La noche comenzó con gran fuerza poética. La primera Bienal Flamenco Madrid, dirigida por Ángel Rojas y que arrancó con cante el 26 de mayo, había programado a dos cantaores de largo recorrido, Antonio Reyes y Esperanza Fernández, con la intención de estrenar un espectáculo, A orillas del cante.
Tras una breve introducción del guitarrista Joni Jiménez, Esperanza Fernández, majestuosa de negro, se desplazó por el escenario con esa parsimonia ceremonial que anuncia lo trascendente. Su Gelem gelem llenó el aire como recordatorio de tantas cosa; de lo que defiende la trianera, y la herencia que lleva en su garganta. Eran buenos augurios: una presentación tan en alto elevaba al cielo las expectativas.
El himno del pueblo gitano era respondido con otra declaración de intenciones: la de Antonio Reyes con una ronda de tonás rematadas con variaciones sobre el pregón del uvero.
Este arranque gitano, cargado de simbolismo y emoción, establecía el tono en una profundidad y jondura que se buscó el resto de la noche en ese territorio donde habita el flamenco heredado, vivido, dolido, compartido por generaciones.
La búsqueda se mantuvo, pero el resultado fue desigual. Aunque el espectáculo se anunciaba como un encuentro, un “mano a mano”, y ese arranque así lo defendía, el encuentro no volvió a producirse. No hubo un diálogo entre cantaores, una oportunidad perdida: Fernández y Reyes, aunque de orígenes geográficos –y por lo tanto, flamencos– dispares, comparten características vocales y registros. También el amor por desarrollar el legado del que son depositarios. Pero tras una excelente apertura conjunta, volvimos a ver lo de siempre: dos recitales de cada artista en su territorio más personal, y en el que más cómodo se sienten. Tanto, que incluso se repitieron cantes.
Antonio Reyes desplegó su característica voz melódica por alegrías, saboreó con delicadeza los tercios de unos tientos-tangos que recorrió con maestría, y navegó por seguiriyas con la solvencia técnica que lo caracteriza.
“¡Algo más jondo!”, le gritaron desde el público cuando cerró los tangos. “¿Qué tal unas seguiriyas?”, respondía al envite el cantaor desde el escenario. Bien es sabido que la jondura no está en el cante y que jondas pueden ser bulerías y tangos tanto como las seguiriyas. Quizás algo de esto había también en aquella exclamación.
Reyes mantuvo su línea de elegancia vocal y dulzura tímbrica, mostrando esa capacidad suya para hacer que el cante fluya con naturalidad. Esperanza Fernández, fiel a su estilo expresivo, demostró su compromiso total con cada palo que abordó, buscando siempre la intensidad emocional que caracteriza a los grandes cantaores.
Volvió a salir al escenario tras las seguiriyas de Reyes y una transición guitarrística, un momento de fuerte intensidad que se llevó el aire con la confusión por la ausencia de la segunda cantaora de la noche. Jiménez intentó mantener la emoción, pero para cuando salió Fernández se había perdido.
Hubo que comenzar de cero, y ya vestida de verde y con capa, la trianera se fajó en pie con su petenera Penitencia, seguida de una soleá de Triana rematada en caña que evidenció su conocimiento profundo de la tradición y que su voz contiene generaciones.
«El verdadero héroe de la noche fue Joni Jiménez, cuya guitarra logró el equilibrio perfecto entre tradición e innovación. Su trabajo fue ejemplar. Supo adaptarse a las necesidades expresivas de cada cantaor sin perder su propia personalidad artística»
La guitarra como protagonista
El verdadero héroe de la noche fue Joni Jiménez, cuya guitarra logró el equilibrio perfecto entre tradición e innovación. Su trabajo fue ejemplar: supo adaptarse a las necesidades expresivas de cada cantaor sin perder su propia personalidad artística. Su toque elegante alternó los códigos tradicionales con una pulsión más contemporánea, seca y rítmica pero siempre con gusto y emoción. Especialmente brillante estuvo en la seguiriya acompañando a Reyes, donde creó una atmósfera hipnótica que mantuvo al público en estado de contemplación. Su solo de granaína funcionó como una transición poética necesaria. Lástima que el pie que quiso ofrecer a la cantaora, con una transición tan confusa, le hiciese perder la magia que había construido con sus manos.
Los cantaores volverían a compartir escena para el cierre que, como mandan los cánones de los que ninguno de los protagonistas de la noche se quisieron desviar, se produjo por bulerías. Todo según lo esperado: tercios alargados y cante melódico en las de Reyes, cuplés y despliegue escénico en los de Fernández, pero ninguna comunicación, ningún gesto, ninguna mirada, ningún diálogo entre ambos.
Tampoco lo hubo en los fandangos que ofrecieron como bis, en los que, a pesar del empeño, tampoco echaron el resto –no quisieron prescindir de la microfonía– que, como sea, la trianera cerró como arrancó, defendiendo su herencia gitana familiar con esa letrilla que recoge en Lo mismo que los metales, de su disco Recuerdos: “Porque gitana nací, yo tengo la piel canela, el arte fue la cantera donde de niña bebí y además soy trianera…”.
El público, que dejó a medias el aforo de alrededor de 600 butacas del Patio Sur del Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque de la capital, respondió con calor, un gran aplauso y muchos oles en pie. Aunque las fastidiosas sillas de tijeras –probablemente quien elige estas sillas para el flamenco no tiene experiencia de vivir hora y media larga sentado en ellas– no generaron una sola queja ni deserción: había mucha ganas de cante y de magia que, pese al empeño, no se produjo.
Ficha artística
A orillas del cante, de Antonio Reyes y Esperanza Fernández
I Bienal Flamenco Madrid
Centro de Cultura Contemporánea Conde Duque, Madrid
27 de mayo de 2025
Cante: Antonio Reyes y Esperanza Fernández
Guitarra: Joni Jiménez
