Ay, esos vídeos caseros de telefonito donde vemos a un crío, a veces en pañales, más o menos moviéndose a compás o agitando los brazos, medio fingiendo cantar o bailar, rodeado de adultos orgullosos de su pequeño prodigio.
Seamos realistas. ¿Con cuántos años está hecho un cantaor? ¿Con qué edad es capaz de levantar el vello de los demás contando historias mediante su sensibilidad flamenca? En otro artículo hemos repasado los niños de la serie Rito y geografía del cante dirigida por José Mª Velázquez Gaztelu en los años 70: Macanita, Remedios Amaya, Carmelilla Montoya y otros. Cada uno tenía su pellizco, su forma de ser flamenca, simpática y entrañable, un tipo de cante ligero y popular sin llegar a la profundidad de soleá y siguiriya.
Pero ha habido niños capaces de ir más lejos, de retorcerte las tripas con cante de peso. De la misma serie, uno de los más jóvenes cantaores, y más convincentes, es Antonio Malena, el niño de unos ocho o nueve años en aquel tiempo, que canta con entidad acompañado por la guitarra del adolescente Moraíto por seguiriyas desgarradoras. ¿Cómo cabía tanto dolor en cuerpo tan chico?
En su libro Historia Social del Flamenco (Barcelona, 2010), el desaparecido autor y admirado amigo Alfredo Grimaldos, especializado en flamenco, escribe que Juan Talega decía que el cantaor se empieza a hacer con fundamento a partir de los cuarenta años cumplidos. No obstante, en 1959 el mismo Talega estaba tan impresionado con el cante de María Vargas en el homenaje en Jerez a Manuel Torre y Javier Molina, que respaldó el nombramiento de la niña de 12 años como Catedrática de Cante Jondo después de que ella cantara en dicho homenaje en el Teatro Villamarta. Cuenta María que el veterano maestro Talega le dijo que no dejara nunca de cantar esa siguiriya porque era de su familia, y ya nunca falta en sus recitales. Se trata de aquel cante clásico Hospitalito de Cai, a mano derecha, allí tenía mi pare de mi alma la camita hecha, que la niña había aprendido gracias a los largos conocimientos de su padre, Manuel Vargas Arena, cantaor de reuniones, un cante que ha llegado a representar la magnitud y poderío de esta excelsa cantaora que sigue hiriéndonos en su séptima década de vida.
Gaspar de Utrera, otro maestro del cante clásico, solía decir que el cantaor está hecho a los 15 años, y que a partir de entonces, son pequeños retoques. Su amigo, el cantaor Cuchara de Utrera, me confirmó que Gaspar cantaba igual con quince años que con cincuenta.
«Ay, esos vídeos caseros de telefonito donde vemos a un crío, a veces en pañales, más o menos moviéndose a compás o agitando los brazos, medio fingiendo cantar o bailar, rodeado de adultos orgullosos de su pequeño prodigio»
Pepe el Boleco, joven cantaor de La Puebla de Cazalla (2001), ya dejó su marca en la afición siendo muy joven con su cante clásico y rancio decir. Con 15 años te recordaba al Agujetas sin que lo imitara, y ya participaba en festivales importantes.
Alonso Núñez el Purili (La Línea, 2000), más salao que una pastilla Avecrem, a la vez que dulce, su exquisita personalidad artística es una delicia. Con apenas 14 o 15 años captó el interés de la afición, pero ya no es un niño, y ha pasado por esa etapa sin perder la gracia natural que siempre le había caracterizado.
Otro niño aventajado, hijo de cantaor profesional, fue en su niñez Kiko Peña (Écija, 1995) aunque prácticamente dejó de circular en el flamenco a pesar de lo que prometía de niño. Me dicen que ahora se dedica a la canción popular aflamencada.
Hace poco, en la Bienal de Flamenco de Sevilla, el joven cantaor Manuel de la Tomasa, de 25 años, impresionó a un público exigente. Lleva unos cuantos años navegando por las aguas del mejor cante gracias a la sapiencia de su ilustre abuelo José de la Tomasa, una estirpe de metal noble que incluye la Tomasa, Pies de Plomo o el mismo Manuel Torre, además de una conexión que le une a Manuel Vallejo.
Desmintiendo a todos actualmente en cuanto a las edades de los cantaores, está el niño Manuel Monje, jerezano, que con 12 años ya lleva un par de años deleitando a la afición con sus maneras de cantaor maduro, con aires de Luis de la Pica o el Torta, entre otros cantaores legendarios.