Cruzo el Barrio Obrero de Huelva, aquel legado británico antesala del centro de la capital y línea divisoria con los populares barrios de El Matadero, Tartessos, El Polvorín y Huerta Mena. Diviso a mi izquierda el terreno en el que en unos meses volverá a instalarse el escenario Quitasueños, espacio flamenco y germen del Festival Flamenco de Huelva. A pocos metros la calle Roque Barcia, donde he quedado para volver a abrir esta ventana al cante con dos artistas a los que admiro y quiero: Antonio Belmonte y Manuel Gómez Blanco. Antonio es, fundamentalmente, pintor y escultor, nacido en Huelva en 1952, de larga, profusa, profunda y reconocida carrera profesional. Manuel es diseñador y modista. Artista versátil, nacido en 1961 en Valencia del Mombuey (Badajoz).
Antonio me recibe con la voz de Silvia Pérez Cruz sonando en su Alexa. Qué antesala más maravillosa a una conversación que promete estar llena de sensibilidad y cultura, como el metal de voz de la artista catalana y la obra y el pensamiento de Blanco y Belmonte.
¿Cómo nace el arte en Belmonte?
AB: Yo me he sentido siempre libre. Siempre me he mostrado como soy. Tuve unos padres maravillosos que nunca me etiquetaron. He sido y soy curioso. Por mi profesión y por mi forma de ver la vida y por mi búsqueda continúa he tenido que volar hacia otros lugares. Me ha gustado ayudar a la gente y mitigar sus tristezas. He tenido esa energía. Yo tenía interiorizado un mundo, el mío, que tenía que ser el arte. Mi ansia era atrapar el arco iris. He mirado la vida con otros ojos. La vida me lo ha dado. Venía conmigo. En cualquier cosa –opciones, arte…– veo una propuesta.
Vaya. Eso no puede ser más flamenco. Yo no he tenido ese don.
AB: Quizás, Jesús, la vida te lo dio a través del flamenco como vivencia emocional. Es triste ver a personas cuya vida no les dé margen a escapar de la rutina. Esa rutina se rompe a través del arte, por tus cualidades o por tu afición. Esas sensibilidades te hacen no tener una vida totalmente alienada.
«Es triste ver a personas cuya vida no les dé margen a escapar de la rutina. Esa rutina se rompe a través del arte, por tus cualidades o por tu afición. Esas sensibilidades te hacen no tener una vida totalmente alienada»

¿Cuál es tu visión del flamenco?
AB: Mis primeros acercamientos al flamenco los experimenté en la infancia, en los años 50 y comienzos de los 60. Se escuchaba en la radio con gran profusión un repertorio de cantes flamencos y coplas. Recuerdo a Antonio Mairena, Manolo Caracol, Paquera de Jerez…, no porque me gustaran, sino porque mi padre cantaba muy bien palos como la siguiriya, intensa y emocional, los tientos, lentos y melancólicos, o el martinete, antiguo y profundo. Con este calidoscopio de emociones me embargaba la tristeza. Cuando mi padre, por enfermedad y por su muerte, dejó de cantar me negué a seguir escuchando flamenco. Recuerdo que también de niño fue para mí una revelación los campanilleros de la Niña de la Puebla. Me atrapó su sensibilidad, su voz, su sencillez, y esa canción la nochebuena se viene, la nochebuena se va, de Ismael Peña –ya sé que eso no es flamenco–, son un crisol de emociones y reflexiones existenciales que embargan a un niño afrontando la realidad de la vida, que la conciencia de nuestra existencia es fugaz y nos desvanecemos con el tañido de una campana. La misma sensación tuve cuando leí por primera vez Entre los muertos, de James Joyce. Todo ese universo emocional ha calado con fuerza en mi iconografía pictórica: el tiempo y la volubilidad de la vida. Todo se transforma. Además, ten en cuenta que yo con 17 años me marcho a Madrid y me desvinculo de mis raíces. El flamenco me transmitía nostalgia de mi tierra. Años después, cuando se produjo el cambio social, yo estaba fuera de Andalucía e imbuido en la movida, con todo lo que ello significó. Además, soy un ser de soledades y el flamenco necesita de momentos compartidos. Soy un andaluz muy atípico
Antonio, yo tengo la sensación que al flamenco, los intelectuales y artistas no le habéis concedido el halo de culturalidad y modernidad que sí se le ha dado a músicas como el jazz o el blues ¿Estoy en lo cierto?
AB: Pues mira, yo tengo que decirte [sonríe] que a mí no me gusta ni el jazz, ni el blues, disfruto muchísimo de la música clásica. Creo que es una cuestión de gustos, pero sí es cierto que los españoles hemos subestimado nuestra cultura. Antes de escuchar a Toronjo nos hemos interesado por Brecht. Nos ha interesado más la escuela de París que nuestra pintura costumbrista. Ha tardado en germinar una mirada de autenticidad y respeto a nuestro arte. Sin embargo, desde fuera sí se ha visto con buenos ojos nuestra cultura. Han tenido que venir a zarandearnos desde el exterior y decirnos que tenemos potencial. El flamenco es una cultura por sí misma. Sólo tienes que ver que, hoy en películas de autor la música flamenca está de moda. Por eso te hablaba antes de los versos de Joyce, o te hablo de las composiciones de Hesse o Kafka. Sus textos tienen la misma fuerza que pequeñas letras flamencas de corte popular.
«La fuente de lo jondo está en el corazón, en el alma. La fuente es de donde bebes. El arte viene de dentro. Para desarrollar tienes que tener. El arte tiene que revestirse de humildad, si bien el arte más profundo sale de algo y no todo el mundo lo tiene»
¿Dónde está la modernidad? ¿Con quién os quedáis?
AB: En ese magma de la modernidad entra mucho descerebrado. Ese es el problema. Yo me considero un pintor, fundamentalmente, existencialista y romántico, pero no me cierro a utilizar, por ejemplo, la inteligencia artificial. El creador no hace algo novedoso, eso sale de dentro y por eso existe la evolución de la parte artesanal. Si no, no hay evolución, ni creación. Yo no disecciono entre clásico o moderno. O me llega o no me llega. Escucho a Rocío Márquez o Arcángel y me parecen interesantes, pero al igual me llegan Camarón, Toronjo o me entusiasma La Marelu o la Pelúa, ¡esa arrabalera maravillosa! Todo tiene una llave que puede abrirte las emociones desde los sentimientos. En el baile me gusta lo clásico, aunque también los guiños a la vanguardia, pero siempre desde lo clásico. Aquella escena de las sillas de Ana Morales o el giro documental de Aquel Silverio de Rafael Estévez. Pero muero con una Carmen Amaya o lo que conocemos de La Macarrona. ¿Te acuerdas, Jesús, de esa regresión de Rafaela Carrasco transformándose en La Macarrona, desde lo contemporáneo a los cafés cantantes? Me da rabia que se busque más el escándalo y se quiera revestir de intelectualidad. Y aunque venga el crítico a decirme tal o cual, yo, no-me-lo-creo. Además, los canales culturales y medios de comunicación, la televisión en particular, siguen patrones efectivistas y frívolos. Debieran promoverse formatos dinámicos y especiales que divulgaran nuestra cultura e historia y raíces de manera más etimológica.
MGB: Los perfiles se han difuminado. La sociedad quiere grandilocuencia. Los años 70 y 80 fueron de ruptura, pero se hicieron cosas muy buenas, hoy se quiere hacer la grandilocuencia desde el mínimo. Además, desde los circuitos se expulsa a lo clásico, por el solo hecho de ser clásico, y todo tiene que convivir: lo clásico y lo transgresor.
¿Puede existir algo de pesimismo en la visión que tenemos hoy del arte, después de llevarnos treinta o cuarenta años escuchando o disfrutando del cante, el baile, el toque o del arte en general?
MGB: Inclusive lo bueno no te gusta siempre. Te acostumbras al estremecimiento. Es como la vista, crees que ves bien y cuando te pones las gafas te das cuenta que no veías nada o que lo que la visión estaba distorsionada.
En particular, Antonio, qué es lo que te atrae del flamenco.
AB: Aunque no soy un fiel seguidor, sí reconozco el valor de su cantaores y cantaoras. Sus voces, su fuerza, sentimientos, expresividad y algo que le pido a todo artista: honestidad en su trabajo. A mí me atrapa la voz de la mujer, que con un grito profético de sibila denuncia con su desgarro las represiones e injusticias a las que han sido sometidas. Legiones de mujeres luchadoras que han estado al margen y subestimadas por circuitos comerciales. Han ejercido su poderío de una forma más anónima y en la mayoría de los casos no han tenido reconocimiento. Grandes amazonas son las voces de La Marelu, La Susi, La Pelúa, Esperanza Fernández, Alicia Gil, Perlita de Huelva o Antoñita Peñuela, entre otras.
«Sí es cierto que los españoles hemos subestimado nuestra cultura. Antes de escuchar a Toronjo nos hemos interesado por Brecht. Nos ha interesado más la escuela de París que nuestra pintura costumbrista. Ha tardado en germinar una mirada de autenticidad y respeto a nuestro arte. Desde fuera sí se ha visto con buenos ojos nuestra cultura. Han tenido que venir a zarandearnos desde el exterior y decirnos que tenemos potencial»

Sin embargo, habéis estado cerca del flamenco.
AB: Sí. Creamos la empresa de diseño y vestuario BlancoyBelmonte. Tuvimos el placer de trabajar en los diseños de vestuarios del Ballet Flamenco de Andalucía, cuando lo dirigían Rafaela Carrasco y, posteriormente, con Rafael Estévez. También en la dirección de arte y fotografía de la cantaora Alicia Gil. Además, Manuel es un amante del flamenco y me hace conocer la profundidad del cante en voces como Marina Heredia, Mayte Martín, Rocío Márquez, Arcángel, La Macanita, Poveda y, especialmente, la fuerza y el sentimiento de Camarón y Paco de Lucía. Además, otro acercamiento a este mundo fue la pintura de J. Singer Sargent, Joaquín Sorolla y Zuloaga, a través de obras como El Jaleo, El baile flamenco de Ruiz Guerrero y El baile.
Antonio, a mí la nebulosa de tu pintura me lleva a Inés Bacán cantando por siguiriya. Y viceversa.
AB: Es lo que antes te contaba con las sibilas. Actúa como sacerdotisa. Probablemente, eso que me comentas es por un estado de catarsis. Cuando ella vomita su voz es otro cordón que está utilizando: el de la autenticidad. Yo noto cuando no estoy con esa presencia. El cordón está adentro y esa autenticidad trabaja con un mecanismo desconocido. El otro es un mecanismo artesanal, es técnica, puedes cantar muy bien, pintar muy bien, pero solo es eso: técnica. El ángel es otra cosa. La mayoría quiere trabajarlo desde lo artesanal y luego epatar, y eso no se da porque no sale de dentro.
Añade algo, Manolo, estás muy callado.
MGB: [Sonríe. Manolo es flamenco hasta la médula] Hay artistas que cuando se ponen comienzan desde la técnica, pero porque saben que antes o después les va a salir ese ángel. Están tocados por el don. El público de la música es variopinto, el del flamenco es flamenco, por regla general, y no acepta ojanas. Recuerdo cuando comenzó a interesarme el flamenco. Fue una noche en una cueva de Granada, acompañé a Frasco, un galerista nazarí. La mujer más fea del mundo (paramos un momento para reírnos), pero ¡cómo cantaba y bailaba! Nunca supe quién era, pero me cambió mi vida porque me envenené con este arte. Noches con Alicia Gil y Lito, o con Rafaela Carrasco, después de terminar sus actuaciones. Se rajan, se parten. Es otra cosa. O Manuela Carrasco baile donde baile, no hace falta nada. Son momentos donde tu interior se hace arte.
Manuel, ¿dónde está la fuente de lo jondo?
MGB: En el corazón, en el alma. La fuente es de donde bebes. El arte viene de dentro. Para desarrollar tienes que tener. El arte tiene que revestirse de humildad, si bien el arte más profundo sale de algo y no todo el mundo lo tiene.
AB: Se nace con él. Igual que naces guapo, feo, con ojos marrones, azules o verdes.
Quedamos en silencio por un momento. Me levanto y contemplo pintura y escultura que me rodea. Manuel y Antonio me presentan nuevos diseños y obras que están realizando. Miro hacia la ventana que hoy hemos abierto, la noche ha oscurecido los cielos color Belmonte que el nuevo día de mañana volverá a regalarnos. Regreso cruzando, nuevamente, el Barrio Reina Victoria –el conocido como obrero– y en mi mente suena el cante por siguiriya de esa sibila flamenca que es Inés Bacán. Hay algo que la noche no ha oscurecido: el sentimiento de un aficionado y su visión real o imaginaria que le hace sentir, que le hace admirar y estar vivo, en parte o en mucho, gracias a quienes expresan su verdad y honestidad artística. Llámense Bacán, Blanco y/o Belmonte. ♦
→ Ver aquí entregas anteriores de la serie Una ventana al cante, de Jesús Naranjo.