Bambino me esperaba en la barra del bar que la Hermandad de los Gitanos de Utrera instalaba en el Colegio Salesianos para el célebre Potaje Gitano. La entrada la hacía escoltado por Fernanda y Bernarda. Las despedía con un “ahora nos vemos”, y de inmediato me quedaba con Miguel conversando sobre sus ligerezas de la existencia, aquellos momentos en que el artista prefería estar presente o ausente, sus penas, sus pasiones, porque el amor mata como el olvido o la envidia, y hasta aquellos momentos vitales en que el dolor y el placer se confunden o cuando menos resultan difícilmente disociables.
Escribo en la noche de vísperas del domingo 5 de mayo, el día en que mis recuerdos con Miguel me han revelado significativos rasgos de un tiempo pasado. Se cumplen mañana 25 años de su muerte (por hoy), trágica noticia que me comunicó Rafael Alfaro, el particular que el 5 de septiembre de 2005 –se repite el cinco, el número de la libertad y la independencia, como Miguel–, lo inmortalizó en la Plaza La Trianilla, emplazada en la última rotonda que el viajero procedente de Sevilla encuentra no más llegar a la tierra de los hermanos Álvarez Quintero.
Lo más rechinante de aquella iniciativa es que, al igual que ocurriera con el monumento a Fernanda y Bernarda de Utrera, partió de un particular, de su ferviente admirador Rafael Alfaro, que por aquellas calendas me confesó “el poco apoyo institucional que estoy recibiendo, parece como si no hubiera interés por una de las máximas figuras que ha dado Utrera, y eso que ya está todo pagado”.
Paradójicamente, el alcalde de Utrera de entonces era Francisco Jiménez –Curro para los amigos–, líder del ya extinguido Partido Andalucista (PA), y ahora de nuevo alcalde desde las últimas Elecciones Municipales de 2023 por el Partido Popular (PP), que en esta efemérides sí ha pergeñado, junto a su delegada de Cultura, María José García, y la familia de Bambino, entre ellos su sobrina Frasca Vargas, una serie de actividades para el Año Salvaje. Año de Bambino, aludiendo a quien fue un salvaje escénico, así como una nueva estatua en su honor encargada al escultor Blasco Rivero.
Pero en mis últimas conversaciones, Miguel estaba como las ‘Rimas’ de Bécquer, Cansado del combate / en que luchando vivo. Rebajaba el tono abrazado a su vaso de wiski como el que está sumido en un sueño de siglos. Acaso por eso no le temía a la muerte, o al menos esa impresión me daba, pero sí le preocupaba la mala prensa (léase el qué dirán).
El 30 de abril de aquel maldito 1999, cuando la Utrera agradecida le rendía un homenaje en el Teatro Enrique de la Cuadra, había en su rostro una especie de filosofía de grande y compleja visión. La metástasis no ocultaba sus secuelas más profundas. Mas Miguel, haciendo caso omiso a los consejos del médico, hizo acto de presencia. Como utrerano ilustre, andaluz universal, genio y figura hasta la sepultura, lo tenía claro: quería despedirse de sus gentes en el teatro, su hábitat natural.
«Los analistas no teníamos a Bambino sólo como el rey de la rumba, estilo que elevó a un rango superior, sino que llegó a dominar estilos tan complejos como las bulerías, tangos, tientos y cantiñas, además de baladas, boleros, cuplé y hasta rancheras»
Cinco días después –otra vez el cinco–, el significado de la vida flamenca quedaba, de nuevo, tras la realidad. Miguel Vargas Jiménez, Bambino, nos dejó aquel 5 de mayo cuando las manecillas del reloj enfilaban hacia las cinco de la tarde, en su Utrera natal. Se encontraba en casa de su hermana María, en el polígono El Tinte, y el cáncer de laringe que padecía ya no le concedió más tregua. Se apoderó por entero de quien fue capaz de convertir en música jonda las más diversas melodías, y acabó por hacer del genio un esclavo más de su destrucción.
Para quien estuvo dotado de una carga vital espeluznante, la atmósfera opresiva y desalentadora de la pasividad, le fue creando una sensación de absurdidad, al punto que –ahora estoy convencido– nunca pudo disimular el dolor que desarrollaba en su interior.
Con todo, se sentía admirado porque era consciente de que con Bambino moría una parte importante de la historia de Utrera. Sin duda, pero también un capítulo fundamental de la historia del flamenco de aquella época dorada, ya que los analistas no lo teníamos sólo como el rey de la rumba, estilo que elevó a un rango superior, sino que llegó a dominar estilos tan complejos como las bulerías, tangos, tientos y cantiñas, además de baladas, boleros, cuplé y hasta rancheras.
El bueno de Miguel, que llegó a ser la figura revelación en el Madrid de los primeros años setenta y que debió su sobrenombre artístico a la versión arrumbada que Diego el de la Gloria hacía del Bambino Piccolino, de Renato Carosone, se despidió de la existencia pero con el reconocimiento en vida de ser profeta en su tierra, ya que la ciudad que lo vio nacer le dedicó el popular Potaje Gitano del año 1975, le concedió el Mostachón de Plata en 1983, y le rotuló una calle en la canícula de 1998, a más del homenaje que el 30 de abril, cuando ya aceptaba que lo normal era no vivir, le brindaron sus admiradores y compañeros, y el nombramiento de Hijo Predilecto de Utrera a título póstumo en 2011.
Como su hermano Diego Chamona, Miguel había heredado sus innatas cualidades flamencas de su madre Frasquita desde su nacimiento el 12 de febrero de 1940, y nutrió su juventud bebiendo en las fuentes de los patriarcas gitanos de Utrera, hasta debutar en la sevillana Venta de Antequera el año 1961 junto a Sernita, Melchor de Marchena, La Paquera de Jerez, Paco Cepero y su compadre Paco del Gastor.
Tras finalizar el servicio militar en Jerez de la Frontera, se armó de valor y decidió dar el salto a la Villa y Corte, capital que lo acogió como un verdadero ídolo, no en vano, desde su aparición en el tablao El Duende hasta sus exitosas giras por Europa y América, se convirtió, como por arte de magia, en el auténtico revolucionario de la canción flamenca.
De acusada personalidad, elaboró una obra que es, en síntesis, la de un artista comprometido con su tiempo, vertiendo por entre los surcos casi dos centenares de canciones con temas abiertos a unos contenidos que ensancharon los horizontes del arte. Rafael de León, Manuel Benítez Carrasco, Manuel Alejandro o Alfonso Santisteban pusieron las letras para este ruiseñor de los gitanos que, aunque el 5 de mayo de 1999 lo despedimos en la iglesia de Santiago, sigue siendo 25 años después una leyenda viva.
Imagen superior: El utrerano Bambino. Foto de portada de su álbum ‘Hablemos de amor’.
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