torres, cuando no el Niño de Jerez.
Hay diversas versiones sobre origen de su remoquete artístico, como que a su padre le decían Juan el Torre, por su altura o porque trabajó en la finca Las Torres, de la provincia de Cádiz. Sin embargo, me inclino por esa coincidencia con el apellido de su compañera La Gamba. Cuando llegó a Sevilla, después de ser conocido en Jerez, su tierra natal, esa manera de cantar que tenía él no se conocía en la capital andaluza. Los gitanos de Triana cantaban con hondura y ligazón, sobre todo Juan el Pelao, pero si nos atenemos a las grabaciones que hemos podido escuchar de Manuel Cagancho, gitano y herrero, lo del jerezano era otra cosa.
Alguien muy mayor de Triana me dijo un día que Manuel Torres cantaba muy parecido a Francisco la Perla, cantaor trianero aunque criado en Cádiz. Manuel no pudo tener mucha relación con él, aunque sí su padre, Juan Soto Montero, que también cantaba. Pepe, el hermano de Manuel, le confesó a Antonio Mairena que el cante del Planeta (A la luna la pío), lo aprendió de su padre. Y supongo que otros muchos cantes que conocían tanto Manuel como Pepe. Algo aprenderían los dos de un tío suyo, Joaquín Lacherna, hermano de su madre Tomasa, al parecer un seguiriyero descomunal.
«Cuando comenzó a cantar en los cafés y salas flamencas de Sevilla, los aficionados lo hicieron pronto cantaor de la tierra. Y Manuel nunca se fue de Sevilla»
El Niño de Jerez no alcanzó a cantaores como Manuel Molina o Tomás el Nitri, aunque sí su padre, y es más que probable que éste fuera su primer maestro, su propio padre, del que nunca se ha escrito en profundidad, solo de pasada. Lo cierto es que cuando Manuel Torres llegó a Sevilla, con Chacón ya en figura, la lió cantando por seguiriyas, una vez que habían muerto ya seguiriyeros como Frasco el Colorao, Silverio y Antonio Cagancho, entre otros.
Pero, curiosamente, Manuel empezó a ser famoso, más que por el cante, por su habilidad para criar gallos de pelea, su gran pasión. Él y el célebre Juan Dulce, de Cádiz, eran fijos en los reñideros de gallos de la ciudad, sobre todo el que había en el Salón Novedades de Sevilla, en La Campana, como consta en la prensa de la época. Sin embargo, cuando comenzó a cantar en los cafés y salas flamencas de la capital andaluza, los aficionados sevillanos lo hicieron pronto cantaor de la tierra. Y Manuel nunca se fue de Sevilla, vivió en esta ciudad más de la mitad de su vida y en ella dejó una escuela, una manera de cantar que arraigó en el pueblo y en artistas como Tomás Pavón o Antonio Mairena, dos torreros confesos. Sin olvidar a Pastora Pavón, la célebre Niña de los Peines, que lo adoró siempre.
De la familia de Manuel Torres no solo desembarcó él en Sevilla, sino también su hermano Manuel -el otro Manuel Soto Loreto-, que aparece empadronado en Triana, su hermana Gabriela y Pepe Torres. Analizar este desembarco de los Torres en la Alameda de Hércules es una asignatura pendiente en esta ciudad, porque no se puede hablar de cante en ella sin nombrar a tamaña casa cantaora.