Hace años que conozco al cantaor granadino Antonio Campos. Digo granadino, aunque naciera en Tarragona en 1972, al ser hijo de emigrantes andaluces. Tenía solo meses cuando ya vivía en Atarfe, el pueblo granadino donde se crió, en la mismísima vega. Fue Mario Maya, el gran bailaor y coreógrafo, quien me lo presentó en Nueva York hace ya algunos años y lo hizo con estas palabras: “Este es algo más que un cantaor, es una perita”.
Quería decir el maestro que era una perita en dulce, expresión muy andaluza que busca señalar que algo es bueno o muy bueno: digamos que especial. Y es que Antonio Campos Muñoz es eso, algo especial, un cantaor vocacional que toca la guitarra y el piano y que, además, escribe, y no lo hace mal. Tiene una sensibilidad extraordinaria para todo lo que consideramos arte, y el flamenco lo es. Y la música, y la literatura.
No es el primer cantaor que escribe, y esperemos que no sea el último. Cantaores, bailaores y guitarristas lo han hecho a lo largo de la historia de este arte, como fueron el Maestro Otero, Fernando el de Triana, Rafael Marín, Realito, Antonio Mairena, Rafael Pareja, Luis Caballero o Manolo Sanlúcar entre otros. Antonio Campos se une a ellos y lo hace con un libro de cuentos, Desde la Alhambra yo te los cuento, otra manera más de contar el flamenco. Y celebro que Antonio tenga esa necesidad atávica de cantar y contar, a compás, las cosas de la vida, de la suya y la de los demás.
Son tres cuentos, tres historias, a través de las cuales va contando lo que ha sido su relación con el arte que mueve el motor de su vida: Candela, Ostalinda y Bobote y El Eléctrico. Escribir, como cantar, tocar la guitarra o bailar, es un don. También un oficio, pero cuando es un don transmite mucho más y sabe mejor todo. Antonio tiene esa gracia natural, nada fingida, que cautiva al lector y que lo atrapa. Dice cosas de una sencillez tal que, leídas varias veces, te hacen decir para tus adentros: “¡Eso lo podría haber dicho yo, cojones!”.
Escribir bien es saber contar historias, reales o inventadas, y Antonio lo sabe hacer muy bien. Me encanta cómo describe a El Eléctrico y El Bobote, y el mundo de estas bacterias sevillanas, trianeras por más señas. Y cómo ha sabido ver en los dos bailaores, cosas que no todo el mundo puede ver. Porque escribir también es eso: ver lo que otros ni huelen.
Por último, Antonio, que tiene ya 47 años, es un niño grande y ese punto infantil, adorable, lo hace encantador. No es posible contar cuentos sin tener algo de niño grande, y Antonio lo tiene como lo tuvieron otros geniales artistas del flamenco o la literatura. Como dirían los flamencos, el que tiene el burro es el que lo vende, y Antonio lo tiene.
Feliz hallazgo, maestro.