«Ahora que las conciencias parecen dormidas», el grito indómito, anárquico y jondo de José Domínguez Muñoz El Cabrero sigue impertérrito en su legado y recuerdo. Su afán de resistencia persiste en quienes le rodean y especialmente en su compañera de vida Elena Bermúdez, que junto al director Joaquín Mimbrero retrata en el documental Mi patria es la libertad el perfil de un cantaor eterno cuyo discurso parece atemporal, siempre necesario y de rabiosa actualidad.
«Todo el mundo creyó que su camino era el mejor para mí», decía, sabiéndose diferente, un icono, por cuanto ejercía sin miedo la libertad en su vida y su cante, indisociables una de lo otro. Así se erigió como un cantaor incómodo para los poderes, objeto de la censura, rebelde, sin pelos en la lengua, honesto y con la conciencia impoluta. «Sacaba el relato de la tierra», cuenta el amigo y compañero Manuel Martín Martín en la cinta. Porque «cuando hay algo que decir no se puede callar, porque callar es morir», pensaba José. Un hombre humilde en contra de la opresión que hablaba y cantaba en sentencias y que convirtió aquellos cantes non gratos de los fandangos –los de Huelva, como los de Calañas, el de María la Conejilla, los de Juana María o los de su amigo Toronjo– en latigazos de verdades que escocían y escuecen, hurgando en las heridas. Palo hasta entonces casi prohibido en los festivales, donde el representante Jesús Antonio Pulpón dominaba el terreno y le pedía que no lo cantara. A lo que hizo oídos sordos y comenzó a revolucionar al público, que acudía en peregrinación para escuchar a El Cabrero. No en vano, pronto comenzó a cobrar más que Chocolate, Morente, Chano Lobato… convirtiéndose en los 90 en un mito a la par que Camarón de la Isla. Nadie quería cantar después de él.
Removió la conciencia social sirviéndose del mensaje rotundo y demoledor de las letras, muchas de ellas escritas por su amada Elena o José Carrasco. Vino «del ronco tambor de la luna (…), amamantado por los pechos de los montes (…), de adentro del hombre dormido» a despertar al mundo a golpes de garganta, comprometido con los débiles subyugados por la injusticia, algo que «reconocía incluso antes de saber el significado de esa palabra» y que denunció, además de en los fandangos, en los cantes básicos como las trillas, tonás, soleares o seguiriyas.
La obra dibuja a ese hombre con sed de cante, desobediente y travieso al que solo la música conseguía amansar y que tomó la tierra como fuente inagotable de inspiración. Al cabrero de Aznalcóllar que solo un ictus que le sobrevino en 2020 consiguió retirar de los escenarios tras más de cincuenta años para ser ahora un «pastor de nubes» postrado en su silla.
«La obra dibuja a ese hombre con sed de cante, desobediente y travieso al que solo la música conseguía amansar y que tomó la tierra como fuente inagotable de inspiración. Al cabrero de Aznalcóllar que solo un ictus que le sobrevino en 2020 consiguió retirar de los escenarios tras más de cincuenta años para ser ahora un «pastor de nubes» postrado en su silla»
Desde niño fue valiente, incomprendido, provocador… Cursó su vida entre las cabras y el flamenco, postulándose como el cantaor de referencia de las masas en el pueblo. Amó profundamente a su padre José y a su madre Carmen, que «cantusqueaba» por Caracol. Pero su actitud contestaria provocaba que no pudiera estar bien con todo el mundo. La mili le tocó en la sierra de Cádiz y acabó castigado en el polvorín del Cerro de San Cristóbal. También probó la cárcel, injustamente apresado por una riña con un guarda forestal. Y en el 82 por cagarse en Dios, acusado de blasfemia, e indultado tras un revuelo social donde intervinieron Antonio Mairena y muchos otros flamencos, se recogieron miles de firmas y hasta llamó la atención de Amnistía Internacional, llegando a cumplir 22 días de encierro.
Se mudó a regañadientes, pero añoraba emborracharse de paisaje y volver con sus cabras. No era «animal que calla por pienso». Aunque el flamenco lo ausentaba del campo y fueron muchas las reuniones con Fernanda y Bernarda de Utrera, Juan Talega, Perrate, Farruco… donde se empapó de la crema del arte. Estuvo con Salvador Távora en Quejío, pero lo suyo no era la dramaturgia. Frecuentó La Cuadra de Paco Lira en Sevilla y se sintió muy ligado a la Peña Flamenca Torres Macarena de la capital hispalense, con La Tomasa, Pies Plomo o El Chozas y grabó el disco Ecos de Torres Macarena en el Lope de Vega, que el cantaor Luis Caballero presentó al citado Pulpón y este le dijo que lo que se llevaba ahora eran los aires de Nuevo día, de Lole y Manuel.
Llegó a publicar más de veinte discos. Lo sedujo el tango argentino y también se atrevió con ello. Ganó dos premios nacionales en Córdoba y recorrió como primera figura peñas, teatros y festivales abarrotando las gradas, siendo muy querido en Francia y vetado en España, en ocasiones por no venderse en campañas políticas a pesar de que le ofrecieran varios millones de pesetas por sus intervenciones.
Llevó su dignidad por bandera y se acompañó de los mejores a la guitarra: Paco del Gastor, Manuel de Palma, Eduardo de la Malena, Rafael Rodríguez El Cabeza, Manuel Postigo, Niño Elías, Manuel Herrera y otros. Pero donde se rendía ante el hermanamiento de conciencias era en la Marinaleda de Sánchez Gordillo, a cuyo festival no faltó desde el año 79 hasta retirarse.
A través de innumerables entrevistas, documentos e imágenes, el documental Mi patria es la libertad es una pieza imprescindible para zarandear el flamenco redibujando la imponente imagen de El Cabrero, cantaor único y rebelde con causa que revuelve una y mil veces al pueblo y al oído de la afición porque «cada día que pasa canta mejor».
La obra puede verse en abierto en el siguiente enlace de Youtube:
Un fenómeno libre y puro a la vez.
Me aficioné al cante, en su día, tras descubrirlo a él.
Y perfecto retrato por el pincel detallista y talentoso de K. Valle.
Gracias