Los historiadores nos dicen que Arunci fue el nombre antiguo de la ciudad actual de Morón de la Frontera (Sevilla). De ahí se llama así la revista local, un semanario literario y de información local, que se publicaba en Morón entre los años 1955 y 1962, llegando a alcanzar 321 publicaciones, donde salió el artículo aquí citado, firmado por Veterín de la Sierra. Es del 6 de julio del año 1957, hace 68 años, y los números telefónicos de los anuncios sólo tenían tres dígitos. Curiosamente, contiene frases como las siguientes que en ciertos círculos podrían ser actuales:
Llevan razón en lo que dicen del cante jondo. Lo que hoy escuchamos está adulterado como mercancía cualquiera. Azúcar con piedra de cal molida y café con achicoria, son esas creaciones tan de moda, verdaderas “ensalás” que no hay quien las digiera. Hasta llevan su “mijita de recitao”, más verde que las hojitas de hierbabuena.
El fervoroso mano a mano entre el flamenco clásico y el contemporáneo entonces andaba en plena marcha. Eso de “adulterado” todavía se escucha en boca de gente mayor en nuestra época del tardo paquismo. Luego, esa “mijita de recitao” que estaba tan de moda, ¿sería Pepe Marchena? ¿El Pinto? Creo que no, se hubieran nombrado. Sigue la agresiva reseña:
Qué lo sepan los “entendidos”. Nosotros los jóvenes no somos responsables de tamaña monstruosidad. A nosotros, nos gusta, por lo menos el cante jondo. Por lo que tiene de serio. Por lo que tiene de español. Algunas veces, cuando los duendes soplan, se nos ponen los bellos [sic] de punta. Comparamos lo de ahora, con lo de antes… ¿y adónde vamos a parar?
Siete décadas más tarde, y no hemos parado, más bien acelerado, o mejor dicho, transformado. Pero sólo los más intransigentes hablan del flamenco adulterado, y el empleo de la palabra “pureza” resulta cómico.
Del mismo artículo y autor leemos estas frases que aluden a la figura moronense del guitarrista Diego del Gastor antes de que se convirtiera en ídolo absoluto de los extranjeros, en particular, los norteamericanos. Barbarita se llamaba su madre:
Allí nació una gitana: Barbarita. Con la cabeza como un bolindre, y el talento como el Cerro de Cristóbal. Su hijo, “el niño de El Gastor”, tocaor de guitarra de los de tronío; un gitano con los dedos de sarmiento, más flaco que un alambre y fino en sus maneras. Toca música de Tárrega, y otra suya muy honda, zambras con rabiza de ritos orientales, que huelen a Reinos asiáticos, de abandonos y odios ancestrales a Tamarlán el Invasor.
Sorprende saber que Diego del Gastor ya tenía cierta fama de guitarrista en 1957. El guitarrista moronense Manolo Morilla (1924-?) comenta en una entrevista que Diego en los años 1950 – 60 se ganaba la vida como corredor artístico, y rara vez tocaba en las fiestas que él mismo organizaba. Sin embargo el autor del artículo lo toma aquí por figura:
Pues bien, este fantasioso gitano tanto sabe de cante, que no es amigo de las tablas, que reparte sus años entre la sierra y la campiña, ese que viene sin plumas, como el gallo famoso que él venera, buscando el aire peinado de los pinzados y los limpios horizontes de las sierras gaditanas, aliñados con tomillo y romero.
La publicación acaba con las siguientes palabras que sirven de profecía:
Un día, en la falda del Tajo del Algarín sentado [Diego] en la cubierta de un dolmen ibérico ojeando con nostalgia las sierras de Guadaira, abrazado a su guitarra nos dijo, quejándose de lo mismo, “¿por qué no ponen en España una Universidad der Cante?”.
