Principiamos el primer día de 2025 con un recuerdo ineludible, el centenario de Francisco Moreno Galván, el artista –admítase en su mayor acepción– que definió el flamenco como «el sistema más eficaz para calar en el corazón del hombre». Y es que para este morisco universal, el cante era «la manera más hermosa para denunciar, porque el flamenco sobre todo es rabia: no se puede cantar bien si no se hace con rabia».
Francisco fue el segundo de los cuatro hijos del matrimonio formado por José Moreno Galván y María Galván Jiménez, familia humilde y pluriempleada que no sé si vaticinarían que aquel día de Año Nuevo traían al mundo, en La Puebla de Cazalla, al axioma del mejor artista expresionista andaluz que he conocido, el que más cabalmente reflejó en el arte el universo dramático de lo jondo y, por tanto, uno de los más firmes puntales de la comunicación flamenca.
Desde que a los 11 años de edad captó la tragedia de la incivil guerra, y la miseria y desamparo de los ulteriores años de la posguerra, en nuestro protagonista anida el compromiso con su tierra y con sus gentes, lo que explica que, tras marchar a Madrid en 1951 con las alforjas de su primera afición, el dibujo y la pintura, regresa a su tierra en 1977, donde como en tantos pueblos andaluces se despierta la ilusión por un cambio de vida.
Su compromiso se constata en la reconstrucción urbanística y cultural, en el sacrificio por su pueblo, y buscando aliado en el flamenco, un mundo dotado de formidables elementos plásticos y donde sintió el verdadero espíritu de la raza. Descubre en el movimiento mairenista las claves para ilustrar, ejemplarmente, un discurso al que asigna un relevante papel social. Puso su genio al servicio del cartel flamenco, comunicando aquellos rasgos originales que escapan al común de los mortales, en tanto que, como letrista, sus coplas fueron denuncias inequívocas, pero también el reflejo de un ser sencillo y profundo, humano y transparente, y dándose siempre a los demás.
«Desde soportes como el cartel, el mural, el óleo o la carpeta de discos, la obra de este Miguel Ángel del siglo XX atiende al grito, más que a la estética de la expresión. Al desgarro, más que a la sutileza de la melodía. Y es que Francisco no sólo fue aficionado, sino incluso cantaor aficionado»
Así nació una nueva corriente estética en Andalucía. Su sinfonía pictórica queda plasmada en el principio cubista de reducir la naturaleza a las formas geométricas que el artista consideró esenciales, tal que la Reunión de Cante Jondo, pero también en el esfuerzo de extraer sustancia plástica del insondable pozo de lo jondo, del que tanto tomó prestado, tal que sus letras, que parecen labradas en el mismo pomo de la injusticia social.
No obstante, lo de letrista le venía chico. Francisco era poeta, y su frustración fue no haber sido cantaor. Pero encontró en José Menese (de 1963 a 2000), al que acogió como a un hijo; Miguel Vargas (de 1969 a 1993), Diego Clavel (de 1971 a 1974) o Curro Lucena, el molde en que labrar las ansias de su pueblo
De este modo, revolucionó el cante y encontró en José Menese, principalmente, a un joven que se ajustaba a su idea de cómo había que decir el cante. Menese era un árbol joven, pero recio, al que se propuso con todas sus fuerzas alzar recto y sin torceduras, hasta conformar Francisco una obra lírica con coplas que parecen anónimas y centenarias, de rabiosa actualidad sobre el momento de España en que fueron escritas, copiosa antología que se dio a conocer el 26 de abril de 1998, coincidiendo con el primer aniversario de la creación de la Peña Flamenca Francisco Moreno Galván, cuando acogió la presentación de las Letras flamencas completas de Francisco Moreno Galván, de Cristino Raya.
En otro orden de cosas, el expresionismo pictórico de Francisco está focalizado desde una perspectiva desencantada de la realidad. Y lo escribo así porque su propuesta fue la rebeldía, el compromiso y la criaturización de la armonía poética, de ahí que estemos ante un artista en cuyo corazón despertó el flamenco una historia y ya es parte de esa historia.
Desde soportes como el cartel, el mural, el óleo o la carpeta de discos, la obra de este Miguel Ángel del siglo XX atiende al grito, más que a la estética de la expresión; al desgarro, más que a la sutileza de la melodía. Y es que Francisco no sólo fue aficionado, sino incluso cantaor aficionado, aptitud que se refleja en otros ejemplos como Juan Valdés, argumentando esta opinión mi compañera Carmen Arjona, para quien estamos ante «uno de los pintores contemporáneos que mejor (si no el mejor) ha sabido llevar a sus cuadros el sentimiento, el grito, el llanto, el dolor, la queja, el amor, la pena, que surge de la garganta desgarrada del cantaor, del pecho abierto al mundo para enseñar sus penas».
Pero en el trasfondo de los enfoques abordados, hay una dimensión que no puedo dejar entre renglones: su compromiso social con la sociedad de su tiempo, reflejo de inquietudes sociales y denunciante de injusticias, reivindicaciones que entronca con las posiciones ideológicas de los intelectuales a los que conoció y que él asumió en los últimos años del franquismo. Es en esta época cuando se compromete con el movimiento obrero al que presta su apoyo, llegando incluso en la transición democrática a obtener un escaño de concejal por el Partido Comunista en su pueblo.
«Hoy, cuando se cumplen los cien años de su nacimiento, mantengo el pacto con el con él tuve en vida y rindo honores al predicador de una estética que, aprendida en el evangelio de los sentimientos, tanto contribuyó a exaltar y suscitar el amor por lo jondo»
Resalto, pues, que Francisco llegó a ser concejal restaurador de su Puebla, concejal de Urbanismo, departamento desde el que hizo una pintura del paisaje urbano, ya que fue el urbanista que propugnó la estética singular que hoy prevalece en la localidad morisca, un paisaje tradicional, con sabor a tierra a dentro, a la Andalucía de siempre.
Aunque para entender una personalidad tan compleja como interesante, no puedo olvidar que, desde su amistad con José Menese, inspira la I Reunión de Cante Jondo de la Puebla de Cazalla el 2 de septiembre de 1967, fecha histórica para el devenir del arte jondo e iniciativa llevada a cabo junto a junto a Salvador Marín, Miguel Núñez y Fernando Guerrero, el del Bar Central.
Concluyo este recuerdo a Francisco justo el primer día del año porque así nos obliga la conciencia a quienes tenemos memoria. En las numerosas ocasiones en que coincidimos, se mostró siempre humilde pero sincero, y detentaba un pozo de sabiduría impropia de su tiempo, muy por encima de sus coetáneos. Y así era mi percepción hasta que, a mediados de septiembre de 1983, con motivo del XI Congreso Nacional de Arte Flamenco que se celebró en Granada, la reforcé no más llevarme a la convicción de que estábamos ante uno de esos hombres de pueblo al que se le queda pequeña la etiqueta de intelectual. Su talento y conciencia identitaria eran un prodigio divino.
Fue en el Hotel Alhambra Palace, donde formamos una tertulia con amigos y cabales moriscos que terminó con el monólogo de un Francisco en estado de lucidez y sabiduría plena. Aquellas reflexiones las reposé, y allá por 1992, cuando lo homenajeó la II Semana Cultural de Paradas, las lancé a los cuatro vientos. Era de justicia hacer un alegato a favor del motor creativo de este andaluz implicado contra las fracturas de su tierra, esto es, comprometido frente a una sociedad castrada, consciente de su mutilación, y que bajo sus pies no había más que una segadora cortando de raíz con el pasado.
Francisco, calvo universal como Picasso, Antonio Mairena o Rafael el Gallo, con su luciente calva y su ojo tapado, fue un morisco ejemplar que, cual intelectual comprometido, creyó como tantos otros en la necesidad de tomar partido y ocupar una trinchera en la lucha por el clasicismo y lo bien hecho, aflorando en él un impulso auténtico que iría incrementando con la profundidad ideológica de su visión. Por eso hoy, cuando se cumplen los 100 años de su nacimiento, mantengo el pacto con el con él tuve en vida y rindo honores al predicador de una estética que, aprendida en el evangelio de los sentimientos, tanto contribuyó a exaltar y suscitar el amor por lo jondo.