A menudo me pregunto cómo disfrutaríamos del cantaor santiaguero en la actualidad. Hubiera cumplido estos primerizos días de abril los 80 años de edad y seguro estoy que su sabiduría vivencial habría alcanzado la cima de ese cuajo cantaor al que tantas veces hacía referencia.
En el triste momento de su óbito le dediqué una columna que se tituló Un adiós según Santiago del que os recuerdo algún pasaje. La verdad, no tengo mejor manera de homenajearlo ni describirlo tal cual lo conocí:
Durante algunos años tuve mucha relación con Fernando “el de la Morena”, en las buenas y malas, como se suele decir. Era sobre todo un personaje singular con ese lenguaje propio y tan ahíto de metáforas que te hacían pensar un buen rato o incluso días. Como aquella cuando le preguntaba sobre el momento actual del cante y me decía «la barriada del pellizco está en construcción y no es por falta de materiales», por citar un solo ejemplo. Fernando fue una persona que te hacía disfrutar por cuanto él irradiaba esa práctica diaria del contento.
Luego estaba –o antes, quién lo sabe– un cantaor que custodió fielmente las esencias de Santiago, tanto en su repertorio como en su decir, haciendo bandera del cante hablado y airoso. Tal vez esta circunstancia se vio favorecida por salir muy tarde de profesional tras trabajar en el taxi o de repartidor de productos de la panificación industrial y sus derivados, como solía decir al referirse a su periplo en Bimbo.
«Fernando pertenecía a la denominada escuela natural del cante. Aquella que se aprende de boca a oído, de corazón a corazón, en lo que eran los rituales de su ralea ya fuera en el campo o en el patio de su casa de la calle Cantarería. El cante como elemento vertebrador de la vida»

Como intérprete no debemos olvidar que Fernando pertenecía a la denominada escuela natural del cante. Aquella que se aprende de boca a oído, de corazón a corazón, en lo que eran los rituales de su ralea ya fuera en el campo o en el patio de su casa de la calle Cantarería. El cante como elemento vertebrador de la vida, o sea. Es más, si lo analizamos con quietud creo que Fernando “el mayor de la Morena” era mucho más que la bulería; a todos sus cantes le añadía mucha personalidad con esos ayes pequeñitos que adobaban los tercios de sus fandangos o de su soleá.
Solo el tiempo marcará la profundidad de su huella en el cante. Empero estoy convencido que hay un sellito –«aunque sea de correos, sobrino»– que algún día tendremos que reconocerle. De cualquier modo, Fernando, el filósofo cotidiano a compás, ha dejado un muy grato recuerdo en todos los aficionados y amigos que hemos tenido la fortuna de conocerlo y tratarlo. Y como le escribiera su tío Antonio Gallardo:
Luz y voz y color… El sol estrena
bulerías y tientos que hacen daño
cuando canta «Fernando de la Morena»
A modo de apéndice sonoro: pódcast de Expoflamenco
Como quiera que el cante no cabe en el papel, como dijera el sabio, os propongo la escucha de un recital de Fernando de la Morena. El sonido directo fue captado en la 40ª edición de la Caracolá Lebrijana celebrada el 16 de julio de 2005 (foto del inolvidable Rafael Barrios).
De aquella cita estival en Lebrija propongo disfrutar de la soleá a modo de bienvenida sonora para dar paso a la suma originalidad del cantaor jerezano en el cante por fandangos. Y cómo no, un largo pasaje de su cante por bulería con el que tanto se identificaba de manera propicia. Le acompaña en todos estos cantes su tocayo Fernando Moreno.