Probablemente la mayoría de los aficionados al flamenco conocen la anécdota acerca de Sabicas. Al regresar a España después de su largo exilio debido a la Guerra Civil Española, su representante le pasa un contrato para su aprobación y firma. El maestro lo lee con cara de perplejo: “¿Palmeros? ¿Con sueldo?”. Claro, en su larga ausencia la figura del palmero se había convertido en percusionista legítimo, y era habitual que hubiera dos o más contratados para respaldar las combinaciones rítmicas. Ya no era lo de “por favor, una ayudita con las palmas” para que subieran al menos dos o tres del público sabiendo hacer compás sin complicaciones para respaldar guitarra, cante o baile.
No sé si fueron Paco y su gente los que desarrollaron las palmas redobladas (como se tocan por ejemplo en las alegrías La Barrosa). Bien ejecutadas, se plasma un diabólico tren de compás en el que viajamos los oyentes. El mismo soniquete nos lleva en volandas al acompañamiento rítmico con un sonido cortante que rebana el aire.
¿Por qué entonces el otro día disfruté de la ausencia de palmas en un recital de cante clásico? Normalmente nos quejamos del cantaor o cantaora que se presenta para dar un recital de cante sin palmeros. Decimos que es tacaño, que quiere todo para él o ella, que la actuación queda sosa, etc. Hoy en día los palmeros a menudo funcionan en pequeños conjuntos con ciertos pellizcos ensayados y dispuestos, y allí puede empezar el problema. Tienen montados detalles con contestaciones y combinaciones, y no es que lo hagan mal, sino que resulta un soniquete que puede llegar a dominar el cante, baile o guitarra, limitando a los intérpretes principales, mientras que los experimentados palmeros despliegan su envidiable dominio del compás y las palmas que lo expresan.
«Las grabaciones digitalizadas pueden sonar robóticas, aunque también depende del palo. La velocidad de las bulerías entrega un compás menos maleable, mientras que por soleá o bulería por soleá (soleá por bulería) es cuando podemos notar una posible falta de calor o espontaneidad al no haber un fraseo natural»
¿Cómo quedamos entonces? ¿Palmeros sí o palmeros no? Por supuesto que sí. Hoy en día hay abundancia de palmeros expertos con paladar cuyas palmas lanzan un sonido a latigazos, o a veces palmas sordas o suaves que respaldan y dan forma a ciertos cantes. Pero ocurre que el compás no es tan rígido como pensamos, ni la música es tan matemática. La música digitalizada como existe actualmente es rítmicamente perfecta, a tal extremo que puede resultar excesivamente seco o estéril. La música, toda la música, respira sensiblemente, una característica que aporta vitalidad mediante el pulso natural del fluir de las notas o pasos de baile. Las grabaciones digitalizadas pueden sonar robóticas, aunque también depende del palo. La velocidad de las bulerías entrega un compás menos maleable, mientras que por soleá o bulería por soleá (soleá por bulería) es cuando podemos notar una posible falta de calor o espontaneidad al no haber un fraseo natural.
Aquel lector que no admite el concepto del ritmo variable, haz la siguiente prueba. Selecciona un cante grabado en su versión original por algún buen cantaor anterior a 1980. Pon el cante a tocar, y con un metrónomo mecánico o digital intenta coordinar el compás marcado por los intérpretes con el compás externo. Prueba por ejemplo con aquella brillante soleá de Fernanda de Utrera y Juan Maya Marote, Mi mal no tiene cura, que parece absolutamente impecable, sin ningún tipo de irregularidad rítmica. Vas a descubrir que no hay manera de sincronizar ni tres compases seguidos sin variaciones sensibles de ritmo que impiden la perfecta concordancia de ambos elementos.
Tuve la oportunidad de comentar este tema con la brillante cantaora y maestra sanluqueña María Vargas. Para mi sorpresa, después de defender la importancia de los palmeros para dar energía a una actuación, añadió que «dan un alivio al cantaor, y te obligan a seguir el camino que marcan ellos». ¡Palabras mayores!