En las relaciones particulares y flamencas de Antonio Mairena hay protagonistas que le afectaron a nivel personal pero también artístico, tal que Lucas López López, con el que no solo tuvo una comunicación efectiva, sino que lo podríamos definir como uno de los actores fundamentales del mairenismo, escuela entendida como la vuelta a los ideales estéticos del clasicismo flamenco pero sin renunciar a otras conquistas –armónicas, rítmicas y melódicas– que, a la postre, demandaría la futura modernidad.
Y decimos esto porque la prolongación de la línea melódica, el recitado y el estiramiento del fraseo pasaron con Antonio a un segundo plano, y adquieren mucha más importancia aquellos cantes fundamentales en los que el trazo es más rotundo y el color y la textura de la voz es algo más que un complemento para recabar el aplauso fácil.
Sentado este preliminar, sabido es que el aficionado cabal de mayor nombradía y punto de referencia constante en el flamenco almeriense es, a no dudarlo, Lucas López. Y lo digo sin ambigüedad, dado que propuso el ámbito de acción en dos niveles jamás conocido hasta entonces: ofrece a Almería, por un lado, un rango de referencia, y por otro, concede al flamenco un estatuto de autoridad, con lo que es la garantía de la presencia jonda de Almería en el resto del mundo.
Es de una generación eminente –la de Francisco Moreno Galván o Capuletti–, pues hijo del virgitano Antonio López y de la almeriense Filomena López, había nacido el 29 de enero de 1925 en el Reducto (otros dicen 02-01-1925 en la calle Santa María del barrio de San Antón), a los pies de La Alcazaba, con el merecimiento de que, comprometido con el flamenco desde que tuvo uso de razón, tuvo un rol muy activo en la determinación del territorio como área de influencia flamenca.
Estamos, pues, en el centenario de su nacimiento, y Lucas –permítaseme llamarlo así, a secas, porque para quien firma fue como uno más de mi familia– creció oyendo cantar flamenco tanto en la puerta de los tabucos donde se despachaban bebidas como de la mano del padre, con quien a los diez años lo llevó a escuchar a Manuel Vallejo, Pepe Pinto, Angelillo y El Peluso, entre otros.
Un año después, lo encontramos de aprendiz en una farmacia, y luego sería profesor mercantil y director de administración del Hotel Simón. En 1949 ingresó en el Ayuntamiento de Almería como jefe de Contabilidad, donde fue su interventor hasta jubilarse en 1990, además de ejercer en su vida privada de gestor administrativo o haber ocupado cargos en la Federación de Fútbol y en la Agrupación de Semana Santa.
«Es de una generación eminente, pues hijo del virgitano Antonio López y de la almeriense Filomena López, había nacido el 29 de enero de 1925 en el Reducto, a los pies de La Alcazaba, con el merecimiento de que, comprometido con el flamenco desde que tuvo uso de razón, tuvo un rol muy activo en la determinación del territorio como área de influencia flamenca»
En esa travesía vital, nos detenemos el 22 de marzo de 1963. El Teatro Cervantes acogía la final de un Concurso de Cante organizado por Antonio Quirós, director de Radio Almería. El ganador fue el almeriense José Sorroche y en el fin de fiesta actuó el cantante Raphael. Los componentes del jurado fueron Rafael Monterreal Alemán como presidente, Diego López Lopez (Diego el Payano), Cristóbal Muñoz Montoya, José González Vergara conocido por Niño de Álora o Pepe de Álora, y Lucas López.
Aquella misma noche, como en otra ocasión relatamos en Expoflamenco, se decidió crear una Peña Flamenca en Almería, cuando el tejido asociativo estaba en Andalucía en embrión, pues sólo había seis peñas: La Platería (Granada, 1949), El Pozo de las Penas (Los Palacios, 1951), Los Bordones (Córdoba, 1953), Juan Breva (1958), Peña de Lucena (1959) y Peña Paco Herrera (Chiclana de la Frontera,1962).
Aquellos cinco visionarios que exploraron una nueva forma de propagar el flamenco empezaron a reunirse dos veces por semana en la casa de Lucas, situada en la tercera planta de un edificio del Paseo de Almería, frente al inmueble del desaparecido Casino Cultural. Ahí se fraguaron los primeros proyectos y se acometió la tarea de redactar los estatutos, sirviendo de modelo el que regía en la Peña Juan Breva de Málaga, que les fue facilitado por don Perfecto Artola, director de la Orquesta Filarmónica de Málaga, siendo su primer presidente Rafael Monterreal Alemán (1963).
La entidad, que en principio iba a llamarse Peña Flamenca Fosforito en atención a sus buenos propósitos pero que éste desatendió haciendo gala de su grandeza de espíritu, fue inscrita en el Registro de Asociaciones del Gobierno Civil con el número 1 de los de su clase, el 15 de mayo de 1965, y por tanto la de su puesta en marcha “oficial” como tal peña con la denominación de El Taranto.
El domicilio social se fijó en la calle San Antón, número 39, cerca de la Plaza de Pavía, donde la madre de Lucas, doña Filomena López Fernández, tenía un local. Y allí se iniciaron los primeros pasos de manera provisional.
Y digo provisional porque Lucas era perseverante, siempre presto a superar los desafíos y encontrar la fuerza y la resiliencia para seguir adelante. El Ayuntamiento tenía los Aljibes Árabes, en la calle Tenor Iribarne número 20, local cedido, junto con 5.000 pesetas para su arreglo, a una asociación que dirigía el industrial Artés de Arcos, pero sin uso y sin arreglo, y sólo se utilizaba como almacén de la brigada de obras públicas y con una vivienda aneja incorporada para el jefe de Servicios. Pero los hechos subsiguientes los describiremos en la próxima entrega.