De bancario a programador flamenco. Se llama Antonio Muñoz Gómez y es conocido en el mundo del flamenco como Antonio Benamargo. «El hecho de que yo haya terminado dedicándome a lo que más me gusta, que es la música, me parece ser un privilegiado. Cuando tienes afición a la música, esa afición es insaciable», dice…
Antonio ha sido siempre un gran aficionado a la música en todas sus vertientes. Cuando era pequeño, en su casa se escuchaba flamenco, pero un día conoció a unos “melenudos” de Liverpool, diferentes a todo lo que había conocido hasta el momento, que le hicieron apartarse un poco del flamenco para explorar y enamorarse de otros estilos.
Recién llegado a Madrid, escuchó a Fernando Terremoto en el Monumental y este le volvió a abrir la arteria que conecta con los soníos negros. Fue entonces cuando el flamenco fue a buscarle para ofrecerle una misión fundamental. Y es que Benamargo tiene una gran intuición para captar a las jóvenes promesas que después aportan una carrera brillante al mundo del flamenco. Desde 2019, es el director del Festival Suma Flamenca de Madrid, un festival de gran trascendencia en el mundo del flamenco cuya edición joven se celebra los días 12, 13, 14 y 15 de septiembre.
– ¿Quién es Antonio Benamargo?
– Antonio Benamargo es un malagueño, ciudadano del mundo, que se dedica a promocionar el flamenco.
– ¿Cómo comienza su relación con el flamenco?
– Mi relación con el flamenco tiene dos etapas claras. Primero, de niño, cuando en mi casa lo que se escuchaba en la radio eran voces melódicas como la de Pepe Marchena, Pepe Pinto, Antonio Molina, la Niña de la Puebla… Pero con doce años, vi en el suplemento Blanco y Negro del diario ABC una foto con el título Los Escarabajos de Liverpool. Solo ver la foto me sacó de mis casillas. Y a los dos meses o así, mi tía se trajo un extended play de los Beatles, del disco A Hard Days Night y le pregunté si podía ponerlo. Cuando puse el primer tema y vi la salida con la guitarra, llegué a la conclusión de que había otro mundo, otro rollo que yo no me quería perder. Lo que conocía hasta el momento me parecía muy antiguo, muy negro y falto de colorido. En el 74, recién llegado a Madrid, un amigo me dijo que había un festival de flamenco en el Monumental. Habían pasado ocho años desde que yo no estaba en el mundo del flamenco. Cuando salió Fernando Terremoto y abrió la boca, dije: ¡pero bueno, este sonido es prácticamente igual que el de las voces de los negros norteamericanos! Fue una noche que me removió totalmente y a partir de ahí empecé a comprar discos. Luego ya fue cuando colaboré con el movimiento de radios libres, concretamente con el programa Flamenco en la Luna, y conocí a los artistas flamencos porque los invitaba para entrevistarlos. Y en el 86, empecé a programar cosas de flamenco. De golpe, surgió lo de Casa Patas y me tiré de cabeza a la alberca.
– ¿Siente que ha perdido o ha ganado involucrándose y luchando por transmitir los valores del flamenco?
– Yo he estado veinte años en un banco. Trabajar en un banco es algo contrario a la sensibilidad artística. Si te gusta el arte, difícilmente te puede gustar la banca. El hecho de que yo haya terminado dedicándome a lo que más me gusta, que es la música, me parece ser un privilegiado. Cuando tienes afición a la música, esa afición es insaciable.
«Madrid no es creadora en el cante, aunque sí en el baile y la guitarra. Pero Madrid sobre todo es acogedora. Y ha tenido siempre una afición al cante extraordinaria. Sin Madrid, el flamenco hubiera sido otra cosa. Eso los artistas lo saben, incluso los más jóvenes»
– ¿Hay respeto por el flamenco? Incluyendo a los artistas
– Le dijeron una vez a Enrique Morente: “Enrique, estarás contento, que han declarado al flamenco Patrimonio de la Humanidad”. Y dijo: “Sí, pero sería mejor que la humanidad fuera patrimonio del flamenco”. Quiero decirte que lo del respeto es una cosa que no se puede generalizar. Va en cada persona. Todos los que nos dedicamos a esto tenemos que ser conscientes de que esto no es una música más. El flamenco es una música de la tierra.
– Por el cambio en los estilos de vida, el auge de las nuevas tecnologías y la influencia que tienen en la música, ¿el flamenco ha perdido frescura y espontaneidad?
– La mejor manera de aprender de un cantaor es estar a su lado y ver cómo echa la mano para adelante, cómo coloca el cuerpo, cómo respira… Eso en un vídeo no se puede aprender. Hoy día, lo tienes todo en YouTube y Spotify. Antes tampoco había academias de cante. Se decía en el ambiente que el cante había que cogerlo al aire. Estamos en una etapa de expectativa. Ha cambiado toda la manera de aprender el oficio de los artistas y no sabemos qué va a pasar. El flamenco no se va a perder, pero va a ser de otra manera. ¿Cómo? No sabemos todavía. Tenemos que ver qué efecto tiene esta manera diferente de vivir, enseñar y aprender.
– ¿Qué aspectos ha de tener en cuenta un programador flamenco?
– Hay que mirar siempre al cante, porque el cante es la médula. La guitarra toca al cante y el baile, baila al cante. Pobre del bailaor que no escuche al cantaor cuando le baile. El cante es lo que tiene que definir un ciclo de flamenco. Y después, siempre tienen que estar representados la guitarra y el baile. Siempre tiene que haber cosas vanguardistas y cosas tradicionales. Cosas tradicionales, que tú puedas decirle a alguien: vete a ver a este, que reproduce totalmente los esquemas que hemos heredado. Y luego está también el punky, que se basa en el flamenco y tiene una expresión revolucionaria.
«No se trata solo de saber cómo funciona una soleá o una seguiriya. Hay que aprender de los maestros. Hay que saber también lo que es el respeto. Y eso solo se aprende con afición e ilusión y estando con los artistas, que son los que saben. Estando en un despacho, eso no se aprende»
– ¿Qué significa Madrid para el flamenco?
– Madrid siempre ha tenido una cosa. Madrid no es creadora en el cante, aunque sí en el baile y la guitarra. Pero Madrid sobre todo es acogedora. Y ha tenido siempre una afición al cante extraordinaria. Sin Madrid, el flamenco hubiera sido otra cosa. Eso los artistas lo saben, incluso los más jóvenes.
– ¿Fue Enrique Morente un incomprendido?
– Afortunadamente, lo que le faltó hasta un tiempo lo consiguió al final. En los años 80, la crítica sevillana iba a degüello con él. El único que le apoyaba era Manolo Bohórquez. Después, en el ambiente del flamenco, entre los artistas y eso, era reconocido. Incluso Mairena, poco antes de morir, dijo que el único que mantenía la pureza y el flamenco en condiciones de cara al futuro era Enrique Morente. Después, a partir del 95, cuando grabó Omega, se hizo popular a nivel de la gente. No se murió sin tener reconocimiento del público a nivel general.
– Salvando las distancias, ¿es Rosalía una incomprendida también?
– Criticar a Rosalía es lo más absurdo que se puede hacer. Esta chica es una gran artista, es una aficionada al flamenco que no engaña porque nunca pone en los discos la palabra “flamenco”. Me sorprendió que estando trabajando en Burgos en la Gira del Norte el segundo día, después de la actuación le pregunté a la mánager: “Oye, ¿dónde está Rosalía?”. Rosalía estaba haciendo footing a las 12 de la noche en Burgos cayendo un frío que no veas. Es una fenómena que conseguirá lo que quiera porque con esa actitud se consigue todo.
«El cante es lo que tiene que definir un ciclo de flamenco. Y después, siempre tienen que estar representados la guitarra y el baile. Siempre tiene que haber cosas vanguardistas y cosas tradicionales. Cosas tradicionales, que tú puedas decirle a alguien: vete a ver a este, que reproduce totalmente los esquemas que hemos heredado»
– ¿Qué ansías encontrar en los jóvenes talentos que eliges para las programaciones?
– Siempre procuro que estén representadas todas las geografías, todos los colores de voz, las edades…Sobre todo, intento no equivocarme. Intuir que tienen el veneno del arte y que van a hacer carrera de esto. Si no, es una pérdida de tiempo. Y siempre recelo de los niños prodigio con familias que no son objetivas y que no les bajan los humos.
– Al final yo creo que lo que se hace en Suma Flamenca Joven es intentar apoyar y dar visibilidad los jóvenes que tienen un futuro prometedor. ¿Hay talentos que se quedan por el camino solo por no tener el respaldo suficiente?
– Siempre. Pero eso pasa en todas las músicas y en todo. Hay de todo. Yo, por ejemplo, me he dedicado al flamenco porque me han liado, no lo he buscado. Pero siempre me he lanzado, me he tirado de cabeza.
– ¿Qué lección de vida le ha dado el flamenco?
– Que no se trata solo de saber cómo funciona una soleá o una seguiriya. Hay que aprender de los maestros. Hay que saber también lo que es el respeto. Y que todo en el flamenco lleva unas claves, incluso a la hora de elegir el tamaño de las letras para hacer un cartel. Y eso solo se aprende con afición e ilusión y estando con los artistas, que son los que saben. Estando en un despacho, eso no se aprende.