Lunas Flamencas es un evento que se desarrolla en Madrid con la firme intención de impulsar y vivificar la cultura flamenca. Una coyuntura en la que se llevan a cabo diferentes actividades para que tanto profesionales como aficionados puedan disfrutar y conectar con este prolífico arte que cada vez cautiva a más gente.
En esta ocasión, el Centro Cultural La Alhóndiga, situado en el madrileño municipio de Getafe, ha ofrecido su espacio para que los atraídos por este ciclo pudieran disfrutar de la actuación de Alfredo Tejada, cantaor malagueño de largo recorrido que ha tenido la oportunidad de formar parte de la compañía de Mario Maya y acompañar a bailaores de la talla de Belén Maya, Isabel Bayón o Manuel Betanzos. Además, en 2017 logra hacerse con la Lámpara Minera en el Festival Internacional del Cante de las Minas.
El foro del escenario está cubierto de una cortina de luces que caen coquetas dando cierta luz al resto de los elementos de la escena. Una mesa que queda adornada con un jarrón y unas humildes florecillas que parecen germinar a medida que avanza la actuación. A los lados de la mesa, dos sillas teñidas de unos dibujos bien flamencos van a tener la misión de sostener el peso del talento que traen consigo Alfredo Tejada y Antonio de La Luz, maestro que le acompaña a la guitarra.
La malagueña abre camino al resto de cantes de la tarde. Unos acordes graves y sutiles y un trémolo que despunta tímido, pero firme y claro. El primer ayeo es melodioso. Alfredo tiene una voz singular, pues no se caracteriza ni por ser particularmente rasgada, pero tampoco excesivamente melodiosa. Tiene un quejido muy personal que a veces apunta más hacia Chacón y otras, hacia Mairena. Aunque si hubiera que decantarse por una cualidad que de verdad avala su cante es la firmeza, el grosor y un timbre muy brillante. Así, el malagueño entona una rondeña con una entrañable suavidad, despojándose así de una potencia que recupera para acabar con un fandango de Frasquito Yerbagüena.
Y a continuación, una guajira. Un cante que no siempre los simpatizantes de lo jondo tienen la oportunidad de disfrutar en directo, de la misma manera que es mucho más habitual escuchar alegrías y soleares. El público está de acuerdo con Tejada en que el flamenco es un árbol tan amplio con tantas ramificaciones, que hay que intentar aprovecharlas todas. Como amantes de este arte y ejecutores del mismo, la encomienda consiste en evitar caer en la extinción o el desuso de algunos palos que merecen ver la luz con más frecuencia. Palos para los que además se necesita expresividad y picardía a raudales, algo de lo que el protagonista no carece. Y de nuevo, un trémolo etéreo que despierta la mesura habanera. En esta ocasión, recurren a la guajira primitiva de Marchena. Es el momento perfecto para que Tejada muestre la capacidad de modulación de su voz. Pero además, casi finalizando este cante, algo dentro de él le obliga a salirse de su impecable técnica, pues la emoción consigue rasgar su voz.
Un toque muy tradicional anuncia la majestuosidad de la soleá. Entre Joaquín de la Paula y la Roezna, la guitarra de Antonio hace alarde de una pericia que arranca el aplauso del público de forma ineludible, en mitad de una hábil y ferviente falseta. Sin duda, el momento álgido llega en la soleá de la Roezna. Justo en ese momento en que el duende se apodera del cuerpo de los artistas y llena de entusiasmo cada centímetro de ellos. Esa efímera sensación que le puede resultar familiar a cualquier espectador de flamenco de que el artista ha entrado en trance. Una vez más, esto solo tiene lugar cuando el cantaor consigue dejar a un lado el juicio para darle al corazón el lugar que se merece.
«El primer ayeo es melodioso. Alfredo Tejada tiene una voz singular, pues no se caracteriza ni por ser particularmente rasgada, pero tampoco excesivamente melodiosa. Tiene un quejido muy personal que a veces apunta más hacia Chacón y otras, hacia Mairena. Aunque si hubiera que decantarse por una cualidad que de verdad avala su cante es la firmeza, el grosor y un timbre muy brillante»
El punteo del guitarrista advierte unas cantiñas con cierta celeridad. Antonio de La Luz va adquiriendo protagonismo según se va acercando el final de la actuación. La gracia, la algarabía y el donaire vuelven a estar presentes en el cante de Alfredo, igual que en la guajira. Y se vuelve a destapar ese expresivo entusiasmo suyo que desata el enardecimiento del público.
Seguidamente, haciendo alarde de esa Lámpara Minera obtenida en 2017, el malagueño improvisa unos cantes de levante con templanza y buena dicción. Una minera, que no parece que sea lo que más emociona al público. Al acabarla, el cantaor se da otra oportunidad y vuelve a engarzar ese desasosiego que consigue quebrarle la voz, para dar paso a una cartagenera que, como el resto de los cantes, encandila a un público que está entregado desde el primer momento.
Para poner fin a esta tarde tan singular, un couplé por bulerías recordando a Bambino y la Rempompa. Un estilo que empasta de manera inmejorable con la personalidad que desprende su voz.
Un auditorio incesante reclama una vez más la voz de Alfredo Tejada. Y es que este guarda bajo la manga tres fandangos que van a hacer del momento una tarde de flamenco insuperable. La concurrencia no ha tardado ni medio minuto en ponerse en pie para felicitar, a través de vítores y aplausos, la entrega de los artistas que hoy completaban este día de Lunas Flamencas.
De ambos hay que destacar, aparte de la pasión y la entrega, las ganas de conectar con los aficionados y la capacidad para expresar con tanta soltura y gracejo cada uno de los palos interpretados. La expresividad y el considerable carisma de la que sin duda pueden hacer alarde, han conseguido hacer de la actuación un evento distinguido. Y es que en el flamenco, la elocuencia y el propósito de concordar con el espectador siempre es digno de alabar.
Muchas veces, desempolvar ciertos palos que de vez en cuando parecen estar olvidados puede suponer un arma de doble filo, pues hay que tener ciertas aptitudes que no solo consisten en realizar una actuación correcta y apropiada. Quizá por eso cueste más incorporarlos con la cotidianidad con la que se incluyen unas bulerías. O quizá sea solo una cuestión de estancamiento y confortabilidad.
Y ustedes, ¿piensan que es simple comodidad o la inseguridad de no saber transmitir con la agudeza necesaria palos como la guajira? ¿Se puede trabajar la capacidad de transmisión?
Ficha artística
VII Encuentro Lunas Flamencas
Centro Cultural La Alhóndiga, Getafe
6 de abril de 2024
Cante: Alfredo Tejada
Toque: Antonio de La Luz