Una de las grandes fortalezas del flamenco de base es el colectivo peñístico, los aficionados voluntarios que trabajan con dedicación en sus asociaciones y que conforman tal núcleo de personas inquebrantables, que siempre están cargando con los inconvenientes, desventajas o incomodidades que surjan, a las duras y a las maduras, siempre ahí, pase lo que pase.
El compromiso social y el esfuerzo voluntario de los peñistas, su voluntad de empeño con la mejora y la transformación de la realidad, son bazas a tener en cuenta. Y por añadidura, en los directivos que apuntalan las Peñas Flamencas existe una enorme motivación y un gran sentido de responsabilidad por el trabajo social y divulgativo que desempeñan, por la consecución de los objetivos que se proponen.
Esa implicación la quisiera hoy focalizar en la Peña Flamenca La Fragua de Bellavista, que el domingo 27 de abril de 2025 celebra sus bodas de oro, medio siglo con la motivación y la energía de hombres y mujeres unidos por un mismo fin en el desempeño de la difusión flamenca, además de poder explicar la capacidad de supervivencia, de permanencia a pesar de las dificultades.
En los orígenes flamencos del sevillano barrio expansivo de Bellavista, hay que evocar, allá por los años cuarenta del pasado siglo, a Diego el del Caballo, que regentó la Taberna El Caballo Blanco, y al Maestro Leo, panadero, cuya afición desmesurada tanta incidencia tuvo entre los más cercanos.
Mas justo es significar que, si la memoria no me traiciona, la relevancia flamenca de tan popular barrio empezó a producirse con la creación de la Peña Flamenca La Fragua de Bellavista, entidad que debe su nombre a una iniciativa de Antonio Cid Pérez y que comenzó su andadura en la calle Enamorados, número 18, donde recibió el bautismo flamenco de la hispalense Peña Flamenca de Torres Macarena.
«La culminación de las actividades de la Peña Flamenca La Fragua de Bellavista llegaba cada año con el Festival Flamenco La Fragua, encuentro que persiste por fortuna y que en 2025 alcanzará su 45ª edición con la satisfacción del deber cumplido: ser el evento decano de la canícula que oferta Sevilla capital a sus visitantes»
Corría el 27 de abril de 1975 cuando un grupo de amigos como Vicente Hurtado Cobo, que fue su primer presidente, Juan Méndez, José Cabello Romero –el infatigable y buen amigo Pepe Cabello–, Juan José Hidalgo Espadiña, Manuel Martos y los hermanos Manolo y Juan Muñoz, entre otros muchos, consiguieron llevar adelante sus ilusiones cuajando un serio proyecto que fue refrendado por unos cuarenta y cinco socios fundadores.
El mismo año, ya con un centenar de socios, cubrirían un vacío que la oficialidad cultural tenía desatendido: crear y consolidar un Festival Flamenco en Sevilla, ya que este objetivo fue en realidad la razón de ser de su fundación. Y al año siguiente, consumarían la aspiración de convocar a la afición al concurso que, por aquellos de los jurdores, tuvo que desaparecer en su decimoséptima convocatoria, esto es, allá por 1993.
Mucho ha llovido desde entonces, bastante, si miramos el pluviómetro. Con todo, su mítico local social de la calle Caldereros –hoy en la calle Gaspar Calderas, 17, y bajo la presidencia de Ángeles Fernández Mérida– ha servido de punto de encuentro para la exaltación y dignidad de este fenómeno cultural.
En el periodo invernal alternaban los aficionados y las primeras figuras –Antonio Mairena y Camarón de la Isla no conocieron el sabor de sus aplausos– con el ya tradicional ‘Día de la Mujer del Socio’, amén de planificar el concurso, certamen que en sus primeras ediciones fue escrito a golpe de sentimiento por mor de Fernando Góngora (1976), José Galán (1977), Pepe Cabello (1978) y Fernando Porrito (1979).
Sin perder la estela del concurso, la década de los ochenta quedó marcada por el triunfo de Marcelo Sousa (1980), Niño Colchón (1981), José Parrondo (1982), Paco Moya (1983), Kiki de Castilblanco (1984), Rubito de Pará (1985), de nuevo Marcelo Sousa (1986), José Tirado (1987), El Quincalla (1988) y Pepe el Ecijano (1989).
«Aunque no venga en el mapa de los territorios generadores de formas flamencas, tengo para mí que Bellavista es un barrio que ocupa un lugar destacado en nuestra historia, merced sobre todo a la grandeza de quienes allí nacieron, al espacio construido por los artistas que lo visitan y, especialmente, por la función vital, a veces tan ingrata, de su afición»
El decenio de los noventa registró, por último, los nombres de Manolo Cordero (1990), Manuel Restoy (1991) y Juan Delgado (1992), cantaores todos que colmaron los gozos de cabales que templaron las cuerdas de sus sensibilidades en esta Fragua acogedora, tal que José Cantudo, Pepe Cabello y su hijo Emilio Cabello, el cordobés Pepín de Bellavista, Juan Méndez, Teresa Gómez Guerra –madrina de La Fragua–, el bailaor José Joaquín y los guitarristas Niño de Pura, Antonio Gámez, Ismael Guijarro y el no suficientemente ponderado Isidoro Carmona.
La culminación de las actividades llegaba, empero, cada año con el Festival Flamenco La Fragua, encuentro que persiste por fortuna y que en 2025 alcanzará su 45ª edición con la satisfacción del deber cumplido: ser el evento decano de la canícula que oferta Sevilla capital a sus visitantes.
Aunque no venga en el mapa de los territorios generadores de formas flamencas, tengo para mí que Bellavista es un barrio que ocupa un lugar destacado en nuestra historia, merced sobre todo a la grandeza de quienes allí nacieron, al espacio construido por los artistas que lo visitan y, especialmente, por la función vital, a veces tan ingrata, de su afición.
Son sus seguidores los que, animados por la defensa de la cultura andaluza, llevan ya 50 años fraguando lo jondo, divulgando sus valores éticos y actitudes sociales, e instalando en la opinión pública las sensaciones y emociones que dimanan del hecho flamenco, atractivo más que potencial para un determinado sector social, el de la juventud. Enhorabuena, pues, porque vuestra perseverancia ha dado sus frutos.