Esta edición de la Bienal mantiene el denominador común del excesivo tiempo de duración de los espectáculos, algunos hasta las dos horas y media, aparte de un serio problema para un día como la noche del lunes, tal que ayer, en que los dos cantaores anunciados ocuparon el proscenio desde las once de la noche a la una de la madrugada, lo que explica la poca asistencia de público. Uno, El Turry, estuvo una hora con su grupo, y el otro, El Perrete, ídem, con la particularidad de que se pegó una verborrea innecesaria entre cante y cante.
Hay que considerar, a este tenor, que en todo festival flamenco de importancia que se precie, se llega a la madurez cuando se alcanza el nivel óptimo, pero para el artista esa categoría se logra cuando se ha desarrollado plenamente la capacidad de enfrentarse a los desafíos del arte y, además, se mira al espejo en busca de signos de lo que algún día quiere llegar a ser.
En el trazado de ese camino de crecimiento se encuentran El Turry, originario del territorio granadino, y El Perrete, procedente de Badajoz, dos voces que combinan el refinamiento del cante con un sonido bien proyectado y emitido con más brillantez expresiva que hondura, pero que no lograron que el tedio alcanzara al crítico por los palmeros y, sobre todo, por las guitarras, porque a la brillantez de Ruben Lebaniego le unimos la rotundidad técnica de José Fermín Fernández, y comprenderá el lector por qué contribuyeron a la estructura del repertorio y por ende a la apariencia externa.
El Turry es el remoquete de Antonio Ricardo Gómez Muñoz, cantaor gitano nacido el año 1987 en Almuñécar (Granada) que inició su trayectoria a la edad de 10 años en la compañía del padre, el guitarrista Ricardo de la Juana y la bailaora Rosa la Canastera, para ocho años después enriquecer su experiencia en los tablaos granadinos.
El cantaor granadino tiende al efectismo, cuando reúne unas condiciones a tener en cuenta, y defendió su parte geográfica con temples claros y evidentes. Por cantiñas conjugó voz que no experiencia, lo que no impidió que provocara la admiración del público, para luego demostrar en la soleá apolá un dominio interesante, sobre todo en la dosificación del aire mientras cantaba –llámenle fiato–, y moviéndose por los extremos rítmicos con brillante facilidad, principalmente cuando recordó a Cobitos.
«Las voces de El Turry y El Perrete combinan el refinamiento del cante con un sonido bien proyectado y emitido con más brillantez expresiva que hondura, pero que no lograron que el tedio alcanzara al crítico por los palmeros y, sobre todo, por las guitarras de Ruben Lebaniego y José Fermín Fernández»
Fue en la malagueña donde más destacó, profiriendo una expresividad muy de Enrique Morente pero con un fraseo basado en matices y texturas, características de una voz con enjundia, lo que no pudo confirmar después en la farruca, aunque sí superándose en la granaína, con multitud de vaivenes en la media granaína y resaltando más en los tangos granadinos intercalados entre la salve gitana y los modos morentianos, con lo que calificamos su actuación de aceptable, dada su articulación tan decidida en el “bis” que ofreció por bulería. Y todo merced a la guitarra de José Fermín Fernández, sabiendo medir los tiempos, aportando imaginación en las transiciones de los fraseos y añadiendo una coloración embriagadora.
Por su parte, Francisco Escudero alias El Perrete es hijo de padre extremeño y madre gallega, y nació en Lanzarote hace 32 años. Lo apodaron de tal guisa cual canino tranquilo, y la afición le llega por vía paterna, sobre todo de la bisabuela Pilar, el abuelo y hasta de su tío, sobrino del bailaor extremeño El Peregrino, que a sus 81 años nos quedamos sin poder verlo en la Bienal.
El Perrete vivió de pequeño en tierras gallegas, y a los 14 años de edad recaló en Badajoz, siendo en 2014 cuando se inició en los concursos. Esa experiencia de diez años fue perceptible desde el comienzo, en que tanteó el terreno y calentó la voz con el cante de trilla, el romance del Negro del Puerto y la toná de Tío Rivas, para dominarla por completo en la flexibilidad de la malagueña con rondeña y fandango de Frasquito Yerbabuena, con un agudo final limpio y bien colocado.
Sabedor de dónde cantaba, El Perrete moduló la mariana de Miguel Vargas a su aire y la cerró con los tangos de Porrina de Badajoz, en los que contuvo y adaptó su potencial canoro en determinados matices, dando libertad en la soleá –según Pepe Marchena– a las zonas más apropiadas para el falsete y dejando correr los coros de Los Mellis para el cierre.
Y tras la levantica y la taranta, teatralizadas junto a un Rubén Lebaniego que lo bordó, prosiguió con la liviana y el cambio por seguiriyas de María Borrico, anunciando los fandangos de despedida, momento en que el crítico ya había llegado a su máxima consideración por el lirismo y tanta charla del cantaor, quedándonos para la memoria con la delicadeza de los palmeros y, fundamentalmente, con la perfección de las guitarras de la noche, José Fermín y Rubén, dos auténticos músicos de categoría superior que lograron ornamentar los cantes con elementos tan decorativos que los convirtieron en piezas de orfebrería artesanal.
Ficha artística
Filigrana, de El Turry & El Perrete
XXIII Bienal de Flamenco de Sevilla
Teatro Alameda
23 de septiembre de 2024
Cante: El Perrete, con Rubén Lebaniego (guitarra) y Los Melli (coros y palmas).
Cante: El Turry, con Jose Fermín Fernández (guitarra), y Jose Manuel Oruco y Juan de Oruco (palmas).