Después de arrasar en el Festival Flamenco de Nimes con la presentación mundial de Manifiesto, su último trabajo discográfico, tocaba el turno en su localidad natal. María Terremoto ha vuelto a su tierra para reventar de emociones al graderío en un ritual catártico de liberación sanadora que cura las heridas como saliva de madre. Con veinticinco años que calza también se puede sufrir, contarlo y cantarlo sobre los maderos del entarimao, que aguantaron los quintales de la profunda jondura de su desnudez arrojada a los cuatro vientos para despojarse de «el dolor, la pena, el miedo y la ira».
Manifiesto se percibe como la desgarradora ceremonia de una niña dolida que se abre en canal para arrancarse salvajemente, de cuajo, las duquelas gordas y florecer de lo oscuro a mujer. «¿Dónde voy? No sé qué canto, no sé qué quiero, no sé quién soy (…). Yo no soy de las que dicen de esta agua no beberé. Si no me equivoco fallando… ¿Cómo voy a aprender?» El espectáculo discurre entre la incertidumbre y la firmeza, entre la duda y la decisión indomable de hacer lo que le dé la gana, desencorsetándose y honrando el apellido para pisar fuerte sobre un pasado hiriente que la conforma poderosa e irreverente con causa en la búsqueda de su propia identidad. Es un canto a la libertad creadora en el flamenco –y a la vida– que corre en paralelo a su historia personal. María es joven, rancia y moderna a la vez. Es cantaora y cantante. Es lo que se le antoje ser, más allá del juicio caduco que deja atrás, no ya para renacer sino para desatarse y seguir su camino haciéndolo al andar.
Todo esto lo manifiesta con el cante, el vestuario, las luces, las sombras y las letras de su propio puño que figuran proyectadas sobre el fondo de escenario para apoyar las locuciones y la música, a veces conjugando lo tradicional con arreglos de sintetizadores y coros grabados. Pero siempre flamenca, sin salirse del tiesto, desdibujando los límites, pero poniéndole su nombre a fronteras maleables que ondean a su ingeniosa voluntad. Incluso recuerda en sus hechuras cantaoras a aquellos viejos discos de pizarra y sin embargo en otros pasajes refresca la ortodoxia con un gusto exquisito.
«María Terremoto formó un lío gordo en un Villamarta abarrotao que aplaudió hasta la saciedad una obra autobiográfica en la que se entrega sin dobleces a pecho descubierto. ¡Tremenda, magistral!»
El telón descubrió a María tapada con un velo, bañada por el cenital. Y lloró desconsolada por romance retando a la muerte que vino a su casa y la dejó sola con su madre. «¿Cómo vienes y te llevas lo que maldad no tenía? Tenemos cuentas pendientes, no me ganas la partía». Y desde aquí me pegó un pellizquito en las fibras que me dejó compungido hasta la ovación final.
Le pide a su alma que no salga del cuerpo redescubriendo la petenera con un acompañamiento singular, sugerente, con aires casi medievales. Se quita el velo y titubea por soleá cantando encima de una mesa. Luego se recoge y acompaña ella misma al piano un zorongo lorquiano para lamentarse con dolorosa dulzura de este mundo que no la deja respirar. Se sienta en la tarima sola con sus lágrimas vagabundeando con el recuerdo de su padre Fernando poniendo Luz en los balcones, robándole oles rotundos y emotivos al público que se suma al dolor de su pérdida. La pulcritud y gitanería jerezana de Nono Jero a la guitarra y las mejores palmas del flamenco tocadas desde lo corazones de Juan Diego Valencia y Tarote la llevaron en volandas. Encontró María la paz en los abandolaos, donde endiñó un fandangazo de El Gordito de Triana a compás. Y luego de pasear por Levante, apretando en el taranto, sentenció dos cuerpos por seguiriya oliendo a clavito y canela y rebuscándose en las tripas la puya que dejó la ausencia de su opaíto. Echó los restos rebañándose las asaúras. No le hizo falta abrochar con el macho y el público rompió en aplausos ante tamaño salpicón de verdad. Señaló la superación por alegrías, llegó atrevida a la libertad por rumbas haciendo cantar a la afición el estribillo, bailando el gozo de su plenitud. Y con negro vestido corto, celebra por bulerías el Manifiesto «de todo lo vivido y transitado».
María entona como quiere y lo que quiere. Y suena a ella. Asombra su madurez artística y personal hasta el punto de ser insultantemente abrumadora por la calidad de sus dotes al cante. Afina, vocaliza, riza los giros, se queja, modula, domina los bajos y sube en los tercios bravíos sin estridencias. Emociona y transmite. Lo tiene todo.
Apretó su cuerpo para no sentir tanto dolor. Luchó sumida en el conflicto. Se rompió, creció y por fin se mostró aquí sana y salva. Recorrió el camino de las tinieblas a la luz. Contó y cantó arrebatadoramente jonda y sensible. Escupió su intimidad en un espectáculo de diva para doblegar escenarios de todos los públicos, flamencos o no. María Terremoto formó un lío gordo en un Villamarta abarrotao que aplaudió hasta la saciedad una obra autobiográfica en la que se entrega sin dobleces a pecho descubierto. ¡Tremenda, magistral!
Ficha artística
Concierto de presentación del disco ‘Manifiesto’, de María Terremoto
Teatro Villamarta, Jerez de la Frontera, Cádiz
1 de febrero de 2025
Cante: María Terremoto
Guitarra: Nono Jero
Palmas: Juan Diego Valencia y Tarote