Segunda entrega de esta pequeña serie que estoy dedicando a aquellos parámetros de la música que son los “culpables” de cómo suena el flamenco, qué es lo que logra que identifiquemos lo escuchado como flamenco, la atmósfera sonora, la estética propia del género, lo que hace que podamos afirmar esto sí, esto no. Hoy vamos a referirnos a la armonía de la guitarra y en extensión de cualquier instrumento que pueda producir dos o más sonidos de forma simultánea, que sea polifónico, base de la construcción armónica en música. No es la primera vez que hablo de estos temas en esta tribuna A cuerda pelá que me brinda ExpoFlamenco, pero nunca es suficiente insistir, esperando sean de vuestro agrado e interés, estimados lectores.
Al igual que veremos en una próxima entrega, cuando nos refiramos al ritmo y el compás, como también podremos observar en el ámbito melódico, los flamencos, concretamente los guitarristas, tienen un aliado muy sólido para marcar la diferencia con otros géneros de música en el plano armónico. Me refiero al modo de Mi, al llamado modo frigio, el también llamado (feamente) frigio mayorizado (palabra que en matemáticas se refiere a “un preorden en vectores de números reales” pero en música me temo que no existe), que otros llaman frigio-flamenco, y que personalmente prefiero llamar, simple y llanamente, modo flamenco, para entendernos. Una singular manera de armonizar algunas melodías, esas sí frigias, dotándolas del sostén necesario para alcanzar la categoría artística precisa y preciosa que identificamos como genuinas del cante y el toque flamencos.
«Los guitarristas acabaron forjando un sistema armónico para el flamenco bebiendo del pasado, actualizándolo y proyectándolo al futuro para dotar a aquellas nuevas músicas del soporte armónico necesario y adecuado, ad hoc, y que además fue el que marcó la diferencia, el que definió el santo y seña de la música jonda»
El origen del modo flamenco, como modo armónico, no melódico, se fue configurando probablemente partiendo de la conocida como cadencia andaluza, lo que viene a ser una semicadencia, es decir, una cadencia que parte de la tónica menor, La, para reposar en la dominante, Mi, a través del séptimo grado, Sol, y el sexto, Fa, resultando el conocido La-Sol-Fa-Mi. Si invertimos esta cadencia y comenzamos en el Mi y lo tomamos como tónica, como primer grado, ya tenemos el punto de partida de un nuevo sistema armónico, heredado de aquellos bajos de danza como el “Guárdame las vacas” o romanesca, las folías, jácaras y el fandango instrumental y bailable del siglo XVIII, bajos que en diferentes formas usaban en mayor o menor medida dicha cadencia que se dio en llamar andaluza. En resumen, los guitarristas acabaron forjando un sistema armónico para el flamenco bebiendo, como siempre ocurre, del pasado, actualizándolo y proyectándolo al futuro para dotar a aquellas nuevas músicas del soporte armónico necesario y adecuado, ad hoc, y que además fue el que marcó la diferencia, el que definió el santo y seña de la música jonda. Uno de los parámetros de la música que más ha aportado a la causa, la de forjar un género con identidad propia, naturaleza, carácter, idiosincrasia y estilo genuinos.
En esa configuración contribuyó probablemente la tendencia “romántica” de dotar al flamenco del aroma oriental adecuado y que, alterando el tercer grado, de Sol natural al Sol sostenido, no solo marcaba la sensible de La menor (Sol sostenido) sino que también, como apuntó hace décadas el musicólogo norteamericano Peter Manuel, simulaba fundir el modo frigio medieval, el hexacordo Do-Si-La-Sol-Fa-Mi con el maqam árabe conocido como Hijaz, que precisamente se basa en el tetracordo La-Sol#-Fa-Mi.
Otra de las armas de ”flamenquización masiva” dentro del parámetro armónico la logran los flamencos a través de los acordes. Los guitarristas flamencos han construido una plantilla de acordes “marca de la casa” (y que jamás aparecen en esos libros titulados de forma arrogante y ostentosa “10.000 acordes de guitarra”), y que son en cierto modo los verdaderos responsables de otorgar a la música flamenca un colorido único, personal e intransferible, dotándolos de un exotismo característico que consigue “sonar flamenco” sin esfuerzo o alarde de ningún tipo. Una hazaña propia de sesudos teóricos de la armonía moderna. ¿Y cómo lo consiguen? Pues con una simple artimaña (¿de arte y de maña?), martingala, ardid, treta, que se basa nada más y nada menos en dejar una o varias cuerdas al aire. Por ejemplo, uno de los acordes más conseguidos en este sentido es el primer grado del tono de taranta, un acorde que deja las primas al aire mientras los bordones pisan el Fa# (la fundamental) en la sexta cuerda, doblado en la cuarta, y el Do# (el quinto grado de ese acorde) en la quinta cuerda, dejando “libres” las tres primas: el Sol (novena), el Si (cuarta) y Mi (séptima menor), ahí es nada, logrando así un acorde más propio de un Debussy, Ravel, Albéniz o Falla que de un “rascador de oficio” sin más estudios de armonía que su propia intuición, heredada de una casta pletórica de musicalidad, como desde siempre han sido y son los flamencos.
«Los guitarristas flamencos han construido una plantilla de acordes “marca de la casa” que son en cierto modo los verdaderos responsables de otorgar a la música flamenca un colorido único, personal e intransferible, dotándolos de un exotismo característico que consigue “sonar flamenco” sin esfuerzo o alarde de ningún tipo»
Condimentar el discurso armónico con notas disonantes, ajenas al acorde natural, es muestra de la clara intencionalidad por parte de estos tocaores al estilo barbero por hacer de su música un lenguaje lleno de aromas orientales acordes (nunca mejor dicho) con la estética general del discurso jondo. Un proceso de selección natural propio de quien sabe bien qué se trae entre manos (de nuevo nunca mejor dicho). Las cuerdas al aire provocan una serie de disonancias muy adecuadas construyendo así una sintaxis armónica para la sonanta realmente milagrosa. Después vendrán los escarceos de renombrados maestros como la generación de Serranito, Sanlúcar y Paco, con los préstamos de géneros como la bossa nova y el jazz principalmente, con sus acordes invertidos y su búsqueda incansable de un lenguaje adecuado a las perspectivas de un nuevo siglo abriendo caminos para una nueva era del arte flamenco desde la guitarra. Hoy en día, la mano izquierda ha cruzado el rubicón de la armonía y goza de una salud que es admirada por guitarristas de todas las culturas y latitudes.
La mano derecha tiene que ver con el ritmo y eso lo trataremos en un próximo artículo, que para eso, como dijo el Gran Jefe Paco, “la mano izquierda es la que crea, la que hace música, y la derecha la que ejecuta”.
→ Ver aquí la primera entrega de esta serie.