Si cualquier persona curiosa, o aficionada al baile flamenco y su historia, prueba a escribir “Antonio Triana” en Google, o cualquier buscador favorito de Internet, apenas encontrará algunas imágenes sueltas y entradas con breves reseñas biográficas, casi siempre atestadas de errores. Dentro del panorama nacional y los círculos profesionales del mundillo son pocos los que conocen la trayectoria de Antonio García Matos, Antonio Triana, “partenaire de las estrellas”, que una vez tocó el cielo artístico y cuyos restos mortales descansan en Forest Lawn, junto a las grandes estrellas del celuloide. Tampoco tendrá mucha más suerte si comienza a buscar entre la bibliografía especializada sobre la época o revisa importantes biografías, como las de Carmen Amaya, con la que conquistó EE UU, o Pilar López, por citar solo algunas, donde escasamente se le cita y de pasada.
El pasado 31 de marzo se cumplieron 29 años del fallecimiento de este tristemente desconocido Antonio Triana, que se paseó por los grandes templos del baile junto a Argentinita y su hermana Pilar, o la referida Carmen Amaya. Ni siquiera le recuerda un simple azulejo conmemorativo en su Triana, el barrio donde se crio y cuyo nombre llevó a todos los rincones del mundo. Su vida no solo acumula hitos artísticos suficientes para que se le rindiera merecido tributo y reconocimiento, además es rica en peregrinas aventuras.
Siendo apenas un niño, Antonio arranca accidentalmente su aprendizaje bajo la tutela del célebre maestro Otero, quien lo empareja con la Quica y los hace debutar bajo el apelativo de “pareja de bailes en miniatura”. Famoso ya en el barrio por su astucia, un talento innato para la mímica y una gracia irresistible, enseguida comienza a ganarse en Sevilla el apelativo de niño prodigio del baile, como así lo demuestran los créditos de un cartel que anuncia una velada en el Teatro de Verano, con El Niño Medina como figura principal. Con el marido de la Quica, el bailaor visueño Frasquillo, lo encontramos bailando en el Novedades o el Kursaal. Blas Vega deja constancia de su actuación la misma noche que debuta oficialmente en Sevilla un joven Niño Ricardo.
Con la decadencia de los cafés cantantes y en contra de los mandatos de sus padres, Antoñito García Matos, que acaba de alcanzar la mayoría de edad, se alista como camarero en el Cabo Villano y pone rumbo a Nueva York en busca de su sueño: convertirse en figura del baile y estrella de cine. Era finales de 1924, años antes de que Lorca dejara constancia del alma inhumana de una megalópolis a la que Antonio se arroja, sin estudios ni un mínimo conocimiento del idioma, tras desertar del barco donde iba como camarero. Con la ayuda de Juan, un barbero de Málaga, encuentra aposento en el Harlem latino y tras una recepción ofrecida a Zuloaga, consigue ganarse un puesto en la compañía de su paisana (y también alumna de Otero) Amalia Molina, con la que debuta en Broadway.
En plena gira por los estados interiores se entera de la muerte de uno de sus ídolos, el galán Rudolph Valentino, algo que siente muy íntimamente, con lo que se despide de la compañía y marcha rumbo a Hollywood, donde siempre quiso estar. Su subida a la cumbre es estrepitosa, en pocos meses se hace un hueco en la emergente meca del cine y el mundillo del baile en Los Ángeles. Fue protagonista, junto a Lupe Vélez, en la premiere de El Gaucho, la esperadísima película protagonizada por Douglas Fairbanks, cuyo estreno congregó a lo más granado de Hollywood en el recién estrenado Teatro Chino de Sid Grauman. El éxito (aplaudido entusiastamente por otro de sus ídolos, Charles Chaplin), le sirve para ganar un papel secundario en La Mexicana, primer cortometraje sonoro de la historia del cine, donde se registró por primera vez el tema “Cielito lindo” y donde, por cierto, se contaba en la parte musical con un joven Xavier Cugat. Lástima que cuando Triana empieza a saborear las mieles de ese éxito, la oficina de inmigración se da cuenta de que Antonio Triana, la estrella emergente, es la misma persona que Antoñito García Matos, el camarero de barco desertado pocos años antes en Nueva York. Por consejo de la oficina jurídica de United Artists, decide dejar los Estados Unidos antes de que lo deporten.
Así aterriza de vuelta en la Sevilla de la Exposición Iberoamericana, donde llega con porte de artista internacional. Se le abren las puertas de los principales teatros de la ciudad, pero sin duda, su gran hito en este periodo es la puesta en escena del Amor Brujo de Falla. Triana es invitado para interpretar a Carmelo en un reparto que está protagonizado por Argentinita, Pilar López y Rafael Ortega. El estreno, que supone la vuelta a los escenarios de Argentinita, tiene lugar en el Gran Teatro Falla de Cádiz, con Lorca y el propio Falla en un palco. Huyendo de la Guerra Civil, que estalla el mismo día del cumpleaños de su hermano, el célebre maestro Manuel García Matos, llega a París, donde el destino vuelve a unirlo a Argentinita y Pilar López. Se suma a la compañía, que llama la atención de Sol Hurok, empresario entre otros del Bolshoi ruso, quien los lleva tras una larga gira a Nueva York. Los primeros episodios de una enfermedad que acabará costando la vida a Argentinita, hacen que la compañía se disuelva y Antonio busque posibilidades. Así comienza su época junto a Carmen Amaya.
Triana, junto a Hurok, será responsable directo de la conquista norteamericana de Carmen Amaya. Es curioso que la persona que envió el telegrama a la catalana ofreciendo el contrato que propició su desembarco en Nueva York, solo aparezca referido como un actor secundario en la gesta. Fue él quien se encarga de las coreografías de toda la compañía y el ideólogo de un espectáculo trufado de números clásicos de danza española, desde Albéniz a Granados, sin cuyo concurso nunca se hubiera podido conquistar el Carnegie Hall. Tras reventar Nueva York, la compañía emprende una gira americana que culmina en Los Ángeles con una cita doble en el Hollywood Bowl, donde comparten programación con Frank Sinatra. Se abre entonces la posibilidad de iniciar una gira sudamericana que Antonio Triana declina. Por fin estaba de nuevo en Hollywood, donde siempre quiso estar.
Con la ruptura artística con Amaya comienza una de las épocas más felices de su vida. De nuevo retoma el contacto con los grandes estudios. Directores de la talla de Boris Petroff, Anthony Mann o George Cukor, cuentan con el trianero para montar las escenas dancísticas de sus películas. Baste solo citar su trabajo en “Las Nieves del Kilimanjaro”, una de las mayores superproducciones del Hollywood de los 50, para hacernos una idea de la integración de Antonio entre los círculos artísticos de la ciudad.
Otro dato. Hace pocos años, la prestigiosa casa de subastas neoyorkina Doyle, vendió un óleo de Nicholai Fechin por 392.500 dólares. El título del cuadro era Antonio Triana as a Gypsy, un retrato que el universal pintor ruso hizo a su amigo. Y no fue el único. Pintores de la talla de Will Foster, artista de cabecera de la generación Beat, frecuentaban la compañía del trianero. O Francis Lenn Taylor, padre de Elizabeth Taylor, galerista de Hollywood, con el que según su hija Luisa Triana, “le encantaba charlar de arte y se echaban sus cigarritos”. El mismísimo Gene Kelly, se confesaba fan incondicional de Antonio Triana, era asiduo a las clases del trianero en los estudios Di Rea y en las timbas de póker que montaba en casa, donde muchas veces apareció Luis Buñuel. No son más que un breve ejemplo de las muchísimas personalidades con las que Triana trabajó y convivió a lo largo de muchos años de éxitos en Los Ángeles.
Alejado ya del mundo del cine y los escenarios, Triana pasó la última parte de su vida en El Paso, Texas, donde mantuvo hasta su muerte, a los 83 años, una academia de bailes. Llevaba una vida familiar junto a su última esposa, Rita, y los dos hijos que tuvo en el matrimonio.
Para poner en valor la vida y logros de este singular bailaor (y los de su hija Luisa, que debutó de la mano de Argentinita en Buenos Aires a la edad de siete años), vamos a editar un libro que refleje dichas trayectorias. Para ello, junto a la periodista y crítica de danza, Marta Carrasco, hemos llevado a cabo una larga investigación y estamos en fase de redacción. Esperamos que el volumen pueda presentarse a finales de este año.
Alberto Guillén