Si hay una voz femenina que, como ninguna otra, bañó de duendes a la Tacita de Plata y que la historia ha valorado por su enjundia y singularidad, esa es La Perla de Cádiz, a la que admiramos por sus cualidades excepcionales como mujer, ya que desde su matrimonio con mi buen amigo Curro la Gamba en julio de 1948, Antonia dedicó todo su tiempo al cuidado y atención de sus hijos, Francisco y José, pero igualmente porque su cante no sólo nos conecta con la grandeza y la excelencia del territorio, sino que contribuyó a la prosperidad sonora de nuestra cultura y promovió la armonía emocional de lo inimitable.
La Perla de Cádiz simboliza el renacimiento de la escuela gaditana con nombre de mujer, por eso la alegría y el sufrimiento pesan exactamente igual en su trayectoria vital. Y me acojo a esta idea principal porque si un centenario nos invita a redescubrir lo esencial de nuestro pasado, mis recuerdos me retrotraen a cuando la ONU declaró el Año Internacional de la Mujer.
Se celebraba en Ciudad de México, como se recordará, desde el segundo ecuador de junio de 1975, la Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer, en la que se reclamó a los gobiernos revisar la legislación para fortalecer los derechos de las mujeres. Aquella reunión tan importante vino a coincidir con mi vínculo de fascinación por La Perla, que se establece, obviamente, por su cante, pero también por la amistad con Curro la Gamba, su marido, por quien conocí de primera mano lo ocurrido aquel verano de 1975.
Me tendría que retrotraer a un mes antes, cuando el asombro al verla en televisión me proporcionó nuevas perspectivas, sobre todo la relacionada con la sabiduría y con la apreciación del valor intrínseco de lo observado.
Apunto a la emisión el 22 de mayo de 1975 del programa Flamenco del Segundo canal de TVE, que se dedica a La Perla de Cádiz y donde la escuché cantando por alegrías, tiento, soleá y bulerías, obviamente con la presentación de Fernando Quiñones y las palmas de Curro la Gamba y Pepín Cabrales, tres personajes de los que guardo un grato recuerdo y que si no existieran habría que haberlos inventado para conocer a esa Cádiz que, más que una ciudad, es un concepto que admite todo tipo de definiciones.
Ese programa, según me comentó Fernando Quiñones, se emitió al año siguiente de tener conocimiento de la intervención quirúrgica a que fue sometida La Perla tras detectársele un bultito en la mama, diagnóstico que marcaría la senda de sus últimas actuaciones, entre las que citamos la del 20 de agosto de 1974 en la II Noche Flamenca de la Peña Flamenca Enrique el Mellizo, y su vuelta al tablao madrileño Torres Bermejas, donde se mantuvo hasta llegada la Navidad.
«Si Cádiz quiere mirar hacia el futuro con esperanza y entusiasmo, ha de codificar, almacenar y recuperar la información de su pasado. Porque no basta con saber lo que pasó en la orilla que no luchó contra la corriente, sino analizar y contrastar el fondo marino de sus sones hasta dar con la ostra donde se oculta la Perla más preciada del joyero de sus cantes»
Aquellas Pascuas Antonia quería celebrarla con los suyos en Cádiz, donde se escucharían los previos a sus últimos ecos, dado que el 7 de mayo de 1975 fue la última vez que cantó en público en la Piscina Municipal, en el bautizo de Rosa María, la cuarta hija del escritor Félix Rodríguez, y ante dos padrinos de arte, Chano Lobato y mi comadre Fernanda de Utrera, además de Rosario, la mujer de Chano y su hijo Chanito, Jineto y el propio Félix Rodríguez.
Por Curro la Gamba supe que La Perla estaba en el mayor florecimiento y madurez de su carrera. Tengo anotado en mi cuaderno de campo que para la canícula de 1975 tenía comprometidos casi una veintena de festivales. Mas la enfermedad la fue mermando, debilitando la salud, como pudo constatarse en el festival de Bornos, al que asistió como público, teniendo que ser ingresada al día siguiente, el 8 de septiembre, en el gaditano Hospital de Mora.
Una semana después, ya trasladada a su domicilio en el número 10 de la calle Santa Teresa, dejaba una mudez emocional en toda Cádiz tan interminable que, a día de hoy, aún no ha sido anulada. La comunicación verbal quedó asfixiada por un mutismo colectivo. La tartamudez dominaba la fluidez y el ritmo del trastorno oral. El cante gitano de mujer yacía sobre la oscuridad de la tierra, y desde entonces sólo escuchamos silencios.
Casi medio siglo después, a nadie escapa que Cádiz tiene muy buena representación femenina, pero la referencia de la historia contemporánea sigue siendo La Perla de Cádiz, la maestría interpretativa y arrebatadora de quien hizo accesible lo que en realidad resulta inaudito. Y ese es el estimulador que ha de primar en 2024, en que celebramos el centenario de su nacimiento.
Como colijo del análisis pormenorizado que hice en otro foro de su discografía, la capacidad técnica de La Perla de Cádiz resulta asombrosa, con una seguridad que pocas cantaoras están en condiciones de ofrecer. Pero además es emocionante y llena de finura expresiva, con ejecuciones sobradas de carácter, profundidad de estilo, contraste dinámico y un sentido del ritmo tan excepcional que parece incluso meditado por el modo de combinar acentos y pausas, de ahí que, junto a su calidad interpretativa y a su línea de cante garante y coherente hasta en los registros más graves, su propuesta resulte solvente e impresionante, dúctil y elegante, llena de buen gusto y saber hacer.
Pero el natural carisma y la sonoridad tan exquisita de La Perla de Cádiz sigue siendo relevante en la memoria colectiva. Cada mes de junio regresa a la tierra para fomentar la creatividad objetiva, o simplemente arrebatada de su obra sin cotejo. Claro que en este año 2024 su voz, nutrida de una prodigiosa paleta de matices y coloreada de armónicos que saben a gloria, provocarán un surtidor de lágrimas de oro.
Celebramos, pues, el centenario de su nacimiento, y si Cádiz quiere mirar hacia el futuro con esperanza y entusiasmo, ha de codificar, almacenar y recuperar la información de su pasado. Porque no basta con saber lo que pasó en la orilla que no luchó contra la corriente, sino analizar y contrastar el fondo marino de sus sones hasta dar con la ostra donde se oculta la Perla más preciada del joyero de sus cantes.
Imagen superior: portada del cedé Tronío gitano.