Entre los apodos del sexteto de Paco de Lucía, él era quizá el más elegante: La garza. No fue el primero ni el último de los bajistas de aquella formación, pero el personalísimo sonido de su instrumento quedó asociado para siempre a la música del maestro, y siguió dando alegrías a los aficionados en sus memorables discos en solitario. En la Barcelona donde nació hace 70 años, Carles Benavent accede a recordar para Expoflamenco cómo fue aquella aventura con el genio de Algeciras que le marcó para siempre.
– Después de hablar con Álvaro Yébenes, Toni Aguilar y Pepe Pereira, tengo la sensación de que hubo una larga búsqueda de un encaje del bajo eléctrico con la guitarra flamenca que cristaliza con usted. ¿Cómo logró ser el éxito del experimento?
– Yo tenía el bajo muy cerca de la guitarra ya. Cuando empecé de jovencito, con 13 años, quería tocar la guitarra, pero como el bajo tenía solo cuatro cuerdas, me parecía más fácil [risas]. Suena cómico, pero fue así. Quería tocar la guitarra con el bajo, hasta que me fue gustando el bajo por su posición y su sonido. Pero tocaba con la púa, imitaba más a los guitarristas que a los bajistas, de modo que tenía el bajo muy aguitarrado. Cuando conocí a Paco, para sus punteos, no quiero decir que fuera más ágil, pero sí más rápido, la púa te da una claridad especial, y empastamos bien desde el principio, se creó un sonido diferente. Y vimos que había un camino por hacer.
– Usted había estado con Música Urbana, un proyecto musicalmente muy exigente. ¿Qué le costó más al incorporarse al grupo de Paco de Lucía?
– Era una cosa nueva, pero no era más difícil que otras cosas que había hecho con Amargós. En realidad, en la época con Música Urbana me había preparado, había hecho muchos ensayos, estaba acostumbrado al trabajo duro de aprenderme cosas difíciles que hacer con el bajo. Me vinieron muy bien aquellos cuatro o cinco años. Pude sentarme al lado de Paco ya con esa preparación. A mis alumnos se lo digo siempre: hay que estar preparado, con las cosas listas, para que cuando pase un tren –que no pasan siempre en la vida– puedas cogerlo. Y cuando pasa un AVE, como era Paco, no tener que apearte en la primera estación.
– Hablando de velocidad, una vez le oí decir que Paco les había enseñado que el truco de correr era dar bien la primera y la última nota. ¿Eso era verdad, o estaba de broma?
– Lo que realmente me impresionaba de Paco, más que la velocidad, era el control que tenía de sus emociones: pasar de un trémolo muy tranquilo a un picado muy enérgico, sin perder el tiempo. Normalmente, cuando corres tocas más fuerte, y al revés. Es difícil mantenerse, y Paco sí lo hacía. En cuanto a lo de las notas, eso en realidad lo decía yo, es una de esas picardías que se comentan. También lo decía Tito Duarte, un gran músico con el que toqué. Son bromas que tienen su fondo de verdad. Empezar y acabar todos juntos; lo que hay en medio, ya veremos [risas].
– ¿Recuerda la primera vez que estuvo con Paco?
– Fue en su casa, en el sótano, donde ensayaba. Fue como descubrir un camino, como ver una luz. “¿Esto qué es?”, pensé. “Aquí tengo trabajo para rato, trabajo personal, interno… De todo”. Una de las primeras cosas que hicimos, si no la primera, fue una colombiana, lo que luego fue Monasterio de sal. En eso Paco fue valiente para la época, un dueto de bajo y guitarra. Es algo atemporal, si tuviera que repetirla ahora, la haría igual. Cuando una canción es tan intensa y se hace con el corazón y bien, dura para siempre.
– Le he oído más de una vez esa idea de “haber encontrado el camino”. ¿Podría desarrollarla?
– Era la posibilidad de tocar con un guitarrista muy expresivo y no solamente acompañarlo, sino hacer líneas con él, doblarlo, hacer frases suyas una octava más abajo, ver cómo hacía los fraseos… La expresión flamenca, los pellizcos, ¡los acentos, tan importantes en el flamenco! De alguna nota te puedes escabullir, pero los acentos sí tienen que estar siempre claros, no puedes fallar ni uno.
«Para los más clásicos el bajo era una guitarra que estaba estorbando a la guitarra de Paco. Una flautita está en un registro muy lejano de la guitarra, pero el bajo está muy cerca. Para algunos de la época, yo estaba ensuciando más que aportar»
– Hay un consenso en torno a la idea de que Paco estaba por encima de los demás guitarristas, pero, ¿por qué?
– No sé, era muy riguroso, quería las cosas muy bien hechas. Era valeroso, tuvo la valentía de coger otros instrumentos y crear un sonido, y además de la forma más bonita y más artística. Sabía que si quería hacernos partícipes de la obra teníamos que crearla entre todos. Me acuerdo que, unos días antes, iba a su casa para ligar las falsetas, hacer que el bajo y la guitarra fueran bien juntas, y a veces acabábamos las falsetas entre los dos. Cuando llegaban los demás, había bastantes cosas que ya sonaban. Con el bajo queda sentenciada la armonía, y a él le venía muy bien, le daba carácter a la banda. Paco era muy inquieto y le gustaban las cosas que se me ocurrían. Esa energía fue lo mejor que me pudo pasar, tener un maestro y un compañero, además. Un maestro que te escucha y a quien le gusta lo que le propones. Yo venía de tocar mucha música brasileña, los tumbados del bajo, funky, Jorge había tocado jazz, blues… Y de todo se saca. El blues también tiene un sentimiento especial.
– Era un momento en que estaba formándose algo que ha devenido en clásico. ¿Eran conscientes de eso?
– En absoluto, no fue un proyecto pensado para que fuera algo concreto. Fue algo salido de nuestra inquietud, de nuestras ganas de tocar, de nuestro amor por la música y nuestro placer tocando. Se dice que los futbolistas sacan lo mejor de sí mismos si se divierten jugando, y eso era lo que hacíamos nosotros. Eso era lo que hacíamos y perseguíamos, los flamencos y los que veníamos de otro sitio.
– ¿Cómo era la personalidad de Paco, más allá del mito?
– Lo tengo como un hermano, todos éramos una familia variopinta. El primer día que salimos de gira ya nos habíamos contado la vida, ya nos conocíamos perfectamente. En una semana ya nos conocíamos al dedillo, sabíamos qué pie calzábamos cada uno.
– ¿Recuerda conversaciones con él al margen de la música?
– Cada persona toca como es, y cuando nos vamos conociendo vamos viendo nuestras miserias, nuestras dudas, nuestras alegrías y nuestras penas.
– Luego estaba su humor, creo que todos ustedes fueron víctimas y partícipes de aquella guasa…
– Sí, en el estilo de él, que era más flamenco… Pero yo también tenía mi estilo y los hacía reír muchísimo, tanto a él como a Ramón. “¡Mira, Carlos, lo que ha dicho!”. También encajaba, nos reíamos mucho. Recuerdo que Manolito Soler era también muy gracioso, y me llamaba como si estuviera cantando, “Carloooooooos…”, y yo respondía igual, “quéeeeeeeeeee…” Tonterías de camerino, estábamos todo el día de cachondeo.
«¿Sabes lo que no le gustaba, lo que le ponía malo-malo? Tocar en España, sobre todo en Andalucía. ¿Vamos a Bilbao? No hay problema. ¿Vamos a Sevilla? ¡Cagado! Pero durante meses, ¿eh? Cuando ya sabía que venía un bolo por el sur, ya se empezaba a mortificar desde que se confirmaba la actuación. Había muchos guitarristas para ver si por fin metía la pata»
– ¿Cómo recuerda a Ramón?
– Ramón era el más serio, pero también tenía su sentido del humor. Le gustaba mucho que le contara chistes. Hacía de poli malo, Paco se escabullía y el que tenía el control de las horas de llegada, los horarios del trabajo… Las broncas se las llevaba sobre todo Rubem, aunque todos nos llevamos alguna vez alguna. Era el hermano mayor, no solo de Paco, sino de todos.
– ¿Y Pepe?
– Como es él, visceral y genial a un tiempo. A veces excesivo, pero el cante es así. Es como una catarata.
– Tocar para el baile, ¿supuso un reto añadido para usted?
– Yo estando con Paco no tenía miedo de nada. Se trataba de ponerme, ver cómo era y montarme en el carro. Ya digo, si tienes un cerebro suficientemente ágil y empático, y estás a la altura de lo que hay, vas aprendiendo y te vas adaptando poco a poco.
– Su primera experiencia en el estudio con Paco fue Solo quiero caminar. ¿Cómo era en ese ámbito?
– Era igual, solo que en el estudio era buscar la perfección. El directo es más elástico, no es la presión de que queda ahí grabado para siempre. Antes no había móviles que grabaran, así que cuando alguien estaba grabando en un concierto, se veía el piloto rojo de la cámara. Y cuando eso pasaba, Ramón avisaba a seguridad para que lo impidieran. No quería que nadie anduviera por ahí con material pirata.
– ¿Cómo era la mecánica habitual de las grabaciones?
– La última palabra la tenía él siempre, evidentemente, aunque todos dábamos nuestro parecer. Y llegábamos todos al estudio con los deberes hechos y los temas ensayados. Ya era cuestión de que tocáramos bien, y si había que hacer cuatro tomas, hacíamos cuatro, y si había que retocar algo, se retocaba.
«Desde hacía tiempo tenía como una ansiedad de grabar más discos, quería que volviéramos a tocar juntos otra vez… No sé si se veía venir la muerte o algo así, a veces pasa eso. Estaba como excitado, quería dejar más obra»
– ¿Y entre un disco y otro? ¿Fue diferente, por ejemplo, grabar Solo quiero caminar o Zyriab?
– La diferencia es que en Solo quiero caminar toco cuatro o cinco temas, no recuerdo, y en Zyriab toco un tema o dos. Hay discos en los que no tocábamos todo el disco. En Luzía metí una mandola sobre una guitarra que ya tenía terminada…
– También están los dos discos en directo, en los que seguimos sintiendo como si fuera una banda de rock haciendo flamenco. ¿Cómo vivió las actuaciones en esos grandes auditorios?
– No sé, era algo normal. Desde que empecé a tocar con Paco ya íbamos a sitios grandes, y él era muy conocido. Cuando yo llegué, ya eso estaba en marcha. Todo se fue cuajando y ya se creó el sonido que duró tantos años. Recuerdo que en Portugal, en una de las primeras actuaciones que hice con él, cuando salimos a hacer el dueto de la colombiana había unos en un rincón gritando “¡Paco, el de la guitarra china, que se vaya!” [risas]. Desde entonces, Paco me presentaba así, “a la guitarra china, Carles Benavent”, y yo saludaba. Fue una coña durante un tiempo, que se acabó cuando grabé mi primera bulería con Camarón, en el disco del Viviré. Entonces Paco me llamó a casa y me dijo, “Carlos, ya está”. Vio una reacción hacia mi bajo que me decía que ya estaba dentro, ya estaba aceptado.
– Cuentan que a Ramón le costó aceptar un bajo en el grupo…
– Bueno, como a todos los flamencos puros, a los puritanos. Para los más clásicos el bajo era una guitarra que estaba estorbando a la guitarra de Paco. Una flautita está en un registro muy lejano de la guitarra, pero el bajo está muy cerca. Para algunos de la época, yo estaba ensuciando más que aportar.
– Son 21 años dando la vuelta al mundo muchas veces. ¿Atesora alguna anécdota más especialmente memorable?
– Las que te he contado. También hubo fiesta, claro. Había pocos días libres. De hecho, hemos viajado a veces sin tiempo de ir a un museo, ni al mercado ni nada: llegabas directamente al teatro, probabas sonido, tocabas, para el hotel, y al día siguiente para otro lado. Pero a veces venía algún día libre y aprovechábamos para hacer alguna cosa. Le gustaba mucho comer, era un bon vivant Paco, ¿eh? Sabía vivir. ¿Sabes lo que no le gustaba, lo que le ponía malo-malo? Tocar en España, sobre todo en Andalucía. ¿Vamos a Bilbao? No hay problema. ¿Vamos a Sevilla? ¡Cagado! Pero durante meses, ¿eh? Cuando ya sabía que venía un bolo por el sur, ya se empezaba a mortificar desde que se confirmaba la actuación. Había muchos guitarristas para ver si por fin metía la pata. Él lo veía como si todos los guitarristas esperaran que la cagara, cuando no era eso, porque lo admiraba todo el mundo. He visto a muchísimos guitarristas venir y arrodillarse ante él, hacerle reverencias… Pero él no lo vivía así, lo exageraba todo.
– Es verdad que él abrió un camino por el que se fue metiendo mucha gente…
– Claro que sí, pero todo el mundo se lo agradecía. Sin embargo, él no prestaba atención a los que agradecían su obra, estaba más pendiente de los que querían verlo patinar.
«Lo que realmente me impresionaba de Paco, más que la velocidad, era el control que tenía de sus emociones: pasar de un trémolo muy tranquilo a un picado muy enérgico, sin perder el tiempo. Normalmente, cuando corres tocas más fuerte, y al revés. Es difícil mantenerse, y Paco sí lo hacía»
– En los festivales de jazz pudieron conocer a grandes leyendas, ¿recuerda situaciones así?
– Evidentemente: Chick Corea en Japón, se subió con nosotros a tocar la rumba final, no sé si Entre dos aguas o el Buana Buana King Kong… Ahí lo conocimos, y a raíz de eso pude tocar todo un año con él, en el 82. Una cosa llevó a otra, pero nunca fue un plan, no fue un producto de laboratorio ni de oficina. Algo completamente de inquietud artística de cada uno de nosotros, Paco, Jorge, Rubem… Pero aquello nos dio para seguir nuestro camino, al cabo de un tiempo empezamos a grabar nuestros discos, y hemos hecho nuestra carrera también.
– ¿Cómo recibió la noticia de la muerte de Paco?
– Fue horroroso. Me llamó Ramoncito, el hijo de Ramón de Algeciras, a las cinco de la mañana, diciéndome que Paco había muerto. Yo tenía un avión a las diez, porque me iba a tocar a Estambul, donde estaría cuatro o cinco días, así que no fui al entierro ni nada. Había muchos periodistas pidiéndome declaraciones y les dije, mirad, como no vengáis al aeropuerto… Y allí mismo, en la cola de facturación de maletas, vinieron a entrevistarme. Yo no sabía ni qué decir, estaba mudo. Y el día que lo enterraban, además, era mi cumpleaños, el 1 de marzo. Cumplía 60 años: me acordaré toda la vida.
– ¿Le entraba en la cabeza que Paco pudiera morir tan joven?
– Qué va. Estaba castigado sobre todo por el puto tabaco, intentó muchas veces dejarlo y no, le costaba mucho. No sé si tomaba pastillas para no fumar, tratamientos de esos, pero nada. También le pasaba a Camarón, fumaba sin parar. Pero Paco estaba superbien, animado, a veces estas cosas son extrañas, casi premonitorias, pero desde hacía tiempo tenía como una ansiedad de grabar más discos, quería que volviéramos a tocar juntos otra vez… No sé si se veía venir la muerte o algo así, a veces pasa eso. Estaba como excitado, quería dejar más obra.
– Se ha especulado mucho con la despedida del sexteto, ¿puede recordar cómo fue?
– Me acuerdo de haber tenido una conversación con él en un aeropuerto. Llegó un punto en que estaba todo demasiado alicatado. Estaba todo tan bien puesto, que no se cambiaban las cosas por miedo a empeorarlo. Llevábamos varios años dando vueltas a la misma rotonda. El grupo estaba increíble, era una bomba, era todo a canto vivo. Pero eso tiene un doble filo, caes en la monotonía de no hacer temas nuevos, y esa situación creo que agotó el producto.
– ¿Algún problema de dinero o distancia personal?
– En absoluto. Siempre me he sentido correspondido con Paco, muy bien pagado. Aparte del dinero, cobrabas en la sabiduría que te transmitía y en la forma en que nos enfocábamos en el escenario. Pero como estaba todo tan bien puesto, casi no ensayábamos. Probábamos un poco a ver si nos escuchábamos bien, y ya está. Ya no había la búsqueda de aquella época, habíamos encontrado un tesoro, pero ahora lo llevábamos de un sitio para otro, no buscábamos más.
«A mis alumnos se lo digo siempre: hay que estar preparado, con las cosas listas, para que cuando pase un tren –que no pasan siempre en la vida– puedas cogerlo. Y cuando pasa un AVE, como era Paco, no tener que apearte en la primera estación»
– ¿Usted estaba cerca de él cuando murió Camarón?
– Ya no estábamos juntos, pero alguna cosa habíamos comentado por teléfono. Estaba muy disgustado, le afectó muchísimo aquello.
– ¿Siempre mantuvieron el contacto?
– Sí, y nos vimos cuando murió Ramón, en un par de ocasiones más… No mucho, pero sí. Quiso que tocara en el María de la O, para el último disco que hizo el de las coplas. Pero ese lo hice en mi casa. Ya tenía yo mi estudio, me mandó la guitarra, y después me fui a Palma de Mallorca con él. Como era tan meticuloso, me dijo: “Me ha gustado, pero hay una cosita… ¿Por qué no te vienes?” Y al final acabé grabándolo en su casa.
¿Él opinó alguna vez sobre sus discos?
– Sí, sí. Le gustaban, claro que sí. Yo nunca he tenido el valor de decir que hago flamenco, siempre digo que mi música huele a flamenco, tiene este aire, o estas intenciones, pero sin pretender nunca hacer flamenco. Si hago un tema por soleá, digo que tiene ritmo de soleá, no que sea una soleá.
– ¿Cree que la aparición de Javier Limón supuso un cambio en la mirada musical de Paco?
– Javier Limón le vino muy bien a Paco para el ProTools. Empezar a grabar solo en su casa, estudiar con el ordenador… A mí me pasó cuando el accidente, tuve un percance con el coche y estuve un año sin tocar. Y hay un detalle que está bien que sepas, en ese año 95 casi pierdo el brazo, estuve un año sin tocar, y Paco me dijo: “Carlos, no te voy a poner los cuernos: en vez de un bajista voy a llamar a Cañizares. Te espero con la silla, hasta que no vuelvas no habrá bajista aquí”. No lo podré olvidar en la vida, es el mejor halago que te pueden hacer, y el mejor estímulo. Pues bien, en ese año sin tocar, me aprendí el programa de música, e incluso grabé un disco con un teclado. Ese fue mi aprendizaje para poder componer con el ordenador, y poder hacer cada vez mejores discos.
– En el nuevo sexteto se incorporó Alain Pérez, un bajista muy diferente. ¿Qué cree que buscó Paco en ese momento?
– Era lo que te decía antes, en aquella conversación en la que decidimos que era mejor bajarse del tren, me dijo que quería cambiarlo todo, buscaba un cambio total, radical. Cambio de barco, no solo de elementos. Quería algo que le estimulara, para salir del aburrimiento de la perfección que tenía el grupo.
«Era muy riguroso, quería las cosas muy bien hechas. Era valeroso, tuvo la valentía de coger otros instrumentos y crear un sonido, y además de la forma más bonita y más artística. Sabía que si quería hacernos partícipes de la obra teníamos que crearla entre todos»
– ¿Le enorgullece que muchos sigan prefiriéndole a usted?
– Hombre, a todo el mundo le gusta que le alaben, los músicos siempre somos vanidosos, como diría Paco. Nos gusta que nos aplaudan y que nos digan lo guapos que estamos. Pero es una tontería decir que te gusta más Benavent que Alain, cada uno tiene su forma. Yo soy incapaz de tocar lo que toca Alain, tiene un nivel de cosas a las que yo no llego. Cada uno tiene su historia, su vida y su trabajo y las tablas de trabajar toda la vida, y Alain es una fiera.
– En todo caso, quiera o no, es usted el ‘padre’ de un montón de bajistas que hay ahora tocando a un gran nivel. ¿Va el instrumento por la buena dirección?
– Claro, siempre se pueden hacer muchas cosas más. Lo que hay que hacer es estar ilusionado en lo que haces, por eso recalcaba antes que lo que nos movió a crear esto fue la ilusión y disfrutar descubriendo cosas. También es verdad que entonces era más fácil porque no había tantas cosas nuevas, y ahora hay muchas. Es más difícil, pero no imposible. Es cuestión de trabajar. La inspiración viene con las mangas remangadas y sudando la camiseta, no sentado mirando la luna.
– Después de Paco, usted ha tocado con flamencos de primerísimo nivel. ¿Qué gente le ha movido?
– Muchos. He tenido la suerte de estar con Camarón, imagínate, yo me preguntaba qué hacía allí, sin tener cuna flamenca ni nada, pero Camarón me sonreía siempre de una manera… Le gustaba mucho el bajo también, y le gustaba lo que yo hacía. Eso me daba una moral tremenda. Y muchos más: Manzanita, Parrita, he disfrutado con muchos flamencos. Y nunca me dijeron que tocara nada en concreto, “toca lo que quieras, a ver qué haces ahí”. Siempre he compuesto mis bajos.
– ¿Cuántas veces se acuerda de Paco? ¿Lo tiene presente?
– Pues sí, claro que lo tengo presente. Además, a la que cojo el móvil y miro Instagram o Facebook, siempre salen 20.000 cosas de Paco. Aunque quisiera, no podría evitar acordarme de él. Ahora vivimos en Youtube, y está presente todos los días y en todos los países.
– ¿Y en su música?
– Sí, muchas veces me inspira, y sé que es él. Cuando una frase me queda demasiado bien para lo que soy yo, pienso “este es Paco que me ha echado aquí un cable”. Me vienen esos flashes, como si me estuviera controlando desde alguna parte y me dijera “a ver qué te parece esto”. ♦