El cantaor conocido por todos los aficionados como “Camarón de la Isla” nació en San Fernando el 5 de diciembre, 1950, como José Monge Cruz. Su apodo, “Camarón”, que es una especie pequeña de gamba, fue una referencia a su cabello claro. Murió prematuramente el 2 de julio, 1992.
Esa es la versión corta. La versión larga, a pesar de que Camarón viviera sólo 41 años, es, en realidad, muy larga. Y alta y ancha, y más grande que la vida misma. El niño que desde su niñez llamaba la atención de grandes figuras, como el legendario Manolo Caracol, llegó a ser un adolescente cuyo círculo de amigos incluía a jóvenes que llegarían a ser intérpretes de primera categoría, como Rancapino, Pansequito o Juan Villar, y cuya fama crecía de forma exponencial después de que se juntara artísticamente con el espectacular guitarrista Paco de Lucía, otro genio del flamenco, sin el cual Camarón probablemente hubiera tenido su lugar en la historia del arte jondo, pero no como la figura de culto en que se ha convertido y seguramente seguirá siendo.
Hacia finales de octubre, la Consejería de Cultura, mediante el Instituto Andaluz de Flamenco, con la colaboración del gobierno municipal de San Fernando y la Universidad de Cádiz, organizó un congreso bajo el lema “Leyenda Camarón 25 Años” para conmemorar el cuarto de siglo que ha pasado desde la desaparición del cantaor.
Es muy poco probable que el nombre de cualquier otro intérprete del flamenco hubiera sido representado en una escultura de resina de poliéster de 7 metros de largo y 2 de alto para adornar la entrada al Centro de Congresos de San Fernando. Tampoco hubieran acudido a este pueblo, ubicado en el camino de Cádiz capital, los numerosos expertos, VIPs y aficionados que casi llenaron el amplio auditorio.
Con el sol otoñal de Andalucía generando unos 30 grados centígrados en la calle, nos sentamos en el moderno espacio climatizado del Centro para escuchar a personas como Manuela Carrasco, Tomatito, Curro Romero, Pepe de Lucía, Rancapino y otros del círculo de Camarón, además de periodistas, biógrafos y analistas especializados que ofrecieron sendas perspectivas acerca del niño prodigio que llegaría a transformar el género jondo.
Por las noches había actuaciones en diversos lugares, incluyendo la legendaria Venta de Vargas donde un jovencísimo Camarón y sus amigos se habían empapado de la vida flamenca, y alternado con figuras que estaban de paso.
De esta manera, en el vigésimo quinto aniversario del día que sacudió el mundo flamenco con la noticia de la muerte prematura de Camarón, nos reunimos para rendirle homenaje. Es típico que aficionados actuales citen su primer contacto con la música de Camarón como el principal factor que provocó su interés en este género, incluso cuando toda una generación de seguidores no tuvo oportunidad de verlo en persona. Para nosotros los mayores, y para mí personalmente, recuerdo aquellos tiempos moviditos de los años setenta cuando Camarón era el chico dorado del flamenco, y lo veías hasta en la sopa…festivales, tablaos, fiestas, a menudo en Utrera, donde siempre le gustaba tocar la guitarra para el cante de los demás. También recuerdo haberlo visto en lo que era entonces el frontón de Madrid; sinfín de gitanos que llenaron el amplio espacio con sus familias extendidas y neveras; personas a las que claramente no les había importado el flamenco anteriormente, ahora consideraban a este joven cantaor como una deidad, y se agolpaban en la puerta de salida del camerino esperando vislumbrarlo para que pusiera las manos sobre sus bebés. Decir que Camarón fue figura de culto, queda corto.
Pero en términos reales, ¿qué aportó Camarón al género que ha sido designado por la UNESCO Patrimonio Inmaterial de la Humanidad? La respuesta más concisa: el sonido canastero. Es una manera de cantar que ya existía en la región de Extremadura en el suroeste de España y en el sur de Portugal, y que anteriormente no se había aprovechado comercialmente. Hace uso de un decir y sutilezas inconfundibles que evocan algo más exótico, sensiblemente menos occidental que el flamenco no canastero. Melodías que se doblan y lloran, coros, notas deslizadas al bemol que insinúan orientalismo sin desviarse de las escalas normales. Con el brillante apoyo de Paco de Lucía, el compás se trataba de manera nueva; recovecos del tiempo que siempre habían estado allí, deshabitados, ahora se hacían importantes, un repertorio de lo más variado tomó forma con especial atención a los palos festeros, bulerías y tangos, y por supuesto, la fusión con la música pop aseguró el lugar de Camarón en la historia del flamenco contemporáneo.