Me echo a buscar palabras y no las encuentro. Poco entiende el flamenco de explicaciones. ¿Cómo os traigo un pellizco sin que pierda la estremecía por el camino? Saber qué pasó es imposible. Describir los momentos despojándolos del sabor de un sonido es resumir con letras lo incomprensible. Reducir las caricias a dibujos sobre un papel no tiene sentido. Ramón Amador volvió a hacerlo. Cuando me di cuenta me había robado. Su guitarra se coló por las entretelas de mi sentío.
Achicó el programa porque allí acotan el arte con el reloj. Inaudito. Pero le bastaron menos de cincuenta minutos para enamorar. Y todavía le sobró tiempo. Porque el que tiene el don se rebusca en el trance y te hace vibrar desde el principio. Si existe el duende, llevó su apellido. Y se abrazó a los seis ríos de plata de su guitarra de Barba.
«Después puso el bordón en re para endiñarnos zamarreones con una farruca apoteósica, gorda y flamenca, plomiza, jonda, sublime… con aires morunos de zambra, quizás inspirada en aquella Gitanería arabesca del Niño Ricardo. Se deshizo en elegancia con la rondeña. Hasta entonó al cante unas letrillas con muchísimo gusto»
El Espacio Turina se convirtió en el templo de la guitarra en Sevilla. Ramón en el tótem al que acudían todas las almas con sus oídos. Rizó la granaína. Comenzó a desprender un aroma embriagador que perfumó la sala de gitanería. Y a borbotones de sensibilidad encandiló al público.
Para reinventar minutos más cortos, en un alarde de genialidad ligó sus composiciones en un todo en uno a tres por cuatro, engarzándolo con aires de seguiriya para arribar en las guirnaldas de sal de unas extraordinarias alegrías. Después puso el bordón en re para endiñarnos zamarreones con una farruca apoteósica, gorda y flamenca, plomiza, jonda, sublime… con aires morunos de zambra, quizás inspirada en aquella Gitanería arabesca del Niño Ricardo. Se deshizo en elegancia con la rondeña. Hasta entonó al cante unas letrillas con muchísimo gusto. Y echó el cerrojo al recital con unas bulerías vertiginosas e inaprensibles para casi cualquier humano que toque. Recibió una tanda de aplausos. La ovación pedía el bis. Salió a saludar y se contuvo, porque si no el teatro le reñía por el tiempo. Ramón Amador se coronó en el Festival de la Guitarra de Sevilla y demostró por qué es uno de los mejores guitarristas de la actualidad en la capital hispalense y fuera de ella.
Lo acompañó a la percusión Luis Amador. Y no fue un acierto. No por su calidad artística, que en ningún momento la cuestiono, todo lo contrario, sino porque al ser un concierto acústico, sin megafonía, el cajón se comió en volumen a la guitarra en numerosas ocasiones y no pudimos apreciar bien su sonido.
«Ramón dio una lección de toque. Ofreció un recitalón de altura. Puso el listón muy alto y me reenamoró. Porque su guitarra es de seda y fuego. Pegó pellizcos y arañones, pero sobre todo caricias»
Ramón se lució con una pulsación rotunda, caliente y firme, de pulcritud envidiable, con seguridad y holgura. Destacó sobremanera en los picados, siempre limpios, de escalas rápidas y precisas. Tremendo estuvo con los alzapúas. Sus trémolos descollaron brillantes, cristalinos. Al igual que los arpegios, ya fueran en las tres primeras o ligados con los bordones, donde supo jugar su pulgar derecho con absoluta maestría. Conjugó lo melódico y lo armónico en falsetas frescas, actuales y a la vez antiguas, con la mirada en Vicente, Gerardo, Paco… Pero todas fueron suyas. Soberbio, elegante y exquisito descifró entre sus yemas los misterios del compás. Y se doctoró en composición.
Ramón dio una lección de toque. Ofreció un recitalón de altura. Puso el listón muy alto y me reenamoró. Porque su guitarra es de seda y fuego. Pegó pellizcos y arañones, pero sobre todo caricias.
Ficha artística
Pa los que se van
XV Festival de la Guitarra de Sevilla
Sala Silvio, Espacio Turina, Sevilla
1 de noviembre
Guitarra: Ramón Amador
Percusión: Luis Amador