Hace 19 años, en agosto del 2006, Fernanda Jiménez Peña nos dejó huérfanos de su arte. Fernanda de Utrera, cantaora cortita dicen algunos incultos: soleá, bulería, fandangos, tangos, alguna siguiriya… En las reuniones de Utrera como yo las recuerdo de los años setenta, cantaría alguna cosa más, pero incluso dentro de ese repertorio, no limitado sino concentrado, la soleá tuvo una importancia mucho mayor que la de los demás cantes. No es que su repertorio no estuviera a la altura, ni muchísimo menos, sino que su casamiento espiritual, artístico y anímico con la soleá fue total y absoluto. En una entrevista por radio de los años setenta, Fernanda afirma sentirse “casada con el cante” e “identificada con la soleá”.
Dentro de este cante básico, ella volvía siempre a unos diez o doce estilos, una cantidad abundante si tenemos en cuenta que otros especialistas en la soleá, como Manolito de María, Juan Talega o Perrate se limitaban, generalmente, a cinco o seis estilos, que es lo típico en cualquier cantaor. Fernanda no fue una creadora en el sentido estricto, sino que empleaba las creaciones de otros como vehículos expresivos. En su repertorio por soleá, los estilos que relacionamos con ella son de la Serneta, de la Andonda, de Joaquín de la Paula o del Juaniquí de Lebrija entre otros, casi ningún estilo de Jerez, y solamente uno de Cádiz, pero un cante absolutamente emblemático en ella, la que Luis y Ramón Soler denominan en su sistema de clasificación “Paquirri 3”, el más popular y conocido de los cuatro cantes por soleá atribuidos a Paquirri el Guanté, uno de los pilares fundamentales de la escuela gaditana.
Hoy en día, familiares de los Pinini cantan este estilo de Paquirri. También fue cantado y grabado por maestros como Aurelio Sellés, José Cepero, El Cojo de Huelva, Pericón de Cádiz, Pepe de la Matrona, el Flecha de Cádiz, La Perrata, el Lebrijano o Antonio Mairena. Pero Fernanda alcanzó un nivel de perfección que lo convirtió en una auténtica obra de arte. Ella lo transforma en el estilo más dramático y desgarrador que conocemos de la soleá. Los cantes de soleá se pueden agrupar en función de sus respectivos registros: los versos de inicio, que son llanos y comedidos, luego los de transición que son más dinámicos y acumulan tensión, y finalmente, los que alcanzan y mantienen un registro alto y son de remate o cierre. En este último grupo se sitúa el dramático “Paquirri 3”. Fernanda sacó el máximo provecho de la brillantez de este registro y la pelea con sus facultades.
«Si el cante de Fernanda es único e irrepetible, y sus soleares son personalísimas, su versión del “Paquirri 3” roza lo sublime. Aparte de la ligazón de los tercios, y la peculiar partición de las palabras, un rasgo importante es su empleo del inestable “séptimo grado” en los primeros tercios, reiterado con insistencia»
Los Soler expresan su creencia de que tuvo que ver en la difusión de este estilo la cantaora Josefa Castrero, la “Rubia de Cádiz”, también conocida como “La Rubia de La Viña”, que, según Fernando el de Triana, fue “la segunda edición” de Paquirri el Guanté. También mencionan al cantaor Chiclanita como posible difusor de este cante que llegó a popularizarse hasta en Triana. Es probable que el mismo Juaniquí de Lebrija terminara de exportar el “Paquirri 3” a Utrera. Una influencia mutua en los cantes de Utrera y Lebrija es atribuible en gran parte a los lazos familiares que unen ambos pueblos a través de la saga de los Peña Pinini, y siempre debemos tener en cuenta la convivencia de las familias cantaoras de Cádiz y provincia con la gente de Utrera en los cortijos de la campiña, más notablemente, en el enorme Cortijo La Zangarriana, cerca de Lebrija, donde, en la primera mitad del siglo veinte, y hasta la década de los sesenta, tendría lugar un intenso intercambio de cantes en las fiestas y reuniones diarias como he podido documentar en mi investigación Flamencos de gañanía.
En el cante de la Fernanda no se detectan influencias de los Pavones, ni de Manuel Torre, Caracol o Antonio Mairena, los cantaores que conjuntamente han inspirado a toda una generación. Si el cante de Fernanda es único e irrepetible, y sus soleares son personalísimas, su versión del “Paquirri 3” roza lo sublime. Aparte de la ligazón de los tercios, y la peculiar partición de las palabras, un rasgo importante es su empleo del inestable “séptimo grado” en los primeros tercios, reiterado con insistencia. Esta entrada luego se derrumba entre una cascada de notas que se caen de su propio peso para resolver en el tono base. En menos de 45 segundos, se despliega una antología de las emociones humanas, desde la más insoportable tensión y drama, hasta la catarsis.
Fernanda de Utrera no tenía miedo a arriesgarse en el cante. Al contrario, todo era riesgo en ella, con esa voz basada en la superación de una insuficiencia constante, y a punto de romperse en pedazos en cualquier momento. No fingía el sufrimiento como hacen otros queriendo dárselas de “expresivos”, sino que la suya fue una batalla auténtica cada vez que se ponía a cantar, y precisamente en su forma de librar la batalla encontramos la clave y el misterio de su cante, y de su profundo poder comunicativo que no deja indiferente a nadie.
Magnífico retrato. Muy interesante también el análisis sobre el comienzo en la séptima, la nota más inestable de la gama. No recordaba que se llamara el Paquirri 3.