Una de las cosas que diferencian al flamenco de las manifestaciones folklóricas al uso es su condición de fenómeno vivo. Mientras que en éstas los repertorios suelen estar petrificados por la tradición, en el viejo arte jondo conviven las letras inmemoriales con la creación recién salida del horno. Lo dice más hermosamente el capitán José María Velázquez-Gaztelu en el prólogo al volumen que nos ocupa, La herida abierta: “El libro de las letras flamencas aún no se ha terminado de componer. Afortunadamente. Su universo es tan enorme como la propia voluntad de los que las colocan sobre el papel y, por lo tanto y sin que parezca desproporcionado, es infinito. Y el cante que las acoge siempre está con las fauces abiertas, esperando la presa para arrebatar una estrofa, una expresión tan inesperada como brillante, un verso feliz que rompa el grito, lo colme de sentimiento memorable y lo llene de ese fulgor que un día, y en el momento menos esperado, se le ocurrió a un poeta sin nombre y perdido en el fondo de los siglos”.
Palabra de aficionado grande y de poeta. Y palabras de aficionado y poeta son también las letras que David Eloy Rodríguez y José María Gómez Valero han agavillado a cuatro manos, hermosamente ilustradas por los flamenquísimos pinceles de Patricio Hidalgo, y maquetadas por el no menos esmerado Pedro Gozalbes. Los dos autores. Desde la gratitud por toda la inspiración que la poesía popular les ha brindado a lo largo de los años, y las vivencias que lo jondo les ha proporcionado desde múltiples ángulos, los autores aseguran que “escribir flamenco es dialogar con un ingente patrimonio de maravillas, con la sabiduría y perfección de tantos y tantos textos, anónimos y de autor, que nos indican y alumbran el sendero. Esa sagrada herencia”.
Apelan algunos versos al grito fundacional del flamenco, como ese que sirve de pórtico:
En el principio fue el grito.
El grito rompió a hablar
y a lo que vino después
le dicen humanidá.
La facilidad y soltura de los autores para moverse por predios metafóricos se pone de manifiesto especialmente en la segunda parte del libro, que presta su título al conjunto:
No siegues con tu guadaña,
mala muerte traicionera,
lo que nace en primavera.
Lo que ese pájaro canta
que dure la vida entera.
¿Qué sabrá el reló de na? es el título de la tercera parte, donde encontramos imágenes tan sorprendentes como la que sigue:
Quedé llorando a la puerta
del amor que yo tenía
y ella dentro de la casa,
que era una casa vacía.
En La vida entera aprendiendo, cuarto apartado, entre campanilleros, nanas y marianas, un canto a:
Ay, Sevilla, hermosa muchacha de ojos grandes,
chiquilla descarada, orgullosa y valiente.
dime al oído cuál es tu secreto,
esa canción que cantas para burlar a la muerte.
El capítulo Cantan ellas invita a las mujeres a hacer suyas letras como:
Querías que fuera tuya,
yo no quiero ser de nadie,
como un pájaro que canta
por los caminos del aire.
Y como guinda, unos haikus dignos de la última edición del Festival Guirijondo de Palomares del Río:
Es japonés,
pero su cante viejo
es de Jerez.
La herida abierta se presentará en la programación de la Reunión de Cante Jondo de La Puebla de Cazalla (Sevilla), donde los autores interpretarán sus letras en vivo acompañados de la música de Andrej Vujicic y el baile de Francesca La Chica, y el martes 9 de julio harán lo propio en la Peña Flamenca Francisco Moreno Galván. Asimismo, el siempre inquieto cantaor Tomás de Perrate estrenará el jueves 27 de junio, en el marco del Festival Flamenco Rosa Fina de Casares (Málaga), un espectáculo basado íntegramente en este libro, titulado Razón común, y en el que se hará acompañar de Paco de Amparo.
A la búsqueda de sus lectores y de sus oyentes, esta herida que nos traen los dos poetas sevillanos nos recuerda a aquella definición que acuñó Félix Grande del propio flamenco: herida, sí, pero herida que sana.
Imagen superior: blog Su mal espanta