Antonio Machado y Álvarez, Demófilo (Santiago de Compostela, 1846 – Sevilla, 1893), era un convencido de la cultura del pueblo, de la importancia de la misma en el desarrollo humano y social de una tierra —la del sur del sur, por ejemplo— a la que el resto de España daba la espalda con la naturalidad más grande del mundo. Por ello dedicó gran parte de su vida al estudio y al análisis de nuestro saber desde la óptica musical y literaria, mirando al pueblo, frente a él, desde sus posturas republicanas y anticlericales. Un convencido de lo que luego vino a llamarse “la cultura de la sangre”, que cuentan que su abuela nunca cruzó el puente para ir a Sevilla, que en Triana lo tenía todo.
Demófilo —que muere a causa de una enfermedad contraída en San Juan de Puerto Rico, donde tuvo que irse a buscar las habichuelas para su familia— identificaba el concepto de “flamenco” con lo gitano, explicándolo con su mijita de guasa de sevillano serio, que no todo en la ciudad es el contador de chistes facilones y el de la chaquetita apretada. En su archiconocida Colección de cantes flamencos de 1881 da una versión pícara, jocosa, del porqué se le llama “flamenco” y por qué su identificación con el mundo gitano. Según el padre de los autores de La Lola se va a los Puertos, la gente les decía “flamencos” a los gitanos por el color moreno de la tez gitana en contraposición —ahí está la guasa— al blanco y rubio de los naturales de Flandes. Ya lo dejó escrito Luis Montoto: “El desaliño de su persona contrastaba con lo pulido de su conversación y la finura de sus maneras y de su trato”.
El año 1881 fue fundamental para la literatura flamenca. Al albor del folklore andaluz aparecieron tres publicaciones que podríamos calificar como fundamentales: la ya citada de Demófilo, el Die cantes flamencos, de Hugo Schuchardt, y el Primer cancionero de coplas flamencas, de Manuel Balmaseda González, un ecijano que nació como “hijo del trabajo” y murió de hambre y de penas en Málaga.
Podemos afirmar que Colección de cantes flamencos es la primera obra —entre ensayo y recopilación de letras populares— que tiene como tema principal y único el arte flamenco, compilando cantes flamencos y literatura oral, cimentando los posteriores estudios sobre la cultura popular. Es el primer trabajo que se acerca al flamenco de una forma científica, de mano del denominado movimiento folclorista, y del que Demófilo —que significa “el amigo del pueblo”—, lastrado por las penurias económicas y su precaria salud, fue puntal esencial.
Recopilación y ensayo, pues hasta de críticas duras están llenas sus páginas. Por ejemplo, esta sentencia referente a Silverio Franconetti: “¿Cabía ennoblecer este género, llevándolo de la taberna al café? Creemos que no, y que la idea del cantaor andaluz, aunque generosa en su origen, es equivocada y contraproducente”. Como podemos ver, el pesimismo que envuelve siempre el futuro del flamenco no es nada nuevo: es más viejo que el hilo negro. Y es que, según Machado y Álvarez, el arte flamenco aún debería estar en el ámbito de la familia, de puertas para adentro. Según él, aún estaríamos viviendo en lo que llamaban la Etapa Hermética. Y no es eso, don Antonio. No es eso. Pero estas cosas hay que contextualizarlas y entenderlas en el momento en el que se piensan y se dicen. A Demófilo se le ha juzgado duramente por la actual flamencología. Craso error, creo. Su obra hay que valorarla desde la perspectiva del tiempo, porque él partió de cero y nosotros, gracias precisamente a hombres como él, no.
«El pesimismo que envuelve siempre el futuro del flamenco no es nada nuevo: es más viejo que el hilo negro. Y es que, según Machado y Álvarez, el arte flamenco aún debería estar en el ámbito de la familia, de puertas para adentro. Según él, aún estaríamos viviendo en lo que llamaban la Etapa Hermética»
La publicación de la obra en 1881 —“reconstrucción científica de la historia y de la cultura”— fue un hito en el flamenco, pues es la primera aproximación rigurosa —más o menos sólida— a nuestro arte desde una visión antropológica que sirviera en el futuro como documentación básica para el estudio del arte flamenco, para conocer “el timbre de las voces de la tierra”. Nos aporta cantes y pregones perdidos en los años. Y, quizás, lo que es más importante: nombres y datos de cantaores entre las brumas del tiempo, recordados por Juanelo de Jerez, tales como Tío Luis de la Juliana —una leyenda nunca confirmada—, La Serneta —un mito por soleá— o El Colorao —que cantaba remedando el francés—. Además, como dijimos, recupera y recopila letras, cantes y pregones de los que se escuchaban en las tabernas, en las fiestas familiares y en las calles desde toda la vida de Dios.
Y para ejemplo, un botón: en sus páginas recoge esta letra que cantaba Tragabuches —picador de toros, cantaor y bandolero— en el apartado de Peteneras, incluyendo algunas variantes. Aquí aparece de la siguiente forma:
Una mujé fue la causa
de mi perdisión primera:
No hay perdisión en er mundo
¡niña de mi corasón!
No hay perdisión en er mundo
que por mujeres no venga.
Su hijo Manuel lo describe así: “Mi padre (…) fue un excelente folklorista, tiene un volumen de folklore, que usted puede ver en la Biblioteca Nacional. Fue el primero, en España, que se ocupó del alma popular. Aun no seguí yo esos derroteros, ello se trasluce en mi obra. También en la de Antonio”. Por su parte, Antonio escribiría: “(…) / Mi padre, en su despacho. —La alta frente, / la breve mosca, y el bigote lacio—.”
Con Demófilo —que conoció a la que sería su esposa y madre de sus hijos en el puente de Triana, una vez que varios delfines subieron el curso del río Guadalquivir— comienza una saga de poetas flamencos —sí, flamencos— que son homenajeados y recordados, que es más importante, estos días junto al puente de San Bernardo. No es cosa de perdernos tan gran acontecimiento literario y flamenco, porque flamencos son los que aparecen en ese retrato de familia. ♦
→ Ver aquí la primera entrega de esta serie: ‘Los Machado, retrato de familia’ (I): Cipriana, la mujer de los cuentos