José Olmo es un gran cantaor. Olmo, natural de la población de El Cuervo (Sevilla), ganó el pasado mes de noviembre el Sol de Oro del Festival Flamenco Ciudad del Sol, de Lorca, en su XXXIII edición. Olmo ya contaba con el Sol de Plata de un certamen que pese a su veteranía no acababa de arrancar mediáticamente ni en asistencia de público, pero que en los últimos años va creciendo poco a poco y que ha ido contando con personas de la cultura y del arte para crecer en actividades paralelas, como conferencias y exposiciones. Es el caso de artistas locales tan importantes como Lola Arcas y Perla Fuertes. También la asistencia de público ha crecido, aunque el certamen debe seguir creciendo en ayudas económicas y en presencia mediática.
En cuanto a José Olmo, se trata de un cantaor muy serio, que se considera a sí mismo ortodoxo y jondo, entendiendo como jondo determinados palos, como la soleá o la seguiriya, rozando con esa actitud un cierto mairenismo, pero la verdad es que el cantaor sevillano lo canta todo. Uno de sus últimos premios ha sido en el Festival de la Serrana de Prado del Rey (Cádiz), un cante que se hace muy poco en la actualidad y que pocos artistas llevan hoy en su repertorio, siendo, como es, un cante bello y de gran dificultad técnica. En otro momento se diría con cierto desdén que Olmo es un profesional de los concursos. Pero, en primer lugar, que gane tanto concurso como él ha ganado a lo largo de su carrera, no debe ser casualidad. En segundo lugar, en el flamenco, como en cualquier música, si no se da el salto a lo mediático, y es difícil hacerlo cuando se hace un flamenco tradicional y muy jondo, de alguna forma hay que mantenerse en el mercado de las actuaciones. En cualquier caso, a mí José Olmo me parece un excelente cantaor, ya veterano, muy a tener en cuenta.
Este año tuve el placer de ofrecer el pregón del festival lorquino. En lugar de centrarme sólo en una exaltación del tipo “en este incomparable marco” (aunque Lorca, desde luego, lo es) o en esas palabras altisonantes y huecas sobre el flamenco, que en realidad no significan nada, más bien que hacer todo eso, quise reflexionar sobre un asunto que obsesiona desde hace tiempo a los aficionados al flamenco en Lorca: la existencia, o no, alguna vez, de un cante minero propio. La posible existencia de algo así como la lorquina, de la misma forma que se habla de una totanera, una sanantonera o una murciana, además de las clásicas y reconocidas tarantas, cartageneras o mineras, entre otras.
Yo, personalmente, no tengo noticias de que existiera alguna vez la supuesta lorquina. Me han llegado, eso sí, algunas grabaciones caseras que recogen cantes de mayores del lugar que aseguraban que eso que tarareaban era el cante de Lorca, o sea, la lorquina. Sin embargo, esos cantes eran siempre, claramente, un taranto. Ello no quiere decir que no existiese una manera local, diferente, de interpretar el taranto o incluso alguna forma de taranta. Es lo normal, los cantes, según pasaban de forma oral de una gente a otra, según se trasladaban de población en población, cambiaban, incluían matices diferentes y personales y acababan convirtiéndose en otro cante: la totanera, la murciana o, por qué no, la lorquina.
«Me han llegado algunas grabaciones caseras que recogen cantes de mayores del lugar que aseguraban que eso que tarareaban era el cante de Lorca, o sea, la lorquina. Sin embargo, esos cantes eran siempre un taranto. Ello no quiere decir que no existiese una manera local de interpretar el taranto o incluso alguna forma de taranta»
Veamos. La ruta que va desde Puerto Lumbreras hasta Cartagena y La Unión, pasando por Murcia capital, transcurre necesariamente por Lorca, tercera ciudad de la Comunidad e importante desde hace siglos: fue la frontera castellana con el Reino Nazarí de Granada en la Edad Media. Por allí pasaron históricamente viajeros, arrieros, mineros almerienses hacia la nueva tierra prometida de Cartagena-La Unión. Sin embargo, para decirlo de una forma resumida, nunca aparecen letras flamencas y mineras que citen a Lorca. En cambio aparecen muchas que citan a Totana, el pueblo contiguo a Lorca en dirección a Murcia. No citaré ahora esas letras porque casi todo el mundo las conoce y por ecología verbal.
Pero yo sugiero una razón para ello: el genio popular que siempre elige la palabra más fácil de rimar utilizando incluso onomatopeyas para cuadrar sus genuinos versos populares. Y, desde luego, es más fácil rimar, por ejemplo, la palabra ”mañana” (“salgo muy de mañana”) con Totana que con Lorca (“voy llegando a Totana”). Y resulta imposible no pensar que en Lorca se detuviesen en su ruta hacia otras poblaciones murcianas arrieros o tartaneros, viajeros y mineros. Y que allí, en sus tabernas y fondas, en su colmados, no se cantara, y por tanto esos lorquinos de la época, del siglo XIX, grabaran en su memoria esos cantes y acabaran convirtiéndose en otro cante. ¿Por qué no la supuesta lorquina?
Y en esas poblaciones eminentemente agrícolas habría danzas preflamencas y formas primigenias de tonás ligadas a las labores del campo. Ya a finales del siglo XIX en su Viaje por España junto al pintor Gustave Doré, el Barón Charles Davillier dejó estampas significativas sobre esta zona, en las que hablaba de sus gitanerías y de las habilidades de las gitanas de Totana o Lorca, entre las que destacaba las de bailar o echar la buenaventura.
Creo por todo esto que Lorca tiene derecho, si no se encuentra esa ansiada Lorquina, a ‘inventarla’, con todas las comillas que se quieran. Teniendo en cuenta, claro, todas esas circunstancias que aquí he esbozado. Todas las cosas nacen o se crean alguna vez. Con menos antecedentes, el festival-concurso de Lo Ferro creó hace 25 años La Ferreña, un encargo que se hizo al maestro Fosforito, y hoy es ya un cante más, con base musical en la Malagueña, que suena cada año en las noches veraniegas del concurso.