Suele ocurrirme con frecuencia desde que fue de dominio público la conexión de nuestro apellido Japón con aquella novelesca embajada Keicho que trajo a nuestra tierra (en 1614) a representantes de aquel país del “lejano Oriente”. Muchos de mis amigos, -o de aquellos a quienes por alguna razón trato-, dan por hecho que siendo yo aficionado y estudioso del flamenco y llamándome Japón debería disponer de las claves ocultas que desvelaran el misterio: ¿por qué el flamenco tiene en Japón esta constatada aceptación?, ¿por qué gusta tanto el flamenco a los japoneses?, en fin ¿por qué tantos/as de ellos/as vienen hasta España (y singularmente hasta Andalucía) para aprenderlo? Y me apresuro a decirles que no es así, ¡qué más quisiera yo!, y que sobre este asunto de los “amores” de los japoneses/as por el flamenco tengo muchas más preguntas que respuestas. Lo cual es muchas veces, -añado para mí como un signo de esperanza-, el punto de partida del conocimiento.
El asunto de estas relaciones entre el flamenco y Japón es, de algún modo, la historia de un recíproco “descubrimiento”, porque es constatable que, en la misma medida que ellos quedaron fascinados al conocer esta manifestación creativa del alma andaluza, también nuestros artistas, en cuanto viajaban a Japón, -desde el final de los años cincuenta del pasado siglo es extraño hallar a un flamenco/a de cierto nivel que no lo haya hecho-, sintieron la voz envolvente de la seducción por aquella cultura, por aquel modo de reaccionar y de comportarse de los espectadores japoneses ante sus actuaciones. Esto último es un dato que sí he podido constatar en el testimonio de muchos de esos artistas, que regresaban con la íntima satisfacción de haber sido tratados como lo que eran, grandes artistas, aunque muchos de ellos, ¡ay¡ no lo sintieran tal cosa en su propia tierra. A este respecto, permítame el lector eludir el nombre de un reconocido cantaor que me comentaba un tanto sorprendido y como una “rareza japonesa” que “allí había que ensayar antes de salir a actuar”. Y otro, Vicente Amigo, afirmaba hace poco, tras regresar de una estancia en Japón: “Me dan mucho miedo los aviones, pero sigo viniendo a Japón porque este pueblo te hace sentirte mejor que en tu casa”, algo que estoy seguro comparten muchos/as flamencos/as..
El asunto nos confronta a dos cuestiones básicas y por tanto a disponer de dos tipos de respuestas que aquí sólo apunto: una, ¿desde cuándo y cómo el flamenco llegó a Japón?; la otra, de mucho más difícil explicación, ¿cómo explicar la aceptación instantánea y el seguimiento fervoroso que los japoneses /as han tenido con el flamenco?. Y nada de ello será posible entender del todo sin tener en cuenta la peculiaridad de la Historia japonesa. Sobre la primera tenemos suficientes datos como para esbozar los hitos del proceso; pero sobre la segunda apenas podemos hacer algo más que movernos en el terreno de las suposiciones o de las apreciaciones subjetivas aportadas por sus protagonistas, es decir, por los propios artistas flamencos, ya sean españoles o japoneses. Así, es sabido que fue Antonia Mercé “La Argentina” la primera artista española registrada en Japón, en 1929 y Kyoko Shikaze, -fuente muy principal para estas cuestiones-, señala que aunque hacía danza española, también interpretó un “Tango andaluz”, acompañado con castañuelas que, tal vez, es “el primer número flamenco bailado en Japón”. Fue suficiente, nos dice Shikaze san, para que algunos japoneses comenzaran ya a bailar como ella. De esta primera etapa merecer ser citado el guitarrista Carlos Montoya, cuyo paso por Japón fue, así mismo, trascendente. Más la Segunda Guerra Mundial abrió una enorme sima en esta precoz relación que sólo comenzó a salvarse desde el final de los años cincuenta en adelante. Es el comienzo de un proceso complejo, -imposible de pormenorizar ahora-, que lleva a la situación actual: unos 80,000 estudiantes de flamenco y unas 600 academias de cante, toque y baile, además de innumerables tablaos, restaurante con programación flamenca, etc. etc.
Sobre la segunda cuestión, resumimos diciendo que hay casi tantas opiniones como opinantes. La propia Shikaze advierte que los japoneses se entregan a todo lo que aman y que aman otras muchas músicas además del flamenco. Un dato, no obstante, les distingue y no es ajeno a cuanto aquí tratamos: su capacidad para ir a buscar el conocimiento en el lugar adecuado, por muy lejos que esté y junto a ello, una congénita aptitud para la imitación y el aprendizaje. El maestro Morao me lo resumía así hace unos días, café por medio: “Lo que el flamenco encuentra en Japón es lo que necesita: respeto y sensibilidad” y añadía que aunque él había actuado allí una sola vez, hablaba por experiencia propia.
Juan Manuel SUÁREZ JAPÓN