Las actividades para niños (o familiares, como se las da en llamar también) parecen a menudo programación de segunda o simple relleno en los festivales. Craso error: pobre de la manifestación artística que no cuide de la cantera, porque está muerta y lo que es peor, no lo sabe. La Bienal de Sevilla ha cuidado tradicionalmente este aspecto, y este año no ha sido una excepción. Así, la bailaora jerezana Leonor Leal, junto a su compañero, el percusionista utrerano Antonio Moreno, brindaban en la segunda jornada del certamen un espectáculo de iniciación que, sin alardes ni excesivas pretensiones, resultó una lección magistral de cómo acercar el arte jondo a los más pequeños.
Lo primero y principal consiste en evitarles la molesta sensación de que están entrando en un templo sagrado, idea que disuade a tantos adultos a fuerza de acomplejarlos porque no distinguen la soleá de Triana de la de Alcalá, o porque no saben en qué año murió El Fillo (pregunta que, diría Borges, no habría podido responder ni el propio Fillo). Los niños entran en el flamenco como está mandado, es decir, sin permiso y jugando; se diría que ni siquiera entran, sino que se encuentran de pronto inmersos en él. Eso lo saben las familias jondas, en las que la guitarra es un juguete más, y una pataíta por bulerías una gimnasia cotidiana que practican por igual la abuela y la nieta. Pues bien, en el CaixaFórum de la Cartuja, los chicos y las chicas empezaron acercándose a través del ritmo, que todos los seres humanos poseen solo por tener pulso y corazón.
«Se trata de jugar, y los pequeños voluntarios se entregan como es propio de su edad: golpear una mesa distinguiendo el compás, hacerlo en el propio cuerpo, con los pies, con las manos, con la boca: así empezó todo, parecen decirnos, jugando con los tiempos y los sonidos»
El vestuario de Leonor Leal es sobrio, nada de excesivos volantes, ni lunares, ni peinetas. Transmite de inmediato naturalidad, sumado al hecho de que no hay escenario: está al mismo nivel que sus jóvenes espectadores. Lo mismo sucede con Moreno, no hay una espectacularidad buscada, no se trata de deslumbrar a nadie, aunque se permitan alguna pincelada de virtuosismo. Se trata de jugar, decíamos, y los pequeños voluntarios se entregan como es propio de su edad: golpear una mesa distinguiendo el compás, hacerlo en el propio cuerpo, con los pies, con las manos, con la boca: así empezó todo, parecen decirnos, jugando con los tiempos y los sonidos.
A menudo recurren a asociaciones útiles con símbolos o conceptos más o menos familiares, como el viento o la naturaleza, pero también deslizan el aspecto numérico de los patrones rítmicos: ya sabemos que las matemáticas no le gustan a nadie, quizá porque no nos han contado que los números también sirven para bailar. Mientras los pequeños siguen boquiabiertos las evoluciones del dúo, los papás y las mamás también aprenden, por ejemplo, qué es un martinete y cómo se ejecuta.
«En la inmensa tarea que tiene el flamenco para abrirse un hueco en los centros educativos, no cabe duda de que este es el camino, el mismo que tantos han olvidado: jugar, seguir jugando»
Una de las cosas más interesantes del montaje es recoger las opiniones de los espectadores. Un maestro de la crítica que se ocupó de la creación infantil solía explicar que el niño no es un enano, esto es, no se trata de un hombre de talla reducida. Es otra cosa. Las relaciones del niño con personas y objetos se apartan de las que rigen el mundo adulto. Así, sus respuestas tienen que resultarnos casi siempre inesperadas y, con frecuencia, divertidas. Cuando Leonor baila por soleá, una niña cree ver “un águila” en el movimiento de sus brazos, y otra añade: “Un águila concentrada”. Cuando la bailaora pregunta si les parece un baile triste o alegre, responden sin dudarlo: “Ni una cosa ni la otra”.
Pero la respuesta más genial la dio otra chica a la pregunta: “Cuando bailo por alegrías, ¿soy una niña o una vieja?” Y dijo: “Puedes ser cualquiera de las dos”.
En la inmensa tarea que tiene el flamenco para abrirse un hueco en los centros educativos, no cabe duda de que este es el camino, el mismo que tantos han olvidado: jugar, seguir jugando.
Ficha artística
Manual de Flamenco para familias
XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla
CaixaFórum, 13 de septiembre de 2024
Leonor Leal, baile
Antonio Moreno, percusión