El doble cáncer que tiene diagnosticado, de pulmón y colón, no le ha arrebatado ni la apostura ni el buen humor. José Carmona cita a Expoflamenco en el madrileño tablao El Torero, uno de sus rincones habituales, y se acomoda en su asiento ante un vaso de agua. “Me he bebido una botella de tequila al día, durante treinta años, y nunca he estado malo. Pero claro, son sesenta y tantos bailando, y el cuerpo pasa factura. Eso sí, siempre feliz, sin problema ninguno”.
Una vida llena de mudanzas y azares, por la que cruzó Paco de Lucía para dejarle en la memoria momentos imborrables, que le hacen reír sonoramente cuando los trae al presente. A cada momento, la conversación se ve interrumpida por jóvenes artistas del tablao que se acercan a saludar a Carmona cariñosamente, y a elogiar su elegancia de esta noche. “El que mejor viste soy yo, puedo estar un mes entero cada día con un traje distinto”, confiesa. “No es por presumir, es que me gusta la ropa”.
–A quien no le conozca, ¿cómo le explicaríamos quién es José Carmona?
–Mi carrera empezó siendo yo camarero. Tenía ganas de trabajar y me fui a Barcelona con mis tíos, allí empecé. Después me puse a trabajar de mecánico en Granada, compaginándolo con el trabajo de camarero. A mí nunca me había gustado el flamenco, pero mi familia eran flamencos todos, por parte de mi madre son los Ketama, y por parte de mi padre está Pepe Albaicín, y también mi sobrino Pablo Maldonado, que es un pedazo de pianista… El caso es que me fui a Palamós con uno de Jerez, al que le gustaba mucho bailar, los dos de camareros. Recuerdo que se murió Carmen Amaya y subimos allí a Begur…
–No sería usted flamenco, pero el flamenco le perseguía…
–La verdad es que estaba harto ya de aquello, y le dije a mi compañero: “Vamos a Palma de Mallorca”. Y me fui al Pueblo Español, de camarero de una discoteca. Allí había un tablao flamenco, un día faltó uno, Juanito Revélez, y me dijeron: “Ponte un pantalón y unas botas, y baila”. “Pero si yo no he bailado nunca, yo estoy aquí con mi bandeja”. Pero nada: “Venga, ¿qué es lo primero que vas a bailar?”. “Alegrías”, les dije. Y bailé por alegrías. No lo había hecho en mi vida, nunca había tenido un maestro, y así he seguido. Pero estaba allí Isidro El Mono, Carmeta, Diego Amaya… Y a la semana hice un disco [risas] con el grupo de Pueblo Español. Un pedazo de grupo.
–¿Fue debutar, y ya como una bala?
–Luego llegó una noche Peter Ustinov, me vio bailar y me llevó a una fiesta a Tagomago, donde estaba Sara Montiel. Luego vino René François, me pintó un cuadro que me han mandado hace poco… Me quedé en Mallorca y me tocó hacer el servicio militar. Quise ir a Granada, y nada más llegar a la estación, me cogió la policía. “¿Es usted Juan Carmona? Pues venga, que le ha tocado la mili en Palma de Mallorca”. Y ya me quedé allí trabajando con Carmen Sevilla, en discotecas, tablaos flamencos… De ahí, haciendo la mili, como era cocinero, le hacía a un comandante croquetas. Y salió un viaje en barco para el Queen Elizabeth y pude apuntarme, y me quedé seis meses en el barco, con un montón de artistas españoles que estaban allí, como cien: gente que hacía trucos, músicos… Luego me vine para acá, para Madrid, estuve trabajando en Los Cabales, luego el Café de Chinitas, en el Corral de la Morería, en Los Canasteros… Siempre de figura. Me independicé, hice mi grupo, José Carmona y su grupo, y me iba para Francia, para Italia… Luego mi primo Manolete me dice: “¿Por qué no nos vamos para Japón?” Y Cristóbal Reyes, sobrino de Joaquín Cortés, me dice: “No, vente para México”. Y me quedé 16 años allí, aunque desde México me iba para Francia, para Alemania, para Estados Unidos, con unos, con otros… Y allí me conoció Paco de Lucía.
–¿Se habían tratado mucho antes de trabajar juntos?
–Yo conocía mucho a Paco, y a Pepe, y a Ramón. Estaba en el centro de Convenciones, en Acapulco, y pensé, voy a hacerle una broma a Paco. Yo a la guitarra no sé sacarle ni los tonos, pero tenía a dos guitarristas y les dije: cuando yo diga, hago así y picáis. Como si fuera yo el que estaba picando [risas]. Hasta que un día me dijo, “vente conmigo, vamos a ensayar”. Y yo le respondo: “Yo no he ensayado nunca, Paco, en mi vida”. “¿Y bailas como bailas?”. “Unas veces mejor y otras peor”. Tenía que sustituir a El Grilo, y se fijó en mí.
–¿Dónde debutó con él?
–En el teatro más grande de México, y todo el mundo allí se asombraba: “¡Que Carmona va a bailar con Paco de Lucía!”. Porque yo allí era más conocido que el presidente.
–Antes de trabajar con Paco, ¿había estado con figuras importantes?
–Con Carmen Mora, con La Chana… Y de guitarristas, he bailado con Tomatito, con Serranito… Me han tocado todos los buenos. A muchos ni los recuerdo, voy por la calle, me dicen “¡Carmona!”, y yo me quedo pensando, ¿quién es ese?
–¿Quién era Paco para usted antes de esa gira?
–Paco era… Ni con El Grilo ni con ninguno ha hecho lo que conmigo. No me daba dinero, porque yo lo gastaba. Al final, vinimos de Cuba y me pagó, y me dijo: “Venga, vete para Granada”. Y el mismo día me fui otra vez para México [risas]. Era mucho dinero, ¿y yo qué hacía en Granada? Me fui a México a gastármelo. “Qué hijo de puta eres”, me decía [risas]
–¿Era usted muy fiestero?
–Sí, aunque Ramón era muy estricto. “Venga, a comer y a dormir”. Ramón tenía la costumbre de levantarme a las seis de la mañana para ir a andar, porque a mí me gustaba. Pero algunas noches me pillaba vestido, porque cuando nos quedábamos solos Paco hacía así [ensaya un gesto con la cabeza] y nos íbamos él y yo por ahí. Llegábamos a las cuatro de la mañana, me echaba vestido y con la manta por encima. Paco no podía hacer eso con Ramón, Pepe era otra cosa… Y conmigo se relajaba, se meaba de risa conmigo. Yo, además, hacía de comer para todos, en Santo Domingo, en todas partes del mundo.
«Paco está vivo. Todos los que tocan hoy la guitarra beben de él, los de la flauta de Jorge Pardo, los del cajón de Rubem… Es una escuela»
–¿Qué buscaba Paco en aquellas escapadas?
–Nos íbamos a oír música, jazz, a un club o donde fuera. Nada más que por reír, se acercaba a cualquiera y hacía como si le quitara un moco. ¡Era mentira! En la misma ropa tuya hacía como que lo limpiaba [risas]
–¿Cómo era Paco fuera del escenario, además de guasón?
–No había otro, al menos para mí. De buena gente, se reía de todo el mundo, le gustaba reír, pero le daba dinero a todos, ayudaba a cualquiera que se le acercara… Conmigo solo tenía que hacerme así [pone una mirada cómica] y yo ya lo entendía.
–Pepe, ¿era diferente?
–Pepe era muy cachondo, pero… Cuando estaba Ramón, le teníamos todos, no miedo, pero sí mucho respeto. ¡Y el único que despertaba era yo!
–¿Qué más cosas recuerda de aquellas vivencias?
–Llegábamos a un teatro. Yo hacía lo que me daba la gana, pero bailando bien. Paco presentaba a unos y a otros, “¡Rubem Dantas!”. Y todo el mundo, “ooooooh”. “Jorge Pardo”, “ooooooooooh”. “¡Y José Carmona!”, y se escondía así, detrás de la guitarra y decía “¡que ha bailado como una mierda!”. Yo me volvía sin inmutarme y le decía: “La figura soy yo, Paco, tú estás atrás” [risas]. Todo el mundo estaba bien conmigo, también Al Di Meola, que venía de invitado, y yo le cantaba un poquito los cantes de Granada, los tangos, y a Paco le gustaba…
–¿Tiene fotos con él?
– Fotos tengo pocas, nunca me hago, me las hacen y a veces me las mandan, pero… Tengo vídeos con él, si quieres te lo mando. No sé si de Perú, o de Venezuela, con todo el grupo.
–¿Cómo le explicaría a un aficionado corriente por qué Paco era un genio?
–Se le metían las cosas en la cabeza como los genios, todo el día haciendo cosas diferentes… Todos los gitanos tenían que comer de ahí. Los mejores, ahí. Era la fuente de todo.
–Es curioso que hable de su cabeza más que de sus manos…
–Sí, íbamos mucho a La Soleá, un bar de la Cava Baja, enfrente de Lucio. Todo el mundo quería que tocara un poco, pero no le gustaba. Él sabía que a la gente le iba a dar gusto oírle, pero a él le daba vergüenza. A veces la cogía un ratito, y al momento decía a cualquiera, “bueno, toca tú”, y la soltaba.
–¿Alguna vez conoció a gente que quisiera verlo fallar?
–Siempre la gente ha ido a ver el fallo. Pero es que… Fallaba poco. ¡No fallaba nada! Era además muy noble, no roneaba. Cuando quería ronear, te decía una tontería que no venía a qué, “tú no sabes tocar ni nada, ponte las uñas de un gato”. [risas] Pero lo decía por reírse, y solo con quien tenía mucha confianza.
«¿Qué buscaba Paco en un bailaor? La pureza. Ser buen artista, buena persona, y cumplir. Profesional. No mareado, ni borracho, ni con broncas. Ser serio y responsable»
–¿Usted había hecho alguna gira como aquellas?
–La verdad es que nunca había trabajado en teatros tan grandes. Estaba Pepe cantando, y Paco me hacía una señal para que yo llegara al centro del escenario a tiempo y parar, ¡pom! Y ya luego hacía yo lo que me daba la gana. Pero nunca tuve problemas con él, al revés. Ahora todo el mundo baila igual, hasta las mujeres. Antes se bailaba de otra manera, había cuarenta bailaores y diferentes todos. Ahora, si baila uno que es diferente, a las dos semanas se vuelve igual que los demás.
–¿Recuerda cuáles eran sus bailes?
–Yo bailaba por alegrías, siempre me ha gustado mucho. Y la bulería, claro, el fin de fiesta, todo eso…
–¿El público, era muy distinto de un sitio a otro?
–Donde fuera Paco, ponía boca abajo el teatro. Era demasiado. Como persona, como artista… Era demasiado.
–¿Los nervios de Paco antes de salir, los recuerda?
–No, Paco se tomaba su copita, se encerraba en el camerino… Y ya está. Nos poníamos para salir al escenario, y él: “¿Qué? ¡Vamos, cagones!”.
–Pues él tiene fama de que se asustaba mucho, sobre todo cuando venía a España…
–Eso lo dirá cada cual con la vivencia que haya tenido. Yo nunca lo vi así. Salía y se comía el escenario. Cuando yo bailaba, se moría de la risa, no sé qué transmitía yo, era todo improvisado, pero ponía aquellas caras y venga a reír… Me parece que lo estoy mirando, la cara, los gestos [risas].
–¿Y sus caras de mosqueo?
–Ojú, cuando te miraba así… Yo le decía, “Paco, qué culo más gordo tienes”, y le daba mucho coraje [risas]. Pero tocando todo iba bien. Era como comerte un pastel. La alegría de trabajar con una figura así en los mejores teatros, ante 5.000 o 6.000 personas… Una vez estuvimos en Perú y estaba Manzanares, el padre. Y estaban también Rocío Jurado y Ortega Cano. Estaba Manzanares sentado en el suelo y me dijo “sácalo a bailar”, lo sacamos… Y a los cinco minutos me dice “sácalo ya de aquí, ¡tíralo, tíralo!” [risas]. Manzanares se animó y no se iba [risas]
–¿Otros momentos de risa?
–Es que cuando me acuerdo, a lo mejor, es yendo yo solo por la calle, y me muero de risa. Me digo, ¿será posible? Una vez fuimos a Cuba, a Cienfuegos, íbamos a la playa, y todos rascándose menos yo. Unos arrascones… Y resulta que era una clase de ladillas que había en la arena, y tuve que ir a por dos botes de harina, echárselos en los huevos a todos. ¡No veas cómo salían, parecían albañiles! [risas] A mí nada, nunca, ni un mosquito me ha picado. Ese día Carlos Benavent iba para el albergue, y había una piedra grande y pobrecito, pegó un tropezón que no se mató de milagro. Estuvimos curándolo ahí…
–¿Tenían algún código entre ustedes?
–Yo estaba pendiente de él, y él sabía que yo estaba atento. Hacía así [ensaya un guiño] y ya sabía todo lo que me iba a decir. Y cada vez que venía para acá y nos encontrábamos, me decía, “¿Qué? Toma, para que compres tabaco”, y me daba algo. Él pasaba por el Café de Chinitas o nos veíamos en el Candela, con Enrique Morente, donde pasamos muchas noches juntos.
–¿Él tocando y Enrique cantando?
–Claro, congeniaban muy bien. Con Paco todo el mundo encajaba.
«Se le metían las cosas en la cabeza como los genios, todo el día haciendo cosas diferentes… Todos los gitanos tenían que comer de ahí. Los mejores, ahí. Era la fuente de todo»
–¿Qué buscaba Paco en un bailaor?
–La pureza. Ser buen artista, buena persona, y cumplir. Profesional. No mareado, ni borracho, ni con broncas. Ser serio y responsable.
–Pero era también un obseso del tiempo, ¿no les pedía que fueran como un reloj?
–Nooo, cada uno sabía su cometido, era salir, apretar y darlo todo. Jamás he visto que tuviera que llamarle la atención a nadie, salvo cuando me decía a mí que había bailado como una mierda [risas]. Pero me lo decía porque todo el mundo estaba loco conmigo, y a él le alegraba eso. Hasta que me puse malo, me vine para Madrid y estuve trabajando en Casa Patas catorce años, con mi grupo. Me siguen llamando para cosas, pero no puedo, tengo que estar en el médico cada dos días… Además, con la quimio no tengo fuerzas.
–¿Recuerda cuándo se separaron, Paco y usted?
–Pues hace veinte años, casi. Habíamos terminado la gira y me vine para México. Paco seguía por todos los sitios, pero cuando iba por México venía a verme. La época en que se murió Manolito Soler, ¿cuántos años hace? Luego siguió su gira con otras personas, con otros cantaores y otros bailaores, con Juan Ramírez, que ahora está por aquí por Madrid, dando clases en Amor de Dios…
–Algún exmiembro del grupo de Paco se ha quejado alguna vez de cobrar poco con él. ¿Usted tiene queja?
–¿Yo? Yo con Paco he ganado lo que han ganado todos. Y pagaba todas las comidas, ¡todo! A paco le gustaba el dinero como todo el mundo, pero no era agarrado. A mí me daba 500 dólares por gala, aparte de las dietas. Eso hace veinte años era un dinero [risas]. Ahora los chavales hacen cinco pases en cualquier tablao y les dan 150 euros.
–Después de estar con él, ¿lo quisieron otros guitarristas?
–Sí, Tomate me ha tocado mucho, ¡me han tocado todos, y con ninguno he ensayado! Y todos me llevan bien, ¡tú toca que yo bailo!
–¿Estuvo usted alguna vez con él en su casa, en Cancún?
–Sí, un par de veces creo que fui. Le gustaba vestirse de moro con sus chilabas, con una barba hasta aquí, cocinar sus paellas, su pesca… Él estaba allí en su paraíso. Recuerdo cuando se metió en un arrecife y se enganchó el dedo, todo el mundo pensó que perdería las facultades.
–Parece que hubo hasta quien se alegrara ante esa posibilidad.
–Sí, sí, alguno lo pensó, pero fue un milagro.
«Ahora todo el mundo baila igual, hasta las mujeres. Antes se bailaba de otra manera, había cuarenta bailaores y diferentes todos. Ahora, si baila uno que es diferente, a las dos semanas se vuelve igual que los demás»
–¿Alguna vez hablaron de algo que no fuera de flamenco?
–No sé, tengo una foto en Palma de Mallorca, los dos vestidos de blanco, que parecemos dos maricones [risas], en Tito’s, ¿sabes dónde es? Yo vivía en la Plaza Gomila, en la calle Santa Rita, enfrente… Coincidimos los dos viviendo allí. Y él iba siempre al Pueblo Español a ver a Diego Amaya, a este, al otro…
–¿Cómo le llegó la noticia de su muerte?
–Yo estaba en Francia, me dijeron que Paco había muerto en Cancún, mientras jugaba con el niño al fútbol. Me harté de llorar, porque yo lo quería mucho. Me fui al Auditorio Nacional, estaba toda la familia, las hijas, que me quieren mucho, Curro, y la Antonia, que se llama como mi madre… Y estaba Pepe gastando bromas, le gustaba tirar papelitos [risas].
–¿Qué cree que le dio a Paco su segundo matrimonio, sus dos hijos últimos?
–Estaba más tranquilo, feliz. Ella [Gabriela] es muy buena gente, le sentó muy bien.
–¿Ha mantenido contacto con los Sánchez?
–Sí, a Pepe yo lo veo en Sevilla cuando voy, cuando me junto con Morante y Manzanares.
–Paco, ¿era taurino?
–Le gustaba mucho, y el fútbol le encantaba.
–¿Usted jugó alguna vez con él?
–No, no, yo no. De los toros le gustaba Curro Romero, Morante, lo bueno-bueno…
–Compartir aquellas giras con Paco, ¿qué le ha dado a su carrera?
–Trabajar con Paco te da una categoría enorme. No todo el mundo ha trabajado con Paco de Lucía.
–¿Cuántas veces se acuerda de Paco en su vida normal?
–En cada momento, porque me gusta mucho poner flamenco… Y tarde o temprano aparece él.
–Han pasado diez años de su muerte, ¿dónde está Paco?
–Está vivo. Todos los que tocan hoy la guitarra beben de él, los de la flauta de Jorge Pardo, los del cajón de Rubem… Es una escuela.
–¿Alguna vez piensa en todas sus aventuras y se pregunta si lo vivió de verdad?
–No, no, claro que sé que yo viví todo eso. Con una botella, con dos botellas, lo que sea. Paco, siempre humano, cachondo… Lo tenía todo bueno. Nunca lo olvidaré. ♦