La obra literaria de Antonio Burgos es extensa y, además, fundamental para la cultura de nuestra tierra. Importantísimas, tanto en la literatura en general como en la literatura flamenca, desde mi humilde punto de vista, son las biografías Curro Romero – La esencia, Juanito Valderrama – Mi España querida y Rocío, ay, mi Rocío . Una historia sentimental. Las tres están escritas en primera persona y cada una versa, lógicamente, sobre cada uno de los protagonistas mencionados.
La de Curro Romero, toreo de la magia según Sevilla, fue un éxito editorial de primer orden y por sus páginas, además de repasar la extensa vida y la longeva obra del camero, desfilan infinidad de flamencos, pues el toreo y nuestro arte caminaban de la mano en aquellos años, en los que los sueños de los niños eran o ser torero o ser cantaor flamenco. Así, nos topamos con las cosas de La Niña de los Peines y Pepe Pinto, de Caracol El del Bulto y de su hijo Manuel –revolucionario del flamenco–, de Paco de Lucía, de Beni de Cádiz y, cómo no, de José Monge Cruz, Camarón, al que unía una magnífica relación con Curro Romero. La biografía de un torero rodeado de flamenco y de flamencos.
En la biografía de Juan Valderrama, narrada también en primera persona, tenemos al flamenco de tres cuartos de siglo entre las manos. Desde la ópera flamenca a un flamenco que se incrusta en la copla, desde la época de los niños a la de los tablaos. Todo un compendio de sabiduría en la voz de Valderrama y en la pluma de Burgos.
Lo de Rocío Jurado es todo olas de las playas de Chipiona. Y sus comienzos en los madriles de mano de flamencos de primera línea y sus remates con las bulerías al compás del eterno Enrique de Melchor.
Como letrista, famosas, famosísimas, son sus Habaneras de Cádiz –tan flamencamente cantadas por el mairenero Calixto Sánchez–, que le valieron para que lo nombraran hijo adoptivo de la ciudad de Cádiz. Él decía que era Sevillano de Cádiz, porque los de Cádiz nacen donde le salen de los c… Grandes letras de su autoría son también las Habaneras de Sevilla en la voz de María Dolores Pradera, A Rafael de León o las Sevillanas de Chamberí.
«Humildemente afirmo que el flamenco está presente en la obra de Antonio Burgos porque forma parte del pueblo andaluz: es el alma, el llanto, las penas y alegrías de toda una cultura y la forma de conexión del hombre con su pueblo»
Tenemos también que reseñar que a principios de los años ochenta del pasado siglo pronunció un pregón en el Ayuntamiento de Sevilla con motivo de la celebración de la Primera Quincena Flamenca. No hemos encontrado nada, por el momento. Seguiremos buscando.
Porque Antonio Burgos posee una obra completa, llena de Sevilla, de Andalucía y, por supuesto, de sus cosas y sus tradiciones. Y una de ellas, una de las fundamentales, es el flamenco.
Antonio Burgos es de esos escritores que han llevado al negro sobre blanco las cosas del flamenco y no los hemos tenido como flamencos. Como a Juan Sierra –con su rotundo soneto a Manuel Torre–, o como Rafael de León. Que le pregunten a Utrera, a Gaspar, quién es Rafael de León: “Decir te quiero con la voz velada / y besar unos labios dulcemente…”. ¿Verdad?
Lo popular conecta a Antonio Burgos con la raíz del pueblo andaluz. Y una parte de este elemento popular es el flamenco. Este es parte del pueblo andaluz, la forma de manifestar sus ducas, sus sentimientos… su cultura. Este motivo tan popular del flamenco es una de las grandes constantes en la obra de Burgos, aunque haya que rascar, que rebuscar.
Mediante lo popular, Burgos conecta con el instinto básico del pueblo, con su primitivismo y con sus raíces. Este elemento popular es la base de la profundidad y hondura en su obra. Humildemente afirmo que el flamenco está presente en la obra de Antonio Burgos porque forma parte del pueblo andaluz: es el alma, el llanto, las penas y alegrías de toda una cultura y la forma de conexión del hombre con su pueblo.
Para finalizar esta serie de escritos sobre el Antonio Burgos flamenco, les traemos un breve fragmento que aparece en su libro Topical Spanish, publicado en 1973, donde nos relata el cambio que sufrió el flamenco con la llegada de un turismo incipiente a nuestras costas buscando las esencias de nuestra tierra:
Quince días habían estado ensayando en una academia para tener bien montado el número cuando llegaran a la parrilla flamenca de un hotel de la Costa Brava. Hasta el cantaor se lucía cuando la primera bailaora hacía la seguiriya. Al terminar el primer día de trabajo, la realidad fue muy distinta a como pensaron cuando les pidieron unas fotos publicitarias para ponerlas en el hall del hotel y en las páginas redactadas en inglés que traía el periódico provincial. Se les acercó el director artístico de la sala:
—Demasiado complicado —les dijo, con un acento que les sonaba extraño—, tienen ustedes que comprender que esto es para los grupos turísticos. Y el turismo lo que quiere son rumbas, y que ustedes —entonces se dirigió a las bailaoras— saquen a los viejos al escenario, con eso que hacen de echarle un pañuelo por el cuello, que es con lo que se ríen.
A la noche siguiente se olvidaron de los números montados en tantas tardes de academia y arrancaron por fandangos y sevillanas
(…)
—No, no, de fandangos nada, no los comprende el turismo. Ustedes, rumbas, y eso que hacen que se ponen a bailar todos muy ligeros, con mucho zapateado y tocando las palmas muy fuertes.
—Es que nosotros somos artistas —fue todo lo que se le ocurrió decir a la joven bailaora.
—Quizás lo sean, y yo no me meto en eso. Pero yo les pago para que diviertan a los turistas. Y a los turistas sólo les gustan las rumbas, porque con lo demás se aburren.
→ Ver aquí los artículos anteriores de Eduardo J. Pastor.