Hijo de Antonio, el único varón de los Lucía que no se dedicó a la música, Antonio Sánchez (Madrid, 1984) siente la responsabilidad de su apellido cada vez que se sube a un escenario. Creció rodeado de guitarras, cultivando la admiración por unos tíos que salían en televisión y daban la vuelta al mundo cosechando aplausos, sin sospechar que un día él también se embarcaría en una de aquellas giras junto a un genio al que él llamaba simplemente “tito”.
–Como guitarrista, ¿qué supone haber nacido en una familia como los Sánchez?
–En mi caso todo fluye muy normal. La mía, siendo una familia tan importante de guitarristas, no ha dejado de ser una familia humilde y trabajadora. Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mis tíos fuera de casa, y era un acontecimiento quedar para comer todos juntos el fin de semana que venían a ver a mis abuelos, en paz descansen. Yo soy de Aluche, a mi abuela Luzía la tenía al lado. A mí eso me hizo verles desde muy chiquito, y poco a poco, cogiendo un poco de inteligencia, fui sabiendo a qué se dedicaban. Mi carácter ayudó a que yo entrase con facilidad, yo era un niño dócil y mi padre fomentó que yo tocase la guitarra sin obligación. Y conforme iba creciendo y aprendiendo, más respeto me causaba verles a Ramón, a Paco y a Pepe. Me daban hasta un poco de miedo, porque me di cuenta muy pronto de que eran gente importante. Y mi padre no había sido músico, lo cual lo hacía todo menos normal.
–Pero su padre tenía una relación muy normal con ellos, ¿no?
–Sí, cuando Paco estaba en México se llamaban a una hora concreta todos los días, y yo pensaba “ya verás que me va a decir que salude a tito Paco”. Y efectivamente: “Antoñitooo, ven, saluda a tito Paco”. Y a mí me daba todo vergüenza, no sabía ni qué decirle. Me ponía y me decía él: “¿Qué, niño, cómo estás? ¿Estás bien? ¿Por qué eres tan tímido? Estás estudiando, ¿no? Venga, un besito”. Y para mí era una mezcla de respeto y de alegría: “Jo, he hablado con tito Paco”. Con Ramón y Pepe igual. Fue muy bonito entender a través de ellos de dónde soy.
–Su padre, ¿a qué se dedicaba?
–Mi padre fue director de hotel. Se dedicó al turismo desde muy jovencito, cuando mi abuelo exigió a todos sus hijos ganarse el pan, mi padre no se hizo a la música pero con 12 años era botones del Hotel Cristina. Cogía su petate a las cinco de la mañana y se iba andando de madrugada a trabajar. Y nunca dejó de hacerlo hasta que se jubiló. Ya en Madrid, hizo unos cursos de inglés y hostelería, y muy rápido le salió una oferta en el Hotel Fénix, de los mejores que había, y luego pasó a ser director del Hotel Alcalá. Allí tuvo una experiencia flamenca muy bonita, porque en los últimos 80 y primeros 90 se hacía la Cumbre Flamenca, de los festivales flamencos más importantes que se han hecho en España, y todos los artistas que pasaban por Madrid dormían en el hotel de mi padre. Había un diálogo con los artistas muy bonito, trató a mucha gente allí.
–Su primer mentor, ¿fue su abuelo?
–No te sé decir, al ser familia de artistas no recuerdo bien quién fue el primero que me enseñó. Sí me han contado que mi abuelo me recogía en la guardería, y me enseñaba a leer y a escribir con los cuadernos Rubio, y también me cambiaba la posición de la guitarra: yo soy zurdo, pero él me cambiaba la posición. Eso me dicen mis primos, aunque yo no me acuerdo. Luego mi padre hizo que escuchase flamenco, se dio cuenta que me gustaba y poco a poco me fue animando sin que me diera cuenta. Ya lo que es tocar, entre Ramón y mi primo José Mari. Con Ramón era con quien más contacto directo tenía mi padre, venía mucho y nosotros íbamos mucho a verlo, así que fue él quien me enseñó las primeras falsetitas de Niño Ricardo y a enrollarme un poco con la guitarra. Me la ponía y se iba, me dejaba solo, a mi aire, repitiéndola, y luego él venía y yo decía, “¡ya la tengo!” Me emociona recordarlo.
«Paco es un pilar que hay que estudiar. Yo respeto quien quiera dar su opinión. Se puede no ser paquista, puedes decir que no fue el único, que otros crearon también otras cosas, pero ser antipaquista es ser idiota. Decir ¡bah! ante la obra de Paco, creer que no es para tanto… Ni les echo cuenta, no saben lo que se pierden»
–Una vez que está usted suelto, ¿con quién empieza a juntarse?
–Yo me fui con mi padre al centro de Madrid a vivir, y él siempre se juntaba con Manolete, el bailaor, en paz descanse, en el Bar de Pedro. Yo siempre iba allí a estar con ellos, y un día mi padre le dijo: “Manolete, llévate al niño algún día a la escuela, a Amor de Dios. Llévatele, que aprenda un poquito”. Y Manolete me dijo que todos los días iba a las cinco, y entre eso y que me sentaba y veía lo que era el baile, callado, sin molestar, haciendo lo que podía a mi manera, fui cogiendo onda. También me impactaba encontrarme a gente por los pasillos, a Riqueni por ejemplo, o gente de mi edad como los nietos de Juan Habichuela, los niños de los Carmona, los sobrinos de Enrique Morente, la gente de mi edad. Me integré, y de pronto me ofrecían un día de tablao, ir a alguna clase… Sin darme cuenta me salían cosas. Yo estaba todo el día por allí, me ponía una hoja y estudiaba, y conocía a gente. Sin hacerme ver, pero dejándome ver.
–¿Le sirvió la escuela del tablao?
–Me ofrecieron sustituir a un gran amigo guitarrista, Manuel Cazás. Él me saca tres o cuatro años, era vecino mío y trabajaba en un tablao que se llama Las Tablas, en la Plaza de España. Yo iba con él para allá y me volvía, e iba interiorizando todo, hasta que un día que no podía ir le dijo a los dueños: “¿Por qué no le decís a Antoñito que me sustituya, le probáis?”. Así fue, muy bonito. Y ya fue sumar, sumar, sumar… Empecé en las raíces del baile.
–Sus tíos o su abuelo, ¿le daban algún consejo?
–Muchos… Pero eran sencillos a la vez: estudia mucho, haz todos los trabajos que te ofrezcan, para aprender. Tómatelo en serio. Pero todo eso sin ninguna charla preparada, todo natural. Estudia, échale horas, no hay otra. Era fácil de entender.
–¿En qué momento se plantea la posibilidad de entrar con Paco?
–La llamada se produce en el año 2010, en febrero. Yo estaba en casa y me llama Niño Josele ofreciéndome sustituirle en unas galas. Josele había sacado disco y tenía compromisos. Eso fue a las doce de la noche y yo creía que era una broma, más tratándose de Josele, que tiene ese humor tan simpático. “Que sí, que es verdad”, me decía, y se reía otra vez. “Que ya he hablado con tu tío y me ha dicho que te llame. Vente en unos días y te pongo las cosillas que tienes que tocar con Paco, esto es dentro de dos o tres meses”. Así fue el contacto. Luego entré en el escenario sin ensayar, directamente en Croacia. Todo lo que había que hacer ya lo había visto yo en Youtube, solo tenía que tocar encima, y Josele me ayudó poniéndome segundas voces complicadas. Yo lo vi venir, sabía que eso iba a ser así. Sabía que no iba a hacer un ensayo para mí. Es otra liga. Estudié más que nunca, pero Paco nunca estuvo en tensión conmigo, ni me llamó para nada. Estaba todo dentro de la confianza mutua.
–¿Ya había tocado a un nivel alto con otra gente?
–Al nivel de Paco no, pero al que estamos todos los demás sí. Había estado un año en el Tablao El Cordobés, por allí pasaron artistas de primera de toda Andalucía, que de otro modo yo nunca habría conocido. Cuando me llamó Paco, yo estaba muy fuerte de manos. Y anteriormente había hecho giras con mucha gente, aunque no fuera nadie de renombre. Estuve un año en Japón, en el tablao El Flamenco que ahora se llama el Garlochí. Toqué todos los campos, ya me dedicaba profesionalmente a esto como uno más. Pero ir con Paco e sun salto gordo. Soy sobrino, tengo esa ventaja, podrían haber ido cien guitarristas más por delante de mí, pero dio la casualidad de que me llamaron a mí. No me lo esperaba, pero era algo que siempre había soñado. Yo toco por Paco. Con 12 años, cuando no tenía ni idea de cómo poner las manos, sacaba las cosas escuchando la música de fondo y delante de un espejo, y me imaginaba que estaba tocando en el sexteto. Cuando me llamó Josele, me vino ese recuerdo.
«Soy sobrino, tengo esa ventaja, podrían haber ido cien guitarristas más por delante de mí, pero dio la casualidad de que me llamaron a mí. No me lo esperaba, pero era algo que siempre había soñado. Yo toco por Paco»
–¿Cuáles eran sus discos favoritos de Paco?
–Tengo muchos, para mí son todos favoritos. El primero que me enganchó fue el Live… One summer night con el sexteto, que es del año 84, del año en que yo nací, y tenía un sonido que me encantó. Y luego cuando empecé a tocar, cuando empezaba a estudiar y todavía no me sonaba la guitarra ni bien, justamente salió el Live in America. Esos dos discos me marcaron. Ya luego, un poquito más mayor, cuando me puse Siroco me descuadró mucho. Me hizo gozar y me hizo sufrir. Pensaba, soy guitarrista, pero, ¿hay que llegar a este nivel?
–¿Qué otros guitarristas ha escuchado?
–De bien chico escuché a Manolo, Tauromagia. A Niño Miguel, a Tomatito y a Vicente. Me encantan sus primeros discos, y los de ahora también. No escucho un disco solo, me gusta ponerme un disco y, si no me gusta, sufrir ahí oyéndolo, para decir “a ver cuándo me viene el ole”. Me he dado cuenta de que hacía años solo escuchaba mis discos favoritos, y eso no sirve de nada. Hay muchos discos buenos que hay que oír y entender, y sacarle partido al que menos esperas.
–Si alguien le preguntara en qué marcaba Paco la diferencia, ¿qué le diría?
–Les remitiría a la primera impresión que tengan escuchándole. Esa es la que vale. ¿Qué has sentido escuchando Siroco? Él crea muchas cosas muy distintas sin perder su personalidad. Todos los que son un poco genios son personales, Manolo tenía su fórmula para sonar a él, y Tomate, y Vicente no digamos. Pero en Paco la composición es muchísimo más enrevesada, se da la vuelta mucho, desarrolla muchísimo. En Cositas buenas, por ejemplo, hay un cambio brutal en composición, hay una forma diferente de tocar. En los remates te das cuenta de que es él, en los momentos de silencio que respira la guitarra. Y no hay ni un picado en ese disco, ¡bueno, hay dos! Viene de hacer un disco vertiginoso, y al siguiente… Cada uno de sus discos son como películas, películas de culto. Como cuando te repites El Padrino una y otra vez. El disco Luzía es, para mí, un trabajo con mucha tristeza dentro, con mucha pena transmitida, empezando por esa bulería en La menor, esa seguiriya dedicada a su madre, y cómo acaba acordándose de Camarón…
–¿Estuvo usted cerca de él en aquella grabación?
–Sí, le traté mucho, y él tenía ese estado de ánimo, vi lo que expresaba en el disco. Pasó una etapa de su vida con esa sensibilidad para grabar. Luego pienso en Zyriab, en los 90, cuando Paco viene de grabar Siroco, que es una locura de técnica, pero sigue en ese camino pero de otra manera, como más sofisticado. Está Chick Corea, hay otras melodías, vertiginosas, pero en otra película. Creo que empieza a grabar películas a partir de Almoraima. Lo anterior, dentro de la genialidad, se parece mucho. La fabulosa guitarra…, El duende flamenco…, dentro de la genialidad, todo suena igual…
«¿Qué has sentido escuchando ‘Siroco’? Él crea muchas cosas muy distintas sin perder su personalidad. Todos los que son un poco genios son personales, Manolo tenía su fórmula para sonar a él, y Tomate, y Vicente no digamos. Pero en Paco la composición es muchísimo más enrevesada, se da la vuelta mucho, desarrolla muchísimo»
–Quizá Fuente y caudal marca el primer cambio significativo…
– Sí, perdón, pero para mí me recuerda mucho a los anteriores. Era lo que tocaba expresar. Pero en Almoraima se enfrenta el cambio, muere Franco, se va la dictadura, y todo suena a cambio político. Es el cambio de los tiempos. En la época de las Olimpiadas de Barcelona y la Expo 92, había anuncios de la tele con fragmentos de Almoraima que le iban como anillo al dedo. Paco es un genio porque va plasmando los momentos, no porque pique más rápido que nadie. Expresa como nadie lo que siente, y te lo hace ver, y lo deja plasmado para el mundo.
–Cuando se sube a un escenario con él aquella primera vez en Croacia, ¿nunca había tocado con él, ni siquiera en un ambiente familiar?
–Sí, yo estudié con él en la época de Luzía. Se vino a vivir a la casa de mis abuelos, cuando ellos fallecieron. Yo ya tocaba un poquito, tenía 14 años, y mi padre le pidió que me pusiera cosas. Yo subía a verle y estuve como seis meses viéndome dos veces por semana con él, después de comer. Luego me iba a mi casa, él iba y venía, pero cuando regresaba a España venía a Aluche. Me sacaba del barrio también, me decía “vente conmigo que voy a grabar con Cañizares”. Y yo iba, y luego me volvía otra vez con él en taxi. Tuvo unos detalles muy bonitos y cogí confianza con él. Paco era tímido, una persona muy para adentro, le gustaba estar solo. Por eso cuando estaba con él, aunque fuera viendo la tele, me decía “qué suerte tengo”.
–¿De qué más hablaban?
–Una vez me habló de Diego del Morao, “ese niño, cómo le suena el rasgueo, no le suena a nadie así, mira, mira”, y me ponía la falseta. Entonces era como un niño, siendo una persona tan madura e inteligente. Tenía un punto de niño que era genial.
–Y elogiaba a otros compañeros sin problema, ¿no?
–Nada, nada, él tenía la voluntad de ayudar. Si veía a una persona con un pequeño problema, alguna inseguridad, no entender algo que él sí entendía, a quien fuera le hacía ver su opinión.
–¿Le habló de los guitarristas que le gustaban?
–Decía que Cepero tocaba para cantar con un ritmo y un rasgueo que alucinaba con él. De Diego del Morao también. Y de Josemi, que ese niño tocaba dos notas en el aire y te sacaba un ole.
«Cada uno de sus discos son como películas, películas de culto. Como cuando te repites ‘El Padrino’ una y otra vez. Para mí, el disco ‘Luzía’ es un trabajo con mucha tristeza dentro, con mucha pena transmitida, empezando por esa bulería en La menor, esa seguiriya dedicada a su madre, y cómo acaba acordándose de Camarón…»
–¿Llegó a jugar al fútbol con él?
–Sí, estuvimos en Brasil una semana que se canceló un concierto, y bajábamos todas las tardes a jugar en Río de Janeiro. Apostábamos las cenas.
–Cuando está junto a él en un escenario, ¿descubre usted a un Paco distinto en algún sentido?
–Sinceramente no. Si es distinto en algo, es porque me doy cuenta de lo profesional que es. Estás con el Paco en chandal, sentado en el sofá, jugando con la guitarra. Cuando tienes a un metro y medio al Paco que está con el pie como un metrónomo, que te mira poco y cuando te mira te atraviesa con la mirada, te das cuenta de que es un ser especial que se preocupa mucho por hacer bien su trabajo. Y también descubres que es humano, que cometía sus pequeños errores tocando, pequeños fallitos que nadie ve, un ligado, una cejilla pisada en el traste de al lado, eso lo ves arriba, abajo nadie lo percibe. Y ves sus caras: nada más que se equivoca, él se da cuenta, “ya me he equivocado”. Sufría mucho por alcanzar la perfección.
–¿Conectó usted bien con el grupo, Serrano, Piraña, Farru, Alain…?
–Sí, es un grupo de gente de mi edad, entro perfecto con ellos. Lo recuerdo como si fuera ayer, es todo muy especial. Estás tocando con gente muy importante y muy sencilla a la vez. Los músicos buenos son todos sencillos, se van a cenar después del concierto, cuentan cuatro chistes, nos vamos todos juntos al hotel… Siempre unidos, que nadie se quedase solo por el camino. Una familia.
–¿Ya habían pasado los tiempos de irse de fiesta?
–Las giras nuestras no tenían nada que ver con las de antaño del sexteto, que se iban casi un año entero. Nosotros lo máximo eran dos meses sin parar, intensas pero sin comparación con aquellas. Un par de meses por América y volver a casa, una semanita por Europa y volver a casa, un concierto suelto y volver a casa… Y en todas partes era impresionante cómo lo recibían, había mucha admiración por todas partes.
–Estuvo con él en el estudio, editando Canción andaluza. ¿Cómo fue la experiencia?
–Estuve allí todos los días, sí, desde la mañana a la noche, viendo cómo mezclaba, si le gustaba algo o quitaba algo, si estaba afinado… Era exigente, pero también una persona relajada que iba al grano, sabía donde estaba el fallo. No me pareció una persona obsesiva, sino inteligente y clara. Y constante: no se movía del estudio seis horas, siete, pendiente de su trabajo.
«Decía que Paco Cepero tocaba para cantar con un ritmo y un rasgueo que alucinaba con él. De Diego del Morao también. Y de Josemi, que ese niño tocaba dos notas en el aire y te sacaba un ole»
–¿Cómo supo de su muerte?
–Sí, claro. Fue duro, un shock para todos. Tuvimos que digerir eso y hacernos a la idea de que era cierto, para lo que tardamos varias semanas. Han pasado diez años y parece que fue ayer. Creo que en su vida marcó una época para lo bueno, y su pérdida también ha marcado una época para lo malo, porque el flamenco se ha quedado un poco huérfano. Hay mucha gente con mucha fuerza saliendo, pero los de mi generación esperábamos siempre el disco de Paco, contábamos los días para que saliera, y ahora lo echamos de menos.
–¿Alguna vez ha percibido antipaquismo, esa gente que se resiste a reconocer sus méritos y acaba incluso por negarlos?
–Sí, claro. Los he leído y los he escuchado de lejos, me han contado, quizá delante de mí no lo dicen, por respeto… Pero me da igual, peor para ellos, porque Paco es un pilar que hay que estudiar. Hay que estudiar a todo el mundo, yo respeto quien quiera dar su opinión, se puede no ser paquista, puedes decir que no fue el único, que otros crearon también otras cosas pero ser antipaquista es ser idiota. Decir ¡bah! ante la obra de Paco, creer que no es para tanto… Ni les echo cuenta, no saben lo que se pierden.
–¿Cuántas veces lo recuerda?
–Todos los días lo tengo presente, en cualquier momento pienso en él. No solo por la música: verle a él, su cara, sentirlo como si lo estuviera saludando, sin más. Lo que querría es encontrármelo, darle dos besos y preguntarle cómo está. Eso solo.
→ Ver aquí las entregas de la serie LOS ELEGIDOS, de Alejandro Luque, sobre los colaboradores de Paco de Lucía:
# LOS ELEGIDOS (XIX) Bobby Martínez: «Cuando Paco me dijo que en flamenco no se lee música…»
# LOS ELEGIDOS (XVIII) Joaquín Grilo: «Me duele la forma en que se rinde homenaje a Paco»
# LOS ELEGIDOS (XVII) Domingo Patricio: «El nivel de las giras de Paco no lo había antes ni lo hay ahora»
# LOS ELEGIDOS (XVI) Enrique Heredia ‘Negri’: «Una conversación con Paco equivalía a diez años de carrera»
# LOS ELEGIDOS (XV) Toni Aguilar: «Dejé el grupo de Paco de Lucía porque no quería engañarlo»
# LOS ELEGIDOS (XIV) Jesús Pardo: «Para Paco era inconcebible sacar un disco y que la gente no se asombrara»
# LOS ELEGIDOS (XIII) Juan Manuel Cañizares: «Cada vez que cogemos la guitarra, Paco está ahí»
# LOS ELEGIDOS (XII) Álvaro Yébenes: «Paco de Lucía nunca pudo salirse del flamenco»
# LOS ELEGIDOS (XI) Rubio de Pruna: «Paco de Lucía hablaba maravillas de sus compañeros, nunca alardeaba de sí mismo»
# LOS ELEGIDOS (X) Chonchi Heredia: «Paco de Lucía ha dejado frustrados a todos los guitarristas»
# LOS ELEGIDOS (IX) / Rubem Dantas: «En Rusia, Alemania o Japón todos se volvían flamencos escuchando a Paco de Lucía»
# LOS ELEGIDOS (VIII) / Rafael de Utrera: “Gracias a Paco acabé cantando diez veces más alto de lo que llegaba antes”
# LOS ELEGIDOS (VII) / David de Jacoba: «La primera vez que vi a Paco hacer una nota a mi lado quise ponerme a llorar»
# LOS ELEGIDOS (VI) / Niño Josele: «La música de Paco de Lucía era como mi idioma natural»
# LOS ELEGIDOS (V) / Antonio Serrano: «Paco se ponía nervioso antes de los conciertos, porque no estudiaba nada»
# LOS ELEGIDOS (IV) / Duquende: «El grupo de Paco de Lucía era como una nave espacial»
# LOS ELEGIDOS (III) / El Viejín: «Cada falseta de Paco de Lucía te puede llevar por un rumbo diferente»
# LOS ELEGIDOS (II) / Dani de Morón: «Todavía hay quien cree que no estudiar a Paco es tener personalidad»
# LOS ELEGIDOS (I) / Con Alain Pérez en La Habana (y II): «Paco de Lucía tenía a todo el mundo esperando que fallara»
# LOS ELEGIDOS (I) / Con Alain Pérez en La Habana (I): «Enrique Morente era un visionario de los de verdad»