En el contexto territorial de lo jondo, el papel de los movimientos sociales y de las asociaciones se ven como habituales, e incluso con un marcado tan de carácter institucional que conviven con nosotros desde el ecuador del pasado siglo, contribuyendo, además, al crecimiento cuantitativo de la participación conjunta en aras de unos intereses comunes. Y no me refiero a fines lucrativos, sino a la promoción del flamenco.
Apunto a las Peñas Flamencas, de las que, en el último tramo de este año 2024, la memoria me retrotrae a aquellas que están celebrando las bodas de oro de su creación, entidades privadas que llevan medio siglo facilitando el acceso a la cultura flamenca, contribuyendo al conocimiento del entorno y su influencia en el desarrollo de las personas, fomentando, igualmente, valores entre los jóvenes y promoviendo, por añadidura, el interés por las distintas facetas del género.
Es evidente que hay colectivos que anteponen el provecho económico –y hasta el fraude– al beneficio cultural. Pero ese es otro debate. Hoy lo que nos salta a la vista es la relevancia de aquellas peñas flamencas que llevan diez lustros no beneficiando exclusivamente a las personas asociadas a la misma, que también ocurrió en otro tiempo cuando se prohibía incluso la entrada de la mujer, sino aportando a la sociedad el consumo de un arte que es el que nos representa e identifica.
En ese marco, Córdoba juega un papel crucial en la formación identitaria del asociacionismo, con elementos culturales que nos ayudan a los analistas a definir quiénes somos y cómo vemos el mundo, ya que cada asociación tiene sus propias normas y modos de comunicación para impulsar, expandir y promocionar el flamenco.
Destaco en el territorio cordobés a La Rambla, tierra de artesanos en la que Antonio Soto, alias Malasalida y primer presidente de la Peña Flamenca La Bulería, junto a otros como Juan Soto Polonio y Juan Salado Trocoli, se propuso utilizar los alfares como una fuerza superior, la de moldear el valor del cante para convertirlo en auténticas obras de arte.
La fecha de inauguración la fijamos el 18 de diciembre de 1974, y desde entonces han elaborado de igual modo los espacios para las siete cuerdas del diapasón y el baile, ya sea a mano o en el torno del lenguaje corporal, hasta secar y cocer la cerámica del arte al aire libre a partir de agosto de 1976 con el I Botijo Flamenco, donde también los talladores de madera y los forjadores de hierro contribuyeron a que el flamenco sea considerado como patrimonio cultural y promocionado en la localidad como atractivo turístico, al par de promover la identidad colectiva de un pueblo y la conservación metafórica de sus recursos naturales.
La Peña La Bulería, hoy bajo la presidencia de José Gálvez, me hace rememorar aquel día histórico en que, rigiendo los destinos Antonio Osuna Cobos –barbero y que cantaba por Mairena–, se rindió justo homenaje a Antonio Mairena el 18 de diciembre de 1981.
«Córdoba juega un papel crucial en la formación identitaria del asociacionismo, con elementos culturales que nos ayudan a los analistas a definir quiénes somos y cómo vemos el mundo, ya que cada asociación tiene sus propias normas y modos de comunicación para impulsar, expandir y promocionar el flamenco»
Pero si persistimos en construir hechos significantes, también la insignia de oro se le concedió el 1 de abril de 1988 a Fosforito, que tan profundas huellas dejara en el Botijo Flamenco, al igual que El Cabrero, El Lebrijano, Luis de Córdoba o el baile de Concha Calero, Angelita Vargas e Inmaculada Aguilar, con la presentación siempre del entrañable compañero y amigo Rafael Salinas, que fue quien en 1991 me cedió el testigo para hacer de introductor de embajadores.
De La Rambla fijamos rumbo a Montilla para incorporarnos a la autovía de Málaga, porque a poco más de media hora, avistamos la ciudad califal, Córdoba, que también está de celebración, porque la Peña Flamenca de Córdoba, cuyos destinos rige Marcelino Ferrero Márquez, nos recuerda la conmemoración de la 50 Semana Cultural, que en esta edición se ha propuesto hacer del lenguaje de la comunicación un templo en el que dejar encerrado, como en un relicario, el alma de la autenticidad de sus intenciones.
La Peña Flamenca de Córdoba me retrotrae a dos nombres de peso, como los de Luis Melgar Reina, tan ilustre, y Agustín Gómez, compañero de debates, siendo el pontanés el gran pilar indispensable de la entidad, tanto que, fundada el 28 de noviembre de 1971, fue su primer presidente, propiciando y estableciendo procesos permanentes de interacción e integración con los sectores sociales de la capital cordobesa.
Desde la emblemática y primitiva sede de la Taberna de la Sociedad de Plateros San Francisco, se impulsó una actividad tan prolífera que alberga a la mencionada Semana Cultural, el concurso Albolafia Flamenca, que en su primera edición de 1973 logró mi paisano Antonio Suárez; Seminario de Estudios Flamencos; Concurso de Fotografías; los Trofeos Venancio Blanco, que fueron a manos de Antonio Mairena, Melchor de Marchena, Matilde Coral o el buen amigo y exalcalde Antonio Alarcón Constant, o el Concurso Literario González Climent, certamen que patrocinó Luis de Córdoba con la colaboración de Virgilio Editor y que en su primera edición de 1985, ganara Philippe Donnier por su obra El duende tiene que ser matemático.
Fue, asimismo, la Peña Flamenca de Córdoba la que fijaba cada Cuaresma su bien organizada Exaltación de la Saeta, o sus elogios a la Navidad desde 1995 en Bodegas Campos. Pero también es la que puso en antena, bajo la dirección de Luis Melgar, el programa Aula Flamenca en La Voz de Andalucía, a más de organizar actos que retiene la historia, como la colaboración el año 1974, con el Ayuntamiento y el ofrecimiento de Antonio Mairena, del descubrimiento de una placa en la casa donde vivió Ricardo Molina con la madre, concretamente en la calle Coronel Cascajo.
Este colectivo, en correspondencia con el enorme historial que registra, da para escribir un copioso libro, aunque tengamos por relevante lo más inminente, como es la 50 Semana Cultural, por la que ha desfilado lo más granado del mundo del flamenco contemporáneo, artistas de nivel muy superior, eminentes escritores, críticos, pintores y, en definitiva, personajes ilustres que han destacado en su campo de acción y que realizaron significativas contribuciones a la sociedad.
Tanto en el caso de La Bulería, de La Rambla, como el de la Peña Flamenca de Córdoba, subyace, perceptiblemente, una cualidad que en este tiempo se valora bien poco, la lealtad, condición que en el flamenco implica un compromiso firme y duradero con una causa cultural, y que debiera ser considerada como una de las virtudes más importantes de la sociedad cordobesa.
Mas sin abandonar esa edad que representa un punto de inflexión, la de los 50 años, donde los citados reflexionan en este trimestre sobre los éxitos alcanzados y establecen nuevos objetivos para el futuro, en ese entorno nos asalta un interrogante: ¿hay más Bodas de Oro en el tejido asociativo? Es una pregunta que tendrá respuesta en próxima entrega.