El escritor Eduardo J. Pastor, nacido en Paradas –Sevilla– en 1978, tiene un sello propio, una manera de escribir particular, y eso, en cualquier faceta artística, y diríamos de la vida, es importante. Algo reconocible, una visión, un lenguaje, una forma de explicar las cosas, por mucho que se perciban los maestros que hay tras ello, como en todo autor. Pastor, tanto en este libro sobre El Torta, su última obra, como en los anteriores que hemos reseñado, Fernando Villalón. Centauro de pena (2019) y Eso no estaba en mi libro de Historia del Flamenco (2022), ambos en Almuzara, demuestra lo que decimos, dando sentido y unidad a su trayectoria.
Es fácil adivinar que esta veta de expresión, de raigambre o escuela de autores como Antonio Burgos o Fernando Quiñones, entre otros, continuará en libros posteriores y le dará, como estos, muchos lectores, como nos consta. Ese sello se define por una serie de características, siempre entendiendo bien escrito todo. Así, un yo ficticio, es decir, contar como biografía o autobiografía, como la del Torta, ficticia; un vuelo poético, barniz lírico que destaca en su prosa; unión de las anécdotas y los temas profundos; amenidad del relato, sin duda; apoyo objetivo de citas literarias y de comentaristas, pero con el vigor y la frescura desde la subjetividad creativa del autor; un palpable sentimiento de gozo y goce con la escritura, que empapa la historia y al lector; riqueza verbal, adornada de una especie de gracia, de encanto, hasta de bonhomía. También elegancia, como frescura y espontaneidad, si bien no está esto reñido con el trabajo intenso tanto de investigación como de redacción y, nos atreveríamos a decir, de posterior difusión, que un libro no se acaba en la mera edición, y nuestro autor, que ahora con este libro se estrena como editor, sabe promocionar sus escritos.
Además, está a camino entre lo documental e histórico –con citas bibliográficas–, lo lírico –verdaderos fragmentos de prosa poética recreando lugares o personajes–, el libro de viajes –ese «viajero» algo nos recuerda los libros de nuestros admirados Cela o Julio Llamazares–, el comentario artístico, la recreación ficcional, el microrrelato, etc. En fin, como resumió el profesor Isaac Issorel, «se expresa en un lenguaje sabroso, espontáneo y elegante».
Está creando su propio lenguaje, reconocible, y su propio mundo como escritor. Libros para enseñar deleitando y aprender casi sin darse cuenta, por sus temas, su estilo y su sello personal. Busca «la esencia más que el dato», ha escrito el propio autor. Al final de la reseña de Eso no estaba en mi libro de Historia del Flamenco, concluíamos: «Precisamente lo que era un riesgo, esa mezcla o miscelánea, lo ha convertido por su impronta personal en una virtud, una amena sugerencia que contentará e informará, a la vez, a muchos lectores, aficionados al flamenco y a otros que no lo sean, pues esta lectura es divulgativa, próxima, gozosa».
En el libro que nos trae, titulado expresivamente ¡Que sabe nadie!, subtitulado Autobiografía sentimental de Juan Moneo Lara El Torta, recoge casi todas estas peculiaridades. Como se nos dice en la contracubierta, «con un lenguaje sencillo, y Andalucía como telón de fondo, se nos desgranan seis décadas en el devenir contemporáneo del flamenco y de nuestra tierra, con la voz morena de uno de los cantaores más transmisores e influyentes en la historia del cante gitano».
«En una autobiografía ficticia poner a hablar al Torta de otra manera sería inverosímil y la apuesta merecía el riesgo. Se da así más cercanía y realismo para ir contando una vida, personal y artística, llena de matices desde la injusticia social, que se critica, a la caída en vicios y malas aventuras, a la buena y la mala suerte y todo tipo de avatares de una persona y una personalidad especial»
Nuestra tierra es Andalucía, es decir, una tierra de acogida, multicultural, abierta, como el propio flamenco, a pesar de sus disputas inevitables, y la voz morena y con pellizco, duende, tarab o transmisión, es la de Juan Moneo el Torta, cantaor jerezano fallecido en 2013, que, como otros artistas, tuvo sus bajadas a los infiernos y supo superarlas, cantaor relevante, cada día más valorado y, gracias a la pasión de Pastor y a su libro, junto a la reedición de alguno de sus discos, de nuevo en candelero. Siempre decimos que a los cantaores que no son de primerísima fila ni tienen tanta fama, pero importantes, una vez fallecidos, e incluso por la ingratitud, aún en vida a menudo, hay que recordarlos de vez en cuando por los medios a nuestro alcance –la lista de artistas flamencos, no solo del cante, sería muy larga–. Nosotros mismos dedicamos un libro a Miguel Vargas, y varios a Antonio Mairena, dos ejemplos de lo que decimos: el primero importante, pero menos conocido, y otro, el segundo, de los diez o doce más importantes de la historia del flamenco por su obra y su escuela que ha marcado el flamenco de varias décadas –por eso hay un solo libro sobre mi querido Miguel y ya varios sobre Mairena, Pastora, Manuel Torre o Marchena–. De ahí el valor que nosotros queremos darle a este libro, valor añadido de reivindicación, de recuerdo, de justicia artística.
Escuchemos al Torta por fandangos en directo en la Fiesta de la Bulería de Jerez, 1991:
Avisa que no es un libro de investigación ni un ensayo, como tampoco es una entrevista ni una biografía o autobiografía. Sí una autobiografía fingida, y además un poco, como en las otras obras, de todo lo que dice que no es, pero sin petulancia ni academicismos. También hay parte de libro de viajes, de visitas a Jerez, de entrevistas al cantaor, de capítulos escritos por el autor enmarcando las transiciones, en fin, esas mezclas o indefiniciones, marca de la casa, que dan al libro su peculiaridad y su atractiva atmósfera. Y una más, esta novedosa y ciertamente delicada y arriesgada. Nos referimos al uso de una forma de decir –escrita o transcrita aquí– en modalidad andaluza coloquial, más bien vulgar a menudo, desde la primera intervención: «Yo soy yo; diferente. Y ya está, chitón. Ni mejó ni peó ni más irregulá ni menos regulá que ningún otro cantaó»; «Se han contao demasiás historietas de mí, muchas, y que toavía van algunos hablando por ahí cosas que no son del Torta…», y así tos –todos–, jacían –hacían–, ajogá –ahogar–, güeno –bueno–, etc. Como decimos los profesores de Lengua a los alumnos, el andaluz –o la modalidad andaluza, o modalidades o hablas andaluzas…– se habla, pero no se escribe normativamente. Los andaluces escribimos igual que los de Valladolid o Zaragoza. Sí hay intentos de escritura en andaluz, puntualmente, como las transcripciones de las coplas flamencas de Demófilo y otros o algunos fragmentos de novelas o apenas frases de obras como Platero y yo, y siempre chocan con las dificultades de cómo expresar la aspiración de la jota o las eses finales, sobre todo –las ponen con una letra j, o h…–. Un problema que, en el caso de Pastor, hemos de decir que se ha salvado con cierta tranquilidad, pues la lectura no queda muy rara, quebrada ni entorpecida. Solo esperamos que nadie crea que el andaluz vulgar que se refleja con esas expresiones citadas antes es andaluz culto, pues por ese camino seguiremos más décadas de desprecio por nuestro modo de hablar, y será también en parte nuestra responsabilidad. Aconsejo repasar los escritos de expertos sobre el andaluz o las hablas andaluzas.
El caso es que en una autobiografía ficticia poner a hablar al Torta de otra manera sería inverosímil y la apuesta merecía el riesgo. Se da así más cercanía y realismo para ir contando una vida, personal y artística, llena de matices desde la injusticia social, que se critica, a la caída en vicios y malas aventuras, a la buena y la mala suerte y todo tipo de avatares de una persona y una personalidad especial.
El Torta respeta las letras del cante, describe el cante de Jerez, basado en la transmisión y en palos cantados de manera especial allí –las bulerías, las seguiriyas…–, valora el valor de la tradición, saber domar el compás, buscar el pellizco con la calidad pero también con una entrega desmesurada a veces, la absurda separación de cante grande y cante chico, la entronización de maestros como Antonio Mairena, Manuel Torre o el genio Camarón. «Yo no canto, yo transmito», llega a decir, y con esto está dicho todo y solo queda ir a buscar sus discos o sus recitales en Internet para deleitarnos con el desgarro de su interpretación.
Enhorabuena, pues, a Eduardo J. Pastor, que ha sabido acercarnos con pasión y conocimiento, con originalidad y empatía, a la figura humana y artística del Torta.
Nos despedimos con su cante, por bulerías.
→ Eduardo J. Pastor, ¡Que sabe nadie! Autobiografía sentimental de Juan Moneo Lara El Torta, Paradas y Morón de la Frontera –Sevilla–, La Baja Andalucía, 2024.