Nació en Sevilla en junio de 1946 en la larga posguerra española que tocaba más fuerte aún en Andalucía. Hoy en día Cristina Hoyos, habiendo triunfado como bailaora, coreógrafa y directora, Premio nacional de Danza además de haber sido pareja artística de Antonio Gades durante 20 años y haber fundado en Sevilla su Museo de Baile Flamenco, es una de las figuras más admiradas del género.
Conocí a Cristina jovencísimas las dos en 1965 en el Pabellón de España de la feria mundial de Nueva York, donde figuraba en la magnífica compañía de Manuela Vargas. Catorce años más tarde, en 1979, la bailaora fue entrevistada por la revista norteamericana Jaleo. Aquel año el flamenco estaba recorriendo su complicado viaje hacia los nuevos horizontes expuestos por Camarón y Paco, y atrás quedaron las enseñanzas de los maestros sevillanos, Enrique el Cojo en baile, o Adelita Domingo, pianista y tonadillera entre otros.
Ahora, 46 años más tarde, las palabras de Cristina Hoyos revelan la lucha personal y el sacrificio realizado en aquel entonces para ganarse un sitio en el mundo competitivo de los tablaos y compañías.
A continuación, unos extractos de aquella entrevista de 1979:
Soy de una clase pobre, de Sevilla, toda Andalucía es pobre. Mi madre notó mi potencial y, con mucho sacrificio, me ayudó a progresar. Ser bailaora es una de las mejores oportunidades.
Cuando tenía dieciséis años, logré obtener un permiso para trabajar. Siempre me ha atraído la guitarra.
A continuación, se le pregunta a Cristina qué se necesita para convertirse en una gran bailaora, y si Andalucía es una influencia importante:
De alguna manera sí que influye Andalucía, porque hay baile a todas horas. Decimos que tienes que tener el ‘duende’. Todo el mundo puede bailar, pero para hacerlo realmente bien, debes sentirlo y vivirlo.
Yo no era muy guapa, y cuando salía a buscar trabajo con el pelo recogido en un moño y tan flaca, nadie me contrataba. Cuando por fin encontré trabajo en un tablao, el sueldo era de $1.75 por noche (unos 1,50€), y tenía que comprar mis flores, zapatos, vestido… todo, y si quería aprender algo, tenía que pagar mis clases.
Todo fue muy difícil. Aprendí con los ojos, observando a quienes sabían más que yo, y exigiéndome más cada día. Cuando aspiras a algo más grande, cuando quieres perfeccionarte, la región deja de ser una gran influencia.
Hay cosas que no tienen explicación. Es un sentimiento complicado cuando se mezcla el trabajo, la personalidad, el pensamiento y el magnetismo. El flamenco es una forma de tener una vida mejor. No tengo otra alternativa que esforzarme y superarme. Las personas que no tienen esta necesidad se rinden cuando el sacrificio se vuelve demasiado grande.
Algunas personas piensan, por mi estilo de baile, que soy gitana. Es cierto que mi estilo es muy gitano, pero no soy gitana. No existe una escuela definida de baile flamenco. El flamenco es un baile que se renueva día a día, que se enriquece continuamente.
Cuando le preguntan si el baile flamenco se ha desvirtuado, ella responde:
Si vas a la Costa Brava, donde hay mucho turismo, sí. Es como un cabaré, al que no se va por el baile, sino a tomar una copa. Si yo hubiera desvirtuado mi arte, habría ganado más, pero elegí no hacerlo. Cuando bailo, valoro más el silencio que los aplausos y los gritos. Lo que más deseo es que el público no olvide lo que ha visto.