En una familia de artistas, María, la hermana de Paco de Lucía, nunca llegó a dedicarse a la música, pero todo el mundo coincide en señalar que tenía un gran talento para esta disciplina. Algo debió de transmitirle a su hijo, José María Bandera Sánchez (Algeciras, Cádiz, 1960), que pudo aprender de su abuelo, Antonio Sánchez, y disfrutar de sus tíos en los años en los que pasaban de ser unos niños talentosos a unos ídolos mundiales. También pudo acompañar al genio de Algeciras en varios proyectos y largas giras, y actualmente lo recuerda en escenarios de todo el mundo con el espectáculo Paqueando, junto a Diego Amador. En esta entrevista recuerda muchas de aquellas vivencias, aunque en asuntos delicados se siente obligado a pasar palabra…
– Usted empezó a estudiar con su abuelo. ¿Era ese profesor duro y severo del que tanto se ha hablado, el que tenía al niño Paco atado a la silla?
– Han llegado a decir hasta que era un ogro. Mi abuelo no era así. Era amigo de sus amigos, le gustaba reírse, lo que pasa es que para ciertas cosas era estricto, no severo. Creo que hay una diferencia. Te exigía, era muy exigente. Yo me acuerdo de Paco con 15 o 16 años, he visto muchas broncas de mi abuelo con todos sus hijos. Pero por el tema de la guitarra, a Paco… A veces pienso que debería ser verdad eso que dicen, pero yo nunca lo vi. Ni le exigía que estuviera horas, ni nada.
– ¿Recuerda cuando dejaron Algeciras?
– Sí, recuerdo muy bien cuando se fueron a Madrid. Yo no conocí la casa de San Francisco, sino la de la Bajadilla. Recuerdo cómo se entraba en la calle Barcelona. Me iba mucho para allá con mi madre, y me quedaba jugando con Paco, con Pepe. Yo tenía dos años y medio, pero recuerdo ir a la estación, mi madre me llevó en brazos para despedirlos. Se fueron mi abuelo, mi abuela Lucía, Paco y Pepe, porque Antonio estaba de voluntario en Algeciras haciendo la mili, y Ramón estaba en la marina, no sé si en San Fernando. Paco tenía 14 o 15 años, y Pepe 16 o 17.
– ¿Y los recuerda tocando y cantando?
– Hombre, todo el día. Lo que pasó después fue que, como a Paco no le gustaba Madrid, la única que se quedó casada en Algeciras fue mi madre, de modo que él pasaba más tiempo en mi casa que en Madrid. Se iba a Madrid cuando no tenía más remedio, y en cuanto podía, estaba otra vez en mi casa. Mi familia era mi padre, mi madre y Paco, porque mi hermana vino bastante después. Era mi tío y mi hermano mayor. Y tocando siempre, claro. Siempre había alguien tocando, mi abuelo, Ramón, Paco, o Pepe cantando, o mi madre, que también cantaba muy bien.
– ¿Qué música se escuchaba en casa?
– Por encima de todo, a Marifé de Triana, mi madre era una enamorada. Siempre estaba cantando por Marifé. Y después a Camarón, a Fosforito, porque Paco le toca en todos los discos… Y sobre todo hay un disco pequeñito que era de estos de 45 rpm, de Terremoto tocándole el Morao, y se ponía mucho. Cante por seguiriya, por soleá, fandangos… Mucho tiempo después me comentó Paco sobre ese disco. “Ese disco era la perfección, cómo estaba cantado y acompañado”.
– El Paco que iba por su casa, ¿lo recuerda como un niño atormentado con la exigencia de la guitarra?
– Ni de coña, para nada. Paco llegaba por las mañanas y nos íbamos con el bañador, una camiseta y las chanclas a la Playa de los Ladrillos. Allí me daba la camiseta y las chanclas y yo me iba caminando hasta el Rinconcillo, que hay como tres kilómetros, y lo esperaba en la escalera del Hostal Bahía. Paco nadaba cuatro o cinco kilómetros diarios, estaba cuadrado. ¡Tenía unas espaldas! Allí nos quedábamos hasta la tarde. Después, cuando volvíamos, cogía un rato la guitarra y después salía por las noches. Así que atormentado, yo no sé quién…
– Vamos, que ese monje que se ha pintado es una clara exageración.
– Yo he conocido todas las épocas de Paco, y… Es verdad que, si tenía un concierto a la vista, tenía que pegarse dos o tres días en la habitación, yo me los pegaba con ellos en una esquina, escuchando. Pero ese esclavo, yo no lo he conocido. Paco lo que tenía era una facilidad para tocar fuera de los límites de lo que podemos concebir en la cabeza. No le hacía falta estudiar mucho. Que hubiera estudiado mucho antes de que yo lo conociera o tuviera conciencia, puede ser, seguramente. Pero a partir de ahí, te hablo con 16 o 17, Paco no se pegaba unos tutes de estudiar muy grandes. Yo a lo mejor estaba jugando al fútbol, y si sabía que Paco estaba estudiando, me iba y me metía en la habitación, allí, me quedaba muy callado en una esquina. Y sí, se pegaba tres o cuatro horas. Pero no más.
«Su persona, su cabeza, eran un torrente de creatividad. No tenía fronteras, lo que se le ocurría salía. Tú creas una falseta y tienes que pensar en la melodía, cómo la vas a tocar, cómo la vas a digitalizar, cómo suena mejor… Y en Paco ese tiempo no existía. Hacía así, ¡pom! Y ya estaba tocando la idea que tenía, todo bien armonizado y digitalizado. Era impresionante a la velocidad que iba todo»
– ¿Cuándo se dan cuenta en la familia de que Paco es ese gigante que está camino de conquistar el mundo? ¿Viene mucho después?
– Yo tengo conciencia desde muy pequeño que aquello no era normal. Te hablo de tres años. Era algo muy importante, muy serio, no sabía si tenía repercusión mundial, pero sí un privilegio que yo tenía en casa. Me emocionaba al escucharlo, y sabía que era extraordinario. Y yo escuchaba a los Beatles, escuchaba el rock que estaba de moda, pero aquello era música barata. La música seria era la que hacía Paco, y la que hizo posteriormente Camarón. Paco nos ha regalado un estatus a todos los flamencos de hoy, pero antes un flamenco estaba muy mal visto, y un guitarrista más. La figura era el cantaor, no había concertistas. El primer concertista que salió en España fue Serranito. Estaba Sabicas en Estados Unidos, y poco más. Era una época en que el flamenco estaba denostado. Todo lo que venía de fuera era lo bueno, lo de aquí no valía un duro.
– Cuando oyen por primera vez a Camarón, ¿sienten lo mismo, que ahí hay algo genial?
– A Camarón no lo detecta Paco desde el principio. Yo escuchaba cantar y pensaba que quien me gustaba era Camarón. Me pasé también muchas horas escuchando a los dos, y pensaba eso, que no me gustaban los otros, que era José quien de verdad me llegaba. Tampoco sabía la repercusión que iba a tener, pero con Paco sí, desde el primer momento.
– ¿Cómo le explicaría a un profano por qué Paco era tan superior a los demás?
– Para empezar, por la fluidez tocando. Los demás guitarristas eran esto, lo otro. Paco tocaba, improvisaba, se inventaba las cosas sobre la marcha, era una bestia. Talento, talento, y más que talento… era todo. Lo de las manos era impresionante, la fuerza que le daba a la interpretación, el ritmo que tenía. Todo lo hacía con una alegría interna, difícil de explicar. Y lo hacía por encima de cualquier otro instrumentista, no solo te hablo de guitarristas. A veces pienso que a Paco lo tenía idealizado, porque yo era chico, pero ahora lo oigo, veo los vídeos antiguos que se van rescatando en Internet, en blanco y negro y veo que la idea que yo tenía no era para nada una idealización. Paco era la bestia. Sacó un disco pequeñito, que andaba por mi casa y lo perdí, y a partir de ahí todo el mundo le pone el ojo. ¿Quién es este? Y con 17 o 18 años empieza a ser muy considerado.
– ¿Y Ramón, cómo era?
– Ramón era un seguidor de Ricardo. Entra en la compañía de Juanito Valderrama porque mi abuelo era amigo de un exportador de pescado de Algeciras muy amigo suyo, Pepe Marín, que era compadre de Valderrama. En las fiestas que se organizaban en su casa iba todo el mundo, incluso Carmen Linares me contó que de niña había ido a alguna con su madre, porque era familia de Marín. El caso es que mi abuelo le dice a Pepe que tiene un hijo que toca muy bien. Paco era muy pequeño, pero consigue que Ramón entre en la compañía de Valderrama, donde toca Ricardo. Ramón es una figura de su época, toca todo lo de Ricardo muy bien, muy limpio. Era un guitarrista ricardero. Y por ahí le dice, “vente a ver a mi hermano”. Y Ricardo se queda alucinado, se hace paquero. Ramón se pone al cuidado de él, le pone las falsetas de Ricardo, Paco se las cambia, a él le da mucho coraje que las cambie, pero Paco le da su rollo… Y con Ramón conecta con lo que es el mundo profesional. Le dio su apoyo. Paco es como un gran autobús en el que nos vamos subiendo todos, Ramón, Camarón, y al final acabamos montados todos los flamencos. Su persona, su cabeza, eran un torrente de creatividad. No tenía fronteras, lo que se le ocurría salía. Tú creas una falseta y tienes que pensar en la melodía, cómo la vas a tocar, cómo la vas a digitalizar, cómo suena mejor, cómo ponerla en manos y dejar que pase un tiempo hasta que te suene bien… Y en Paco ese tiempo no existía. Hacía así, ¡pom! Y ya estaba tocando la idea que tenía, todo bien armonizado y digitalizado. Era impresionante a la velocidad que iba todo.
– ¿Cuándo se habla por primera vez de que usted se incorpore al proyecto de Paco?
– Uf… Yo toco siempre, y con seis o siete años intento empezar a tocar yo solo. Me ve mi abuelo y me dice, venga, que te voy a enseñar. Ahí sí fue duro, me recuerdo llorando. Tenía nueve o diez años y era todo muy exigente, pon la mano aquí, la muñeca por fuera, la mano con este ángulo, pon la espalda recta, lleva el pie, cuidado, no hagas esto… Y cuando estaba concentrado con algo de la mano izquierda, me decía “¡el pie!”, y había momentos que me ponía a llorar. “¡Ahora vas a llorar!”. Después de aquello, la verdad, no sé cómo seguí tocando la guitarra. Pero eso me hizo tener una disciplina que ya no perdí. Cuando pillas esa disciplina desde esa edad, las cosas ya no se te van. Mi abuelo se compra entonces una casa en Algeciras, en Carteya, donde yo doy las clases, y ya no viene Paco a nuestra casa cuando vuelve de Madrid, se va a la de su padre. Yo estoy con las clases y Paco está por allí. Y por las tardes, como he dicho, me quedo con él escuchándolo, sentado en el suelo. Y un día me dice, “mira, coge los acordes que he puesto”. Cojo los acordes, “tócalos así, como una rumba”, y lo hice. Me acuerdo de que era verano. Un día estoy jugando al fútbol y veo un coche que no me suena, un Citroen tiburón de esos, y pienso que ese coche debe de ser de Paco. Subí, y me abrió la puerta él. Yo sudando, en pantalón corto. “Entra, entra, coge la guitarra”. Ya era un 21 de diciembre, el cumpleaños de Paco. “¿Te acuerdas de los acordes que te di? Tócalos, tócalos”. Lo hice, y él de pie, con su guitarra apoyada en la mesa. Era Entre dos aguas. De pronto me dice, ¿tú me podrías acompañar en la Czarda de Monti? Yo en ese momento me estaba estudiando los picados de la Czarda, así que le dije “claro”. Las tocó y lo hizo alucinantemente rápido, y cuando terminamos, me dijo, “venga, vámonos que no llegamos, que tenemos que tocar”. Y yo, “¿cómo que tenemos que tocar?”. Yo tenía 13 años. “Que tenemos que tocar en Ronda, vete a tu casa, dile a tu madre que te vienes y cámbiate de ropa”. Me fui, tocamos los dos en el Teatro de la Merced, y esa fue la primera vez que yo me subí seriamente a un escenario. Figúrate el miedo. Pero bueno, a partir de ahí, llegó el verano siguiente o el otro, y me dijo “nos vamos a hacer una gira. Nos vamos a ir los dos solos, que tengo dos meses y pico”. Y yo preguntándome cómo explicaba eso en mi casa, tener que dejar el instituto… Al final no sé qué pasó, que esa gira se anuló, y debió de haber algún problema con esa gira, porque Paco estuvo vetado en Estados Unidos durante diez años. No sé si fue el sindicato de músicos, no quise ni preguntar… Ya volvió con el trío de Larry Coryell, de John McLaughin…
«Me emocionaba al escucharlo, sabía que era extraordinario. Yo escuchaba a los Beatles, escuchaba el rock que estaba de moda, pero aquello era música barata. La música seria era la que hacía Paco, y la que hizo posteriormente Camarón»
– ¿Cuándo vuelve a tocar usted con él?
– Yo sigo estudiando, me voy a Sevilla a estudiar Ingeniería Industrial. Me equivoqué, porque quería hacer Sonido, pero me di cuenta tarde de que había escogido la carrera equivocada. Allí, en mi casa, un día estaba escuchando música arriba, y sentí que había gente tocando bien, y uno cantaba unas letras con las que me reía mucho. Y un día, como yo también estaba tocando, me llaman a la puerta y aparecen dos que yo no conocía nada. “Tú tocas la guitarrita, ¿no?”. Eran Raimundo y Rafael, y el que cantaba era Kiko Veneno. Ya por las tardes venían y nos poníamos a estudiar. A mí me mandaron a Sevilla para que se me olvidara la guitarra, y mira dónde me metí. Estaba más tiempo tocando que estudiando. Luego me fui a Alemania con Pedro Palomo, había sitios para tocar. Por allí pasó Paco con el sexteto por Alemania y me dijo que me fuera unos días con ellos, pero sin tocar. Ya me volví y me dijo Paco, “¿por qué no te vas a En Madrid y te metes en un tablao?”. Y yo, “buf, ¿un tablao? Bueno, pues venga”. Yo estaba harto de tocar para bailar en Algeciras. Paco habló con Rafael, de Los Canasteros, que estaba de capa caída porque no pagaba. Lo que pasa es que allí conocí a muchos artistas, estaba Antonio Carmona, el Ray Heredia, La Macanita, un montón de artistas buenos. Un día vino un coreógrafo del Ballet Nacional, Felipe Sánchez, y me saludó. “Estamos montando algo, por si te interesa entrar, pasado mañana vengo con la directora”. Así fue, vino con María de Ávila. Y al mes y medio o así, me llamó Felipe porque se había puesto malo Luis Habichuela, y tenían que estrenar en el Monumental y solo había un guitarrista, Rafael Morales. Ahí entré, tuve que prepararme 45 minutos, estuve tres días sin dormir. Fue horrible la presión, esas cosas ya no las aguanto, pero entonces tenía la edad que tenía. Hice un mes, me ofrecieron luego tres meses, luego un año… Y ahí me quedé, me daban mucha libertad para entrar y salir, para hacer cosas por fuera. Empecé a hacer cosas con el sexteto antiguo. Una vez me llama Paco porque no puede venir Jorge, y yo tenía que acompañar las melodías de Jorge, cuando no podía venir Carlos yo tenía que aprenderme las cosas de Carlos… ¡siempre me tenía que aprender un montón de cosas, pero en fin, tocaba con Paco y con el sexteto, ¡bueno, con medio sexteto!
– Iba usted parcheándolo, ¿no?
– Sí, recuerdo que una de las cosas que hice fue en la Cumbre Flamenca, en el antiguo Teatro Alcalá, cuando bailaba Juan Ramírez. Efectivamente, yo iba poniendo parches. Y Paco hacía muchas cosas también con Ramón, y me llamaba para hacerle otras voces, íbamos en trío. Realmente empecé con esos tríos. Hicimos muchos festivales de guitarra: el de Córcega, los de Canadá, donde fui muchas veces… Y la primera Bienal, en los Alcázares de Sevilla.
– Cuando se incorpora Cañizares, ya tiene usted un recorrido importante con su tío.
– Claro, y eso también se llevaba cociendo tiempo. Paco me dijo “quiero hacer lo de las tres guitarras flamencas, pero bien. Voy a descansar del sexteto y a ponerme con esto. ¿A quién llamamos?”. Y yo, “yo qué sé, Paco, ¿a Vicente, a Cañizares? Llama a Vicente”. Y me dice él: “No, vamos a llamar a Cañizares” [risas]. Y ahí empezamos.
– ¿Se ríe porque con Vicente tenía sus más y sus menos?
– Era amigo de los dos, pero bueno, Vicente estaba un poco más… A mi nivel. Cañizares en aquel momento me reventaba. Y Paco se dio cuenta, claro. Paco me llamó con una semana de antelación para montar un concierto en Copenhague y nos pillamos los dedos los tres. Paco se asustó. De hecho, los ensayos empiezan y aquello va a un ritmo endiablado. Cañizares lo cogía todo y yo no me enteraba de nada. Eran falsetas nuevas, había que mirar los tiempos dónde estaban, y cuando preguntaba ya iban ellos por la siguiente falseta. Yo dije: “Dios mío, o me pongo las pilas bien puestas o me tengo que ir de aquí por honradez. No puedo estar aquí por ser sobrino, aquí hay un nivelón y yo tengo que estar a la altura”. Fue para mí un reto, pensaba que iba a tardar mucho, pero en dos meses y medio ya estaba presentable.
– ¿Cómo fue acogida la gira? Hubo una época que los músicos clásicos cuestionaban a Paco…
– Paco decía: “Esto lo ha tocado todo el mundo muy bien, ¿qué voy a aportar yo aquí?». El Concierto está hecho por un pianista, no es muy guitarrístico que digamos, y tiene frases complicadísimas de guitarra. Cada guitarrista, cuando llegan ciertos pasajes, se hace sus resúmenes o su forma de tocarlo. Paco lo que dice es “yo voy a dar todas las notas. Y lo voy a hacer a ritmo”. Porque hay unos rubatos, las frases son complicadas y para no fallarlas, se hacen como retardando. Y él dice “no, yo lo voy a hacer así”. Y eso hicimos. Nos pone a currar a nosotros, “coged todas las grabaciones del Concierto de Aranjuez, ¡todas! Os las repartís Cañizares y tú, y vamos a esta frase, a esta, a esta…” Y efectivamente, fuimos encontrando los conciertos uno a uno, íbamos a las frases u efectivamente veíamos que se hacían esos resúmenes o había notas que no se daban porque era imposible. Un piano son dos manos, claro, la guitarra tiene las cuatro notas de los cuatros dedos, es bastante complicado. Ahí nos pusimos a escuchar, hicimos los apuntes. Parece que Paco dijo “vámonos”, pero se hizo un estudio muy serio. Y Paco le daba esa fuerza que solo él imprimía a la música. Yo escucho El concierto de Aranjuez, y el que me gusta es el de Paco. Incluso hay gente en los conservatorios que lo estudia como lo hace Paco. Yo veo entrevistas de la época de Segovia, de Yepes, y se tiran a matar entre ellos. Que para colmo de los colmos entre un flamenco a meterse en esos temas, era para fusilarlo.
– Está el desprecio a los flamencos que han tenido siempre los clásicos, ¿no?
– De eso tuvo bastante culpa don Andrés Segovia, que dice que rescató las guitarras de las tabernas para llevarla a los teatros. Y siempre estaba hablando de Paco, “haciendo cuartetas, tiqui-tiqui, tucu-tucu”. Si hablaba tan mal de Paco, algo debía estar él haciendo bien.
«Había mucha dinámica en el sexteto, con las percusiones, el bajo, la flauta, el baile… Fue una de las cosas que me dijo Paco, que con el trío podía matizar mejor. A nivel guitarrístico fue muy importante, era muy potente. Todavía hay gente que me dice, qué bonito era el trío, ¿por qué no hacéis algo así otra vez? Quizá hagamos algo ahora. Veo los vídeos antiguos y me asusto hasta yo»
– Esos tiempos, aunque Paco es ya una figura mundial, pero usted conoció giras sacrificadas, ¿no?
– Todas lo eran, aun siendo figura. Recuerdo que la primera gira con Cañizares fueron 84 conciertos en 90 días. Con una media de 600 kilómetros diarios, había días de 1.300 kilómetros. Paco no quería que hubiera hueco entre días. “Si hacemos Munich y Frankfurt y tenemos dos días en medio, búscame otras dos ciudades”. Y así llenamos y llenamos, y eso se convertía en bastante sacrificio de viajes y de sueño. Un palizón. Después no, pero en esa época era horrible.
– En medio de todo eso, ¿había tiempo para fiestas?
– Todo el día era fiesta, nos pegamos tres meses de fiesta [risas]. Todos los días había algo, porque después de los conciertos nos íbamos a cenar, por contrato, aparte del catering. Y la cena al final, llegabas del concierto, venía gente, y se liaba la cosa. Eso nos pasaba la factura en sueño, íbamos bastante cansados siempre. Fue extremo en todos los sentidos.
– Usted luego se engancha formalmente con el sexteto, desde el 99 al 2002. ¿Cómo eran las relaciones?
– Era una familia. De hecho, a día de hoy, nos seguimos tratando como tales. Unos pedazos de músicos y muy buenas personas.
– ¿Era muy distinto a tocar solo con Cañi y con Paco?
– Sí, había mucha dinámica en el sexteto, con las percusiones, el bajo, la flauta, el baile… Fue una de las cosas que me dijo Paco, que con el trío podía matizar mejor, a nivel guitarrístico fue muy importante, era muy potente. Todavía hay gente que me dice, “qué bonito era el trío, ¿por qué no hacéis algo así otra vez?”. Quizá hagamos algo ahora. Veo los vídeos antiguos y me asusto hasta yo. Con el sexteto había que tocar más fuerte, había más espectáculo también, era muy diferente.
– ¿Qué recuerdos tiene de la grabación de Siroco?
– Pues igual que lo de Ronda, te llama Paco de la noche a la mañana y te dice, “venga, que vas a grabar, vas a grabar”. “¿Que voy a grabar qué, Paco?”. Y nada, a grabar allí del tirón Caña de azúcar.
– ¿Él lo llevaba todo en la cabeza y les ponía a ustedes en esos límites?
– Él lo tenía todo en el coco, y lo ponía en la guitarra, en dedos, cuando hiciera falta. Guitarrísticamente era la fluidez total, con el sonido, con la digitación… Era una barbaridad. En la época de Siroco, sobre el 85 o el 86, se le ocurría cualquier cosa y se grababa. Con el tema ProTools y la secuenciación se puso más meticuloso, y en algún momento se lo dije: “Paco, hay que tocar como antes”. “Ya, pero es que me he retrasado, no está en la claqueta…” “Pues di que lo has hecho queriendo”. El ProTools ha hecho mucho daño [risas]. Yo he visto todos los discos de Paco cocinados en vivo, desde que tenía tres años. Y los de Camarón. Pero no se le daba importancia en ese momento. Estaba concentrado, se hacía lo mejor posible, pero no se pensaba que pudiera tener tanta trascendencia como han tenido. Se trabajaba bien, y punto, sin pensar en lo de después.
– ¿Cómo era el Paco compañero de viaje?
– Muy divertido. De reírte, pero bien, todo el día riéndote. No podía tener una relajación, siempre tenía que crear una tensión. “Paco, basta ya”, le decíamos riendo. Ponía a pelear al chófer con el técnico de sonido, a mí con Cañizares… Siempre igual. Cuando fuimos en febrero a Nueva York, la Chonchi me decía “¿te imaginas la que estaría formando Paco aquí en el avión, echando a pelear a todo el mundo?” [risas] Y lo observador que era, se fijaba en todo. De pronto señalaba mientras estábamos cenando y te decía, ¿te has fijado en ese que está al fondo de la cocina? Tenía mucha gracia, una gracia muy de Algeciras.
«Paco lo que tenía era una facilidad para tocar fuera de los límites de lo que podemos concebir en la cabeza. No le hacía falta estudiar mucho. Que hubiera estudiado mucho antes de que yo lo conociera o tuviera conciencia, puede ser, seguramente. Pero a partir de ahí, te hablo con 16 o 17, Paco no se pegaba unos tutes de estudiar muy grandes»
– ¿Dónde lo querían más?
– En todos sitios. En Japón, figúrate. En Nueva York, el público buenísimo, en Argentina igual, en Alemania… Me acuerdo de que en 2014 o 2015 hicimos una gira de los dos sextetos, todos juntos. Nos la hizo Michael Stein, el mánager de Paco. Nos tuvimos que aprender un montón de guitarras de Paco, hicimos el Solo quiero caminar y aquello sonaba que mirabas y parecía que ibas a ver a Paco ahí sentado. Y cuando terminamos e íbamos a pasar a la bulería, no pudimos hacerla porque estuvieron diez minutos aplaudiendo. Diez minutos. Fue bastante emocionante aquello.
– ¿Qué buscaba Paco en un guitarrista para que lo acompañara?
– Sobre todo, ritmo. Eso era lo primero. Y después si iba bien de armonía, si tenía buenas ideas para acompañar, si hacía una voz bonita en una frase o buscaba acordes que fueran bien… Pero principalmente el ritmo.
– ¿Alguna vez le ha llegado que haya guitarristas que estén resentidos con Paco, porque fuera para ellos un motivo de frustración?
– ¿Tengo que contestar a la pregunta? [risas] Nadie va a decir eso, aunque lo sienta. ¿Sensaciones de eso? Pues sí, las he tenido.
– ¿Estuvo cerca de Paco cuando murió Camarón?
– Lo viví muy de cerca. Como flamenco, fue el momento más desagradable de su vida. Paco era, como dije antes, un autobús al que nos subimos muchos. Cuando viene Camarón a Madrid, había gitanos a los que no les gustaba Camarón, y Paco, que ya con 18 o 19 años era una figura, lo defendió a morir. “Este es el que va conmigo”. Claro, después pasan muchas cosas, yo los he visto estudiar, en Algeciras, y en la calle Ilustración de Madrid, y cogían emisoras árabes. Tenían un par de cantantes localizados que les gustaban mucho. Se grababan casetes, y había giros que Paco pillaba y le pedía a Camarón que repitiera, “haz esto, hazlo de esta manera…” Lo han hecho todo juntos, ha sido un bloque compacto, también en el estudio. Paco daba muchas ideas de cómo cantar, de cómo hacer las cosas. Muchos de los temas son de Paco. Y justo antes de que pasara todo aquello, Paco me dijo: “Hay que ver el trabajo que he hecho yo aquí con Camarón, y esto no se me ha reconocido ni se me va a reconocer nunca”. Y al poco tiempo, saltó la polémica. Figúrate, de lo que estaba pensando, a lo que pasó después, que lo llamaran ladrón… Lo de Paco y Camarón debería ser algo sagrado, para tenerlo en los altares. Hasta que se aclaró un poco la cosa, fue todo tan feo, él lo pasó tan mal… Un día estábamos solos en la casa, Camarón estaba ya muy mal, y me dijo: “A mí me gustaría ir a ver a Camarón, ¿por qué no puedo ir?” Antes de morirse José ya la cosa estaba fea, y le dije, “espera, que me voy a llegar un momento a La Línea. Me acerqué a la calle Teatro, pasé por la puerta y había un ambiente allí, que pensé, “mira, Paco, mejor llama, o haz lo que tú veas”. Y cuando murió se quedó bastante mal. Recuerdo que lo llamé y me dijo, “se acabó, se acabó”. No entendí muy bien, solo decía eso, “se acabó, se acabó”. Quizá todas las ideas que tenía con él, él paraba giras en las que se iba a meter mucho dinero en el bolsillo, para grabar con Camarón. Fue una suma de muchas cosas. Tardó en recuperarse de aquello.
– ¿Se sintió traicionado por compañeros que tomaron partido por La Chispa?
– Sí. ¿Puedo pasar palabra? [risas]
– Claro. ¿Qué guitarristas le gustaban a él?
– Hombre, él era admirador de Sabicas, de Ricardo. Él vio cómo subía el nivel de la guitarra, Cañizares, Vicente, de quien decía que tiene muy buenas ideas… Una vez me llamó muy tarde cuando Vicente sacó el disco de Roma, para decirme que lo escuchara. Seguía a muchos guitarristas.
– Otra cosa que llamaba mucho la atención entre los flamencos era los piropos que echaba a un cantante pop como Alejandro Sanz, hasta el punto de suscitar celos. ¿Cómo era la relación entre ellos?
– Bueno, quería estar en contacto con la gente joven, quería estar a la última de lo que saliera. Y Alejandro es muy cercano, muy de Algeciras como el padre. Paco siempre hacía por cuidar las relaciones.
«Los demás guitarristas eran esto, lo otro. Paco tocaba, improvisaba, se inventaba las cosas sobre la marcha, era una bestia. Talento, talento, y más que talento… era todo. Lo de las manos era impresionante, la fuerza que le daba a la interpretación, el ritmo que tenía. Todo lo hacía con una alegría interna, difícil de explicar»
– ¿Qué papel juega Pepe en la trayectoria de Paco?
– A Pepe y Paco los llamaba Enrique Modrego Los gladiadores, estaban todo el día pegándose en la compañía de El Greco. Y la relación fue un poco así hasta el final, siempre se estaban matando, pero son hermanos, ya sabes. En los discos de Camarón, que estuviera Pepe era importante, junto con mi abuelo Antonio. Para mí la verdadera antología del cante son los discos desde el 69 hasta el 75 o 77, eso es una barbaridad. Hay algunos que salen cada año, con cantes nuevos, letras nuevas, falsetas nuevas. Era un equipo compacto, ahora es lo que más escucho. Me parece lo mejor que se ha grabado en la Historia del flamenco. Y cuando mi abuelo llegó un momento que no escribía, Pepe hacía temas y Paco se los arreglaba, le daba giros diferentes… Así se pudieron hacer todos esos discos posteriores, Como el agua, Viviré, Calle Real, una maravilla también.
– Cuando sale Pepe del grupo y entra Duquende, ¿es el resultado de mucho tiempo de desgaste?
– Es que tuvieron una bronca, no sé muy bien por qué.
– ¿Y en qué momento se deshace el primer sexteto? ¿Había cansancio, o desavenencia?
– Cansancio no. Diferencias entre uno y otro, tampoco. ¿Puedo pasar palabra? [risas]
– Con esta pregunta también me va a pasar palabra. Juan Ramírez me dijo que Paco pagaba poco. ¿Era así?
– Juan Ramírez dejó el sexteto porque no quería montarse en un avión. Le daba miedo, cogía autobuses y a lo mejor tenía que ir de Copenhague a Oslo, y no llegaba a los conciertos.
– La aparición de Javier Limón, ¿supone un cambio trascendente?
– ¿Para mejor o para peor?
– Dígamelo usted.
– [Risas] Es algo… intrascendente totalmente. Aparece como coproductor, ¿cómo va a producirle a Paco un disco Javier Limón? Hay gente que se busca la vida de la manera que puede, pero ¿qué trascendencia va a tener?
– ¿Cree que influyó al menos en los músicos que le acompañaron en adelante?
Sí, porque para el primer sexteto cogieron a un bajista que no me acuerdo quién era, iba de guitarrista El Negri… Esto sí fue por consejo de Javier Limón, y como Paco siempre ha sido un poco así, “venga, vale”. Hasta que llega al escenario y es posible que no funcione, claro. Y poco a poco lo va modelando. Pero se dejaba llegar bastante. Demasiado. Hasta el punto de la indolencia. Y se arrepentía de no haber reaccionado a tiempo. Le pasó en bastantes cosas. Debió pasarlo mal, porque él podía llevarse a los músicos que le diera la gana. No sé qué pasó, no sé si estaba detrás la mano del señor este.
«Paco nos ha regalado un estatus a todos los flamencos de hoy. Antes un flamenco estaba muy mal visto, y un guitarrista más. La figura era el cantaor, no había concertistas. El primer concertista que salió en España fue Serranito. Estaba Sabicas en Estados Unidos, y poco más. Era una época en que el flamenco estaba denostado. Todo lo que venía de fuera era lo bueno, lo de aquí no valía un duro»
– Luego llegaron Alain, Piraña, Serrano…
Con Antonio Serrano le di bastante caña, casi que lo metí yo en el sexteto. No podía venir Jorge y le dije, “llama a Antonio”. Y Paco estaba reticente, “es que la armónica es un instrumento muy americano, muy chufla”. Pero claro, yo le ponía discos y le decía, “mira cómo toca”. “La verdad es que toca muy bien”. Le insistí muchísimo, y creo que es de las pocas cosas en las que me hizo caso. Y menos mal que estaba Antonio.
Alain era muy distinto a Carles, ¿no?
Totalmente. No hay color. Hay una cosa importante en los artistas, en todos, que es la humildad. Si tú no eres humilde y honrado, sobre todo humilde, tú no eres artista. Y a la hora de crear, tú tienes que crear desde la humildad. Y a algunos les falta esa cosita.
Pero Paco los ponía firmes a todos, ¿no?
Alguien me contó que un día con Alain la tuvo gorda. Le bajaba los humos a todos, en el escenario. Y si no te bajaba los humos en el escenario, estaba la palabra. Y si no te dabas cuenta, hacía por que te dieras.
¿Alguna vez asistió a un correctivo de esos?
¡Uf! Asistí a uno con Ramón. En el trío, además. No te hablo más.
Vamos a tener que quedar un día sin grabadora. ¿Usted vivió noches malas de Paco?
Hombre, han pasado cosas, claro que lo he visto sufrir, pero por descontrol. Porque se ha pegado dos días sin dormir. Y lo he visto entre cajas, él sobre el escenario y yo todavía sin vestir, y pensar “tengo que entrar y llevármelo”.
¿Muy fallón?
No, estaba que no podía tocar, tocaba la minera, la raspaba, yo pensando “hostia, se la toca, se la toca”, la bulería, “sale, también sale”… Aunque estuviera muy malo físicamente, tocaba. Era otra de las cosas extraordinarias de Paco, las facultades que tenía. Pero esos conciertos se le hacían largos.
¿Se siguieron tratando a menudo, en los últimos años?
Los dos últimos discos los mezcló y masterizó aquí, en Boadilla, y yo me iba con él. Fueron quince días y quince días. Llevábamos tiempo sin hablar y nos pusimos al día. Me decía muchas cosas, “tienes que tocar muy bajito”…
«Me llaman a la puerta y aparecen dos que yo no conocía nada. Tú tocas la guitarrita, ¿no? Eran Raimundo y Rafael, y el que cantaba era Kiko Veneno. Ya por las tardes venían y nos poníamos a estudiar. A mí me mandaron a Sevilla para que se me olvidara la guitarra, y mira dónde me metí. Estaba más tiempo tocando que estudiando»
¿Se enfrió la cosa entre ustedes?
Sí, se enfrió la cosa. ¿Puedo pasar palabra?
Pero el reencuentro fue natural, ¿no?
Sí, totalmente, la relación se recuperó completamente. Mezcló el directo y el Cositas buenas. Pero ya hablábamos por teléfono, quedábamos, nos íbamos a comer…
¿Recuerda cómo le llegó la noticia de su muerte?
Sí. Me llamó la Pepi, la madre de Malú. “Que Paco ha muerto” Y yo había hablado con Paco cuatro o cinco días antes. No sabía de qué Paco me estaba hablando. “Paco… pero, ¿Paco?” Y ya me dijo que había sido un infarto. Sería la una y media de la mañana, yo estaba dormido, me fui a la cocina, me hice de desayunar y como a las siete de la mañana dieron la noticia. Pero al principio mno me lo creí.
¿Cuánto lo recuerda en su vida diaria?
A diario, cada vez que cojo la guitarra me acuerdo mucho de él, mucho. Hoy me he acordado, vino un par de veces a mi casa y siempre se sentaba en unos escalones para salir al jardín. Hoy me he sentado ahí y he pensado “mira, como Paco”.
¿Qué le interesaba a Paco, además de la música?
Paco leía mucho. Me acuerdo de unos libros muy chiquititos que había de bolsillo, cuando yo tenía como cinco o seis años. En uno de ellos había en la portada un fantasma horroroso en un castillo, y era de Paco. Yo me escondía debajo de la mesa para leerlo sin que me viera mi madre. Era El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde. Me reí un montón con aquel fantasma que se asustaba cuando llegaban los visitantes. Ya entonces, Paco siempre a mano libros interesantes.
¿Quiénes eran los amigos de verdad de Paco?
Tenía muchos amigos, pero amigos-amigos eran dos o tres. Ahora todo el mundo es amigo suyo. De la niñez, además. Su gran amigo fue Carlos Rebato, que murió un par de años después que él, Manolo Ramírez, Manolo Nieto… La Banda del Tío Pringue.
¿Estuvo con él en su casa de Cancún?
Muchas veces. Al que le gustaba la pesca submarina era a mí. En México no se metía mucho, porque había muchos tiburones. Pero mi obsesión siempre ha sido la pesca submarina. Cuando se compró la casa en Playa del Carmen, me invitó y fui tres años. Me tiraba allí un mes y medio o dos meses. Y como yo había seguido pescando en el Estrecho, estaba acostumbrado. Me echaron como de lenguao, como de cebo. Una vez que yo me metí, ya empezaron ellos a meterse.
¿Era un Paco distinto?
No paraba de reírse. Y de gira, los tres solos, no nos hemos podido reír más. Las guasas son todas de dos rombos. A lo mejor estábamos con unos músicos americanos y le encontraba a alguno parecido con uno de la Bajadilla que conocíamos nosotros. Te cuento otra porque ya ha prescrito. En una cena en Bruselas nos invitan y viene Toots Thielemans, el maestro de los maestros de la armónica. Y Paco siempre estaba a ver cómo te ponía en el aprieto. En los postres saca la armónica, no se podía tocar mejor. Y se me acerca Paco y me dice al oído, “¿no parece un perro comiéndose un hueso?” [risas] Esas cosas se le ocurrían, lo más disparatado. ♦