A Kiko Valle. Su reencuentro reconforta mi corazón.
Hay lugares especiales en la geografía flamenca que, por su nivel dominante, nos permiten contemplar el género en su hábitat más natural y disfrutar del panorama más completo. Son esos espacios que nos abren los ojos al paisaje sonoro y plástico merced a una programación integral que, al estar abierta a la sociedad, es la que contribuye a la promoción cultural y al fomento de nuestra identidad.
Aludimos al tejido asociativo, y esa ojeada la hacemos hoy desde el torreón jondo de Sevilla capital, la Peña Flamenca Torres Macarena, un punto privilegiado que lleva cincuenta años siendo un indicador del desarrollo cultural en la tierra de Silverio y que, aparte de dar a su local social la condición de espacio de aprendizaje de participación democrática, ha hecho del flamenco una garantía para el éxito de las demás peñas de toda España.
Su punto de partida está en aquellas reuniones informales que, en el ecuador de los sesenta del pasado siglo, tuvieron lugar en el modesto taller que el recordado Juan Campos Navarro tenía en el corralón de la calle Torres, 18. Pasado el tiempo, el taller resultaba pequeño, se mudaron a una accesoria de la misma calle Torres y dieron carácter oficial a estas reuniones, siendo el amigo Antonio Centeno Fernández quien, fusionando la calle con el barrio, propuso el nombre de Peña Cultural Flamenca Torres-Macarena.
Se aceptó la sugerencia, se diseñó el escudo original, obra de su primer presidente, Juan Campos, pintor costumbrista y ceramista de profesión, y el 16 de julio de 1974 se constituyó oficialmente como peña flamenca, siendo su primer domicilio social el bajo de la citada calle Torres, y teniendo como razón el «cuidar, proteger e impulsar el cante flamenco, además de dar a la ciudad la integridad y sabiduría que siempre le correspondió».
Así se funda la originaria peña flamenca de Sevilla. La primera reunión de la junta directiva se produjo el 19 de septiembre de 1974, y se levanta el acta acordándose dos puntos: la inauguración oficial de la peña, que se fija para el 11 octubre, y la petición de un local de mayores dimensiones para poder celebrar tal inauguración, que tendría lugar en la calle Torres 14, el mismo local donde se empezaron a dar posteriormente los primeros recitales.
El 11 de octubre de 1974 se inaugura, pues, oficialmente la Peña Cultural y Flamenca Torres-Macarena, siendo apalabrado que el local social iba a ser bendecido por el padre Estudillo, el cura del Sevilla F.C., pero al no aparecer, Antonio Mairena, tan presente en las reuniones de origen, cogió una botella de vino y, a modo de hisopo, bendijo la inauguración de la Peña. Eso sí, al día siguiente compareció Estudillo, excusó su ausencia porque se había equivocado de fecha, y consagró con agua bendita el local social.
Dadas las dimensiones del local, la ceremonia hubo de celebrarse, como ya hemos señalado, en el local anexo, cedido gratuitamente por su dueño, don Lorenzo Colomer. Se le da, por consiguiente, forma social y jurídica a una reunión de amigos aficionados al buen cante que, paradójicamente, programaron su primer recital el 26 de octubre, pero con un concierto de guitarra de Isidoro Carmona, que días antes había ganado el certamen que organizaba la Peña Flamenca Los Cernícalos, de Jerez.
El éxito de los dos actos señalados les impulsó a dar un paso más. Y programaron el festival Ecos de Torres-Macarena, a beneficio del Colegio de Niños Deficientes de Santa Clara. Apadrinado por Antonio Mairena, se celebró en el Teatro Lope de Vega el 11 de enero de 1975, marcando este festival un antes y un después. El éxito resultó tan incontestable, que llenaron la bombonera de la Avenida de María Luisa y garantizaron la perdurabilidad del tejido asociativo colectivo, como lo confirma el que tres meses y medio después se creara en Sevilla la segunda peña, la Peña Flamenca La Fragua de Bellavista, amadrinada y asesorada por Torres Macarena.
«Cincuenta años después, avalo que lo ofrecido por la Peña Torres Macarena no es fruto del azar, sino del altruismo de su estructura social y del fomento del proteccionismo cultural de sus dirigentes, a quienes me veo en la obligación de felicitarles con palmas a compás por la visión panorámica que han tenido (y tienen) de la cultura flamenca»
Se estaba abrazando, pues, la gloria. Tanto que en mayo se remodela la junta directiva, presidida, igualmente, por Juan Campos Navarro. Manuel Centeno Fernández ya piensa en crear La Casa del Cante, y al mes siguiente, en junio, se hace un llamamiento para buscar un nuevo local social, en el que pretendían «construir un lugar para el cante… y recomponer el mosaico de una Sevilla que se nos va escapando de las manos».
Como así ocurrió, porque a finales de 1975, con las gestiones de Jaime del Pozo, se pudo comprar el nuevo local social en la calle Torrijiano. El esfuerzo dio sus frutos, porque en diciembre de 1976 se logró el gran sueño: la nueva sede social en la calle Torrijiano, 29. Y en octubre del año siguiente, siendo vicepresidente Manolo Centeno y vocal de relaciones públicas Jaime del Pozo, Juan Campos presenta su dimisión.
Campos deja el timón de una nave que, al decir de Emilio Jiménez Díaz, cogió frágil e inexperta hasta hacerla fuerte y gobernante del mar flamenco de nuestra ciudad. El 27 de octubre le sucede en la presidencia Manuel Centeno Fernández, «el prototipo de aficionado cabal», según José Blas Vega, y sin duda el gran aficionado que tuvo la feliz idea de crear la Bienal de Flamenco en 1980 tras aquella reunión que mantuvo con José Luis Ortiz Nuevo como concejal, Jaime del Pozo, Paco Cabrera de la Aurora o Dieguinchi, entre otros, sin obviar su protagonismo concluyente en la creación de la Federación de Peñas Flamencas de Sevilla y su Provincia.
El historial de estas Bodas de Oro y el recuadro de quienes asumieron la presidencia daría para más de un libro, por lo que me ajustaré a los sucesores, tal que Juan Campos de nuevo, con quien se adjudica por primera vez el acto de homenaje a La Niña de los Peines; Salvador Feria; Manuel Vargas García, que toma la presidencia a finales de 1985, para cederla a Jaime del Pozo, a partir de noviembre de 1987, y éste a Juan José Ojeda.
El flamenco es considerado desde Torres Macarena como patrimonio cultural susceptible de ser promocionado en Sevilla como atractivo de peregrinación para los cabales. Y así lo evidencian José Alfonso Ceballos, con quien principió el acoso del PGOU, y Jerónimo España Ramírez (1991-1994), a quienes siguieron Juan Iglesias Hernández, Juan Ramón Heredia Vargas, Jerónimo Roldán Pardo, a partir de junio de 1998 y que programó los actos del XXV Aniversario, además de Antonio Cabello y Juan Fernández Luceño. Todos, a su estilo, custodiaron la altura cultural de la entidad.
Pero la persecución no cesa. Y el 1 de junio de 2012, el Ayuntamiento de Sevilla clausura la Peña Torres Macarena, cuando es la propia corporación la que patrocinó incontables recitales. La reacción social se reactiva para consuelo de su presidente, José Padilla Pérez, quedando la peña durante ese proceso en manos de una Junta Gestora que amplía los proyectos, hasta que en febrero de 2018 accede de nuevo a la presidencia Jerónimo Roldán, quien cedió el testigo en 2022 a Jerónimo Mesa, El Momi, antecesor de José Antonio Troya, actual presidente que fuera investido en 2024.
Son todos los que preceden quienes optimizaron la planificación programática, a sabiendas de que conforman una nómina de dirigentes que aceptaron el cargo por la vía más democrática, es decir, con el apoyo del cuerpo social, y que, como símbolos de la entidad decana de Sevilla, siguen con su ejemplo contribuyendo al fortalecimiento de lo autóctono y al sentido de pertenencia, dos acciones necesarias e imprescindible para conservar el acervo cultural.
Cincuenta años después, avalo que lo ofrecido por la Peña Torres Macarena no es fruto del azar, sino del altruismo de su estructura social y del fomento del proteccionismo cultural de sus dirigentes, a quienes me veo en la obligación de felicitarles con palmas a compás por la visión panorámica que han tenido (y tienen) de la cultura flamenca.