Comienzo diciendo que me gustan todos los que bailan bien, sean de donde sean y de cualquier escuela. Sobre todo me gustan los que saben al paisaje, que eso era la pureza para Antonio Mairena: el sabor al paisaje. Cuando el gran maestro hablaba de la soleá de Alcalá, una de sus preferidas, solía decir que le gustaban aquellos cantaores –o cantaoras– que olían a pan caliente y al aroma de las flores del castillo árabe, donde vivía Joaquín el de la Paula y su sobrino Manolito el de María.
En la misma línea se manifestó Fernando el de Triana cuando se refirió en su libro a los fandangos de Alosno, dejando claro que tenían que oler a aquel paisaje de jara y aguardiente. Pues en el baile ocurre lo mismo. Cuando veía bailar a Rafael el Negro, Juan Montoya o Pastora la del Pati, se me venían al paladar el sabor de los albures fritos y los barbos adobados. Bailaban de una manera natural, como lo habían aprendido en las fiestas de los corrales de la Cava Nueva de Triana viendo a sus abuelos o padres.
Por eso me gusta el baile de Pepe Torres, de Morón de la Frontera, nieto de uno de mis cantaores favoritos, Joselero de Morón. Porque aunque lo viera bailar en Nueva York, me transportaría a su pueblo natal y se me vendría a la garganta un inconfundible sabor a sopeao o berza. Me acordaría enseguida de su abuelo, de su cuñado Diego del Gastor y de Pepe Ríos, que bailó más gitano que nadie de esa zona de Sevilla. Porque, en efecto, este bailaor huele y sabe al paisaje moronero.
¿Por qué no ha llegado más alto como bailaor Pepe Torres, siendo tan bueno y tan natural? Por el mismo motivo por el que no lo hicieron muchos bailaores de otra época: porque el baile puro, flamenco y sin apenas influencias de otras danzas siempre ha sido para el deleite de una minoría. ¿Pero no es esto una contradicción? Si nos gusta lo bueno y lo consumimos, el buen el jamón, el buen vino o el mejor marisco, ¿por qué no el mejor baile flamenco? Porque Pepe Torres no es de los más considerados y solicitados, por si no lo saben.
Además de bailar más flamenco que nadie –o más gitano–, toca bien la guitarra y hasta canta. Es decir, Pepe Torres es un artistazo, un hombre que tiene el don del arte, sin alardes técnicos forzados, ni ojana. Es como bailaor, igual que como persona: de una sinceridad admirable. Y cuando baila por bulerías lo hace de una manera tan gitana que no te acuerdas de nadie. Si acaso de Pepe Ríos, Farruco o su tío El Andorrano, que de ahí viene el arte del moronero.
Al destacar a Pepe Torres, su estilo y su arte, no estoy tratando de decir que esto es lo que vale y que lo demás, no. No es eso. Solo trato de llamar la atención sobre un bailaor y una manera de bailar que me gusta y que deberían estar presentes en más programaciones nacionales e internacionales por ser un tesoro cultural. Es solo por eso. No se lo pierdan.