Cante flamenco que alimentaba. Personalidad arrolladora. Poderío. Hay quien dice que gritaba. Señores, Francisca Méndez Garrido no gritaba. Nunca tenías la sensación de que su cante fuera forzado ni su voz impostada. Al contrario. Le sobraban recursos. La suya fue una voz pulcra y brillante como el mejor acero inoxidable, rabia limpia sin tropezones. Dios, cómo echamos de menos a la Paquera de Jerez.
El 26 de abril se cumplen dos décadas desde su despedida, y estoy segura que muchos compañeros, escritores y periodistas más preparados que yo querrán recordarla y halagarla como se merece. He sentido la necesidad de evocarla ahora, esa voz inimitable, el espeso jarabe de su decir inconfundible que no te recuerda a ningún otro. Como la voz de Torre, una vez escuchada se te metía en los oídos y no se te quitaba.
Recuerdo muchos años atrás, en la década de los 60, cuando llegaban a Nueva York productos españoles a Casa Moneo en la calle catorce. Pequeñas botellas de aceite de oliva que los norteamericanos empleaban para limpieza de los oídos, tortillas de patata al vacío (importación transatlántica de tortillas de patata, hay que ver), sobrecitos de colorante El Avión para los arroces, ya sabes, lo más imprescindible. Y entre todo eso, los también imprescindibles discos de Terremoto, María Vargas, Amina, los Hermanos Reyes o Paquera. En su día no pude apreciar del todo la singularidad de esta artista, pero me atraía su poderío controlado, y comprendí que era una voz importante, aplastantemente flamenca.
Décadas más tarde, ese comienzo de la película Flamenco (1995) de Carlos Saura, ¿quién no recuerda cómo Paquera tomó la pista de aterrizaje hacia la cámara con la decisión de un Boing? Única, impactante, dinámica, jerezana. Cantaora larga. Bulerías como ella solita, sí, ya, pero metía mano a todo, y pudo con todo, aflamencando hasta el aire.
«Única, impactante, dinámica, jerezana. Cantaora larga. Bulerías como ella solita, sí, ya, pero metía mano a todo, y pudo con todo, aflamencando hasta el aire»
En el año 2002, Paquera fue homenajeada en el Festival del Cante de las Minas de La Unión. Doña Francisca, una fuerza de la naturaleza en túnica de lentejuelas, fue recibida en la Catedral del Cante de La Unión con una calurosa y sentida ovación, digna de la reina que era. Hizo temblar nuestras entrañas con su cante, y Manuel Parrilla, fiel a sus dos amas, la Paquera y la guitarra, llenó el espacio de un perfume jerezano para completar el momento. En el 2003 Paquera realizó su primer viaje a Japón con 67 años. La aventura quedó inmortalizada en un excelente documental, Por oriente sale el sol, dirigido por Fernando González-Caballos.
La imagen de Paquera y Parrilla bailando juntos por bulerías en el fin de fiesta de La Unión es un recuerdo potente, una imagen que no se volverá a ver; en cosa de año y medio, Parrilla había sufrido una terrible enfermedad que le retiró de los escenarios y las fiestas, y la Paquera había fallecido.
En una mañana gris y lluviosa aquel día de abril la acompañamos cientos de personas al descanso final, un cuadro mudo de las grandes figuras del flamenco de entonces que daba fe silenciosa de la magnitud de la pérdida.
Algunos cantaores generan escuela. Hay caracoleros, maireneros, camaroneros, marcheneros… Sin embargo, no hay paquereros porque doña Francisca Méndez Garrido, la Paquera de Jerez, ha sido única e irrepetible, ahora y siempre.
Imagen superior: La Paquera de Jerez, en La Unión, 2002. Foto: Estela Zatania