Esta vida –canalla y, a la vez, tan deseada– sigue cambiado. Es ley natural. Han pasado ya dos años de que Rafael Riqueni –siempre Rafael, jamás los alcahuetes que sibilinamente rodean a los genios interesadamente–, la guitarra eléctrica de Andrés Herrera El Pájaro y la voz anclada en los siglos de los siglos, amén, de Tomás de Perrate cerraron el último día de la Bienal de Flamenco de 2022. Hemos seguido cambiando, mutando, como todo en la vida. Mudando la piel y ahí seguimos, mirando para otro lado cuando la flecha nos indica la dirección correcta. Y es que somos así… no tenemos arreglo. Y no me pregunten por qué.
En este tiempo hemos ganado y perdido. Nos hemos quedado huérfanos de flamencos que eran nuestra luz y faro en el arte de forma honrada y valiente, haciendo las cosas como hay que hacerlas. En este camino de dos años se han quedado en la cuneta, entre otros –Dios los tenga en la gloria de los flamencos eternos–, Pansequito y su temple de los Puertos, la verdad única de Curro Malena, el toque personal de Periquín, Antonio Agujeta y lo que quedaba de los sonidos negros, el eco de Curro de Fernández, la flamenquería lebrijana de Pedro Peña… y hasta María Jiménez se nos fue por el puente de Triana entre caballos con plumeros negros.
«Por supuesto que faltan algunos nombres y sobran bastantes. Pero hay que reconocer que este año la Bienal viene cargada de flamenco, no de historietas ni de gilipolleces varias para hacerse el moderno, el progre y el gracioso»
También hemos perdido para esta Bienal el patio del Hotel Triana, donde tantos hemos aprendido lo que es esto del flamenco en un escenario único, y el Teatro Lope de Vega, que ahí sigue entre andamios y papeles enfangados.
Y hemos ganado, a qué negarlo. El Ayuntamiento de Sevilla puso de patitas en la puerta de la calle a un director de la Bienal al que se le indigestó el protagonismo y el ser alguien en la ciudad de Murillo, de Velázquez, de Romero Murube —que consiguió que su Palacio fuera como el Moguer de Juan Ramón, que dejó escrito Adriano del Valle—, de Rafael Montesinos, de Aníbal González, de Curro Romero, de Pepe Luis, de Rafael Amador, de Silvio o de Juan Manuel Rodríguez Ojeda, por poner sólo algunos ejemplos. Protagonismo en la Sevilla milenaria que edificó Hércules y Julio César cercó de muros y torres altas es no haber entendido nada. Y el pago fue el despido y, lo que es peor, el desprecio de la Sevilla flamenca, que aunque trague demasiado no aguanta lo que no se pué aguantá… y que ademá es inaguantable.
El relevo lo ha tomado un joven que chanela y que sabe rodearse de gente que chanela aún más. Y les ha hecho caso, y ha mirado a los ojos al flamenco de la ciudad y de su gente. Y ha sido valiente para dejar fuera a muchos de los que cantan lo que saben y ha metido en el saco de la programación a los que saben lo que cantan —Juan Moneo El Torta dixit—. Por supuesto que faltan algunos nombres y sobran bastantes. Pero hay que reconocer que este año la Bienal viene cargada de flamenco, no de historietas ni de gilipolleces varias para hacerse el moderno, el progre y el gracioso. Además, ha dado sitio a la crítica sevillana y eso se nota en el ambiente, que las barras de las tabernas y los camerinos de las peñas flamencas tienen más fuerza que la que cualquiera se pueda imaginar. Y si le das pase gratis a quien lo busca como si buscara oro en el oeste norteamericano, tienes a tu favor que comerán de tu mano y, pepita a pepita, te devolverán el favor. Ay, lo que siguen valiendo los tendidos de convite en esta Sevilla que sevillanea lo mismo en la Maestranza que en el Teatro Alameda.
«Vayamos a llenar los teatros, los barrios y los actos culturales, ahora que se ha programado flamenco, así de sencillo, porque la Bienal se ha aflamencado, valga el contradictio in terminis. Y sobre todo, vamos a repetir nuestra premisa, con la ilusión por bandera»
Volvemos a ser dos años más viejos. Lo de ser más sabios lo dejamos al lado porque está tan claro el que mientras más viejo más tonto, que sobra. El punto nefasto en el que dejamos la Bienal del 22 –no nos referimos a los artistas sino al listo de las gafas que miraba por encima del hombro a todo el que se le acercaba– parece que quedó atrás definitivamente. Esperemos –espero, de verdad– que al actual director no se le suba a la cabeza y dé la cara cuando haya que darla y que siga asesorándose donde se asesora, más en unas esquinas que en otras. Tengo confianza en el disfrute de estos días de septiembre y octubre que se nos vienen encima. Tengo confianza en los años de trabajo de la Bienal, hija –esperemos que pródiga– de las Peñas Flamencas. Vayamos a llenar los teatros, los barrios y los actos culturales, ahora que se ha programado flamenco, así de sencillo, porque la Bienal se ha aflamencado, valga el contradictio in terminis. Y sobre todo, vamos a repetir nuestra premisa, con la ilusión por bandera…
—Señores, ¡vamos a volver a escuchar!
Imagen superior: Facebook Bienal de Sevilla